• Buscar

Caras y Caretas

           

Del dicho al hecho

Es sabido, aunque no siempre recordado con la frecuencia que merece, que los discursos de odio tienen una larga historia en nuestro país. Uno de los primeros fue el del virrey Abascal, que decía: “Los americanos han nacido para ser esclavos destinados por la naturaleza para vegetar en la oscuridad y el abatimiento”. Magistralmente, Mariano Moreno le contestó: “Sin que sea vanagloria podemos asegurar que de hombres a hombres les llevamos muchas ventajas, y como es tan desgraciado en sus vaticinios, pues se convierten en demonios los que él caracteriza de ángeles tutelares, podemos afirmar que el gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y abatimiento; pero como la naturaleza nos había criado para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas: limpiando el terreno de la broza de tanto mandón inerte e ignorante, que no brillaban sino por los galones con que el ángel tutelar había cubierto sus vicios y miserias”.

Desde entonces, las sucesivas construcciones discursivas del poder, que no siempre encontraron el contrapeso de un Mariano Moreno, se enfocaron en la descalificación con el viejo método de bajar la autoestima de los sectores subordinados para inculcarles que no se merecían nada y que los que mandaban eran los indicados para decidir quienes sí y quienes no podían participar alegremente del “festín de la vida”. Estos discursos se fueron orientando con fuerza a fines del siglo XIX hacia los nacientes sectores medios, y llegaron al paroxismo durante y después del primer peronismo. El eje discursivo perenne fue y es que todo lo que obtenían los sectores más postergados lo hacían en desmedro de las clases medias. El compartir los espacios públicos en las ciudades, los lugares de veraneo y el acceso a diversos consumos antes negados era visto como una afrenta, como una invasión, una “casa tomada”. El eficaz mecanismo permite enfocar el odio y la bronca que les provoca a estos sectores no acceder a los lujos de los sectores dominantes y descargarlo en las víctimas del sistema, de las que se sienten muy lejos por su siempre intacto sueño aspiracional que los acerca a sus enemigos objetivos con la vana ilusión de ser parte alguna vez de los sectores del privilegio. Esto explica en parte el antiperonismo fanático de estos sectores, que ven en Perón y Evita, o en Néstor y Cristina, a los causantes de sus desdichas a pesar de haber, en ambos períodos, mejorado notablemente sus condiciones de vida.

El discurso de odio insuflado permanentemente por los conglomerados empresariales mediáticos resulta altamente efectivo. A estos medios no se les exige ni seriedad ni verosimilitud. Son elegidos por difundir noticias, muchas veces calumnias e injurias, afines a los gustos de una audiencia que fueron moldeando de acuerdo a su ideología y conveniencia. No es solo el mecanismo de repetición lo que hace exitoso el discurso, sino también su renovación, esto es, ir actualizando las calumnias con la inestimable ayuda de la otra pata imprescindible en la generación de odio: un Poder Judicial funcional al poder, dispuesto a inventar causas contra los enemigos políticos elegidos y sostenerlas en el tiempo. El mecanismo es conocido: se degrada a una persona o a un colectivo político o étnico y se instalan las peores acusaciones en las que se pone el acento en cuánto de ese accionar “delictivo” perjudica a la audiencia elegida. Lo hicieron los nazis con los judíos, los gitanos, los comunistas, los discapacitados y los homosexuales, hasta que hubo un pueblo dispuesto a creer que estos sectores eran los responsables de la crisis que los hambreaba y humillaba, y no los grandes capitalistas de Wall Street y Berlín. Todo castigo fue poco, y todo fue justificado, avalado y militado por entusiastas militantes de la muerte “en defensa propia”. Estos peligros sonaban lejanos pero están aquí, a la vuelta de la esquina, para pasar del dicho al hecho en cuanto nos descuidemos, en cuanto sigamos diciendo que son cuatro loquitos sueltos que actúan por su cuenta.

Escrito por
Felipe Pigna
Ver todos los artículos
Escrito por Felipe Pigna

A %d blogueros les gusta esto: