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Caras y Caretas

           

Panorama latinoamericano

La poesía escrita por mujeres encuentra en la región nuevos paradigmas y referentes clásicos, pero en lecturas renovadas. La violencia, el sexo, el psicoanálisis y la filosofía tienen lugar junto a las autoras clásicas.

Por Javier Galarza. CHILE. Algo está cambiando en la poesía del país trasandino. Las nuevas autoras tienen un discurso fuerte, intelectual y erótico que propone nuevas lecturas de la tradición. Dice la editora, narradora y poeta Natalia Berbelagua: “La cultura chilena no ha escapado de la historia de las mujeres, y a Gabriela Mistral le hicieron una imagen más parecida a la Virgen que a la brutal poeta que era. Resaltaron sus peores poemas y silenciaron los que mostraban sus dicotomías. Escribir ‘No tengo hijos pero tengo cuadernos’ no calzaba con la idea de mujer domesticada”. La literatura independiente ha llenado el vacío de conocer nuevas propuestas y sacar del anonimato a voces que necesitaban abrir el panorama.

“Escribir poesía en Chile no es nada fácil, y menos aún tocar temas que hablen sobre sexo, pornografía y violencia. Aún se mastica pero no se traga a la mujer que sale del rol asignado. Hay muchos conflictos con el lenguaje. Estamos en un cambio de paradigma, y escribir significa inscribir un montón de frases o de versos en un momento histórico, social.”

Berbelagua destaca un verso de Malú Urriola (Santiago, 1967) y otro de Elvira Hernández (Lebu, 1951) y tiene palabras de elogio para esta última. “La Elvira Hernández escribe: ‘Ni pedazo de presente ni pedazo de futuro/ una palabra hueca hecha de pedazos de sonidos’. La Malú, por otra parte, dice: ‘No son las palabras las salvajes/ es el silencio, con sus miles de palabras innom￾brables’. Elvira Hernández es la poeta hoy por hoy más importante en el país y su obra es muy valiosa para la poesía latinoamericana.”

VENEZUELA. La trágica y talentosa poeta Hanni Ossott (Caracas, 1946-2002) camina hacia el mito. Su poesía existencial, su afición por Holderlin, Rilke y Nietzsche, y las dudas sobre su muerte la colocan como una de las figuras más reconocidas e importantes de la poesía venezo￾lana. La gran poeta y traductora Verónica Jaffé (Caracas, 1957) subraya especialmente este poe￾ma de Ossott: “Una mujer sola/ rodeada de cactus/ de palos del Brasil/ tiene poca salida/ no puede ir al circo/ la fiesta le está vedada/ la alegría pospues￾ta// Una mujer así, sola// de ella no queda nada”.

“El fuego de la poesía la consumió”, dice María Antonieta Flores (Caracas, 1957), quien siguiendo las voces de sus predecesoras ve ahora una proyección hacia afuera en la poesía de su país.

Diosce Martínez (Valencia, 1988) cuenta a Caras y Caretas: “Para hablar de la situación actual tendría que nombrar parte del pasado, es decir, mencionar en primer lugar que hemos tenido desde siempre poetas destacadas, geniales y transgresoras, que lucharon contra una sociedad machista que las marginaba, rechazaba, pero sobre todo desconocía el valor intelectual de sus obras; que se rebelaron contra las estructuras pa￾triarcales de la familia venezolana y la sociedad literaria. Muchas decidieron acercarse a la política, el periodismo, el mundo académico y editorial, para fundar espacios no sólo para sus voces particulares sino por el futuro de otras mujeres”.

Todas las poetas entrevistadas mencionan las difíciles circunstancias que les toca vivir. Declara Diosce Martínez: “El poeta venezolano no siente el peso o la sombra de una tradición poética. Con la diáspora y el infierno de la dictadura que viven los venezolanos, me atreveré a asegurar que la diferencia entre las obras poéticas que escriben los venezolanos y las que escriben otros poetas latinoamericanos será abismal. Es más, hay más similitud entre un poeta venezolano de este siglo y un poeta ruso del siglo pasado, que era perseguido y censurado por el Estado soviético”.

URUGUAY. Julieta Lopérgolo, poeta argentina residente en Uruguay, habla sobre las tres grandes referentes contemporáneas: Circe Maia, Ida Vitale y Selva Casal, “inmensa poeta y pintora que sigue siendo una figura periférica, casi de culto”. ¿Qué lleva a esta autora a permanecer en la sombra, con sus libros casi agotados? “También la luz es triste”, escribió Casal.

Cuenta Lopérgolo: “Encuentro que a diferencia del reconocimiento que tienen Ida Vitale y Circe Maia, no sólo dentro de circuitos especializados, Selva Casal está muy distante de eso. Casi no se consiguen libros de ella, y su obra no está muy difundida. Con respecto a Selva, uno de los rasgos más interesantes de su poética está en cierta negatividad a partir de la cual aborda los temas y los problemas que le interesan. En ese sentido, el lugar del poema es siempre un intento a fracasar para acercarse a la realidad externa. Ese es un horizonte que, por otro lado, está presente en las tres poetas: el mundo exterior como motivo de la poesía. En el caso de Selva Casal hay una retórica más personal e intimista y más descarnada, más desolada también, con el propósito de escribir y describir una experiencia de la finitud más afinada. No obstante, el paso del tiempo, la muerte como instancia que es necesario tocar para rozar alguna trascendencia, también buscan correr cualquier perspectiva de trascendencia del ámbito puramente personal”.

PERÚ. Escribe Julia Wong (Chepen, 1965): “Lima nos reduce a todos los poetas complicados, dolidos y experimentales no nacidos en sus avatares criollos a ritmo de vals, a pequeñas estrellas arribistas en las que tenemos que lustrarnos para exigir una mirada seria sobre nuestro trabajo. Entonces tratamos de construir una mimetización con la ciudad y esa vorágine irritante que nos identifique con su frenetismo. Entonces casi podríamos decir que las nuevas generaciones van a ser producto de una urbanidad cada vez más violenta, llena de desdeñables equidades (…) Más aún en esta era ‘afeministada’, pero que sigue luchando en contra de la mujer, veo que la mujer peruana es viril, como dice el escudo chepenano. A las mujeres se nos intima hasta cierto punto a masculinizarnos para ser respetadas. No a aceptar nuestra emoción ni la gran tragedia de aceptar el cuerpo, los órganos y la mente femenina, sino a preparar un constructo acorde con un mundo vertical y con fronteras de poder, donde la mirada estaba clavada en la protección del patrimonio”.

Difícil la tarea literaria de las herederas de Blanca Varela, mujeres duras para tiempos duros y con vientos de cambio.

DE AQUÍ Y DE ALLÁ. Quedan pendientes Ámbar Past (Carolina del Norte, 1949, de nacionalidad mexicana), que se ha vuelto otra autora de culto; Robin Myers (neoyorquina que se dio a conocer en México, traducida y editada en la Argentina); las derivaciones del mito brasileño que dejó la inmensa Ana Cristina Cesar (Río de Janeiro, 1952-1983), y la laureada Piedad Bonnett (Amalfi, 1951). Nadie que haya escuchado a Bonnett recitar estos versos puede olvidarlos fácilmente: “No hay pues mujer más sola,/ más tristemente sola,/ que la que quiere amar a un hombre triste”. Piedad leyó estos versos en el bar La Poesía de San Telmo, a horas de presentar la novela sobre el suicidio de su hijo.

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