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Caras y Caretas

           

Latinoamérica ensangrentada

El magnicidio fue una acción ampliamente ejecutada en la región durante el siglo XX, cuando las democracias eran frágiles y en muchos casos se estaban consolidando, e incluso en el presente, cuando eliminar al adversario parece la única opción para los odiadores seriales.

En 2004, el libro Confesiones de un sicario económico ocupó el primer puesto de best sellers durante semanas en Nueva York. Su autor, John Perkins, confirmaba lo que hacía mucho se sospechaba pero de lo que no había pruebas: el “accidente de avión” por el cual, en 1981, había fallecido el entonces presidente de Panamá, Omar Torrijos, había sido un asesinato cuidadosamente planificado por la CIA.

Perkins –como Edward Snowden, el agente que también reveló secretos del espionaje estadounidense– trabajaba para la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, según sus siglas en inglés). Su función era extorsionar a los gobiernos de países estratégicos –por su ubicación geográfica o por tener valiosos recursos naturales– para que se sometieran a los intereses de Estados Unidos. En la jerga de la NSA se los llama “hit men” (sicarios económicos) porque su objetivo principal es “convencer” o presionar a los mandatarios de países subdesarrollados para que tomen préstamos multimillonarios en dólares (que saben de antemano que son impagables) para luego extorsionarlos y controlar al país, en general, a través del FMI. Cuando se negaban, encontraban la muerte.

“Torrijos era un obstáculo para la CIA. Yo fallé. No conseguí que aceptara mis negocios. Entonces yo sabía que los chacales de la CIA le caerían encima detrás de mí”, confesó Perkins en una entrevista para el diario mexicano La Jornada en 2006. El panameño Omar Torrijos había logrado que el ex presidente James Carter firmara un acuerdo por el cual EE.UU. le devolvería a Panamá el manejo del canal en 1999.

Años después, en una entrevista con la periodista Amy Goodman (Democracy Now!), John Perkins dio más detalles. “El tratado con Carter por el canal pasó en nuestro Congreso por solo un voto. Fue muy discutido. Ellos estaban sumamente enfadados con Torrijos e intentaron renegociar el tratado. Él se negó. Y sí, murió cuando su avión cayó en llamas. Yo había estado trabajando con él y nuestras “apretadas” fallaron. Supe que los chacales estaban rodeándolo y… su avión explotó porque habían colocado un grabador con una bomba dentro. Para mí no hay duda de que eso tenía la firma de la CIA. Es inusual que los gobernantes se resistan a nuestras presiones. En mis años de oficio solo conocí a dos que se animaron a hacerlo: el ecuatoriano Jaime Roldós y Torrijos”. Roldós, el presidente que lideró el retorno a la democracia luego de una década de dictaduras en Ecuador, también murió en un “accidente” de avión en mayo de 1981.

INSTRUMENTO DE ACCIÓN POLÍTICA

El asesinato como herramienta política para acabar con los líderes que defienden los intereses nacionales ha sido muy usado en América latina.

La primera víctima después de que EE.UU. se erigiera en potencia mundial, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, fue Jorge Eliécer Gaitán, del ala izquierdista del Partido Liberal de Colombia, candidato supercarismático y seguro ganador de las elecciones presidenciales. Fue asesinado el 9 de abril de 1948, dos horas antes de la cita que tenía con el entonces líder estudiantil Fidel Castro, de visita en Bogotá. Su muerte produjo una insurrección popular conocida como Bogotazo. El crimen contra Gaitán nunca quedó resuelto. La multitud enfurecida linchó a un hombre que supuestamente lo había matado. Sin embargo, Gabriel García Márquez, que siendo un aprendiz de periodista también estaba allí ese día, así lo recordaba años después: “Permanecí en el lugar del crimen unos diez minutos más, sorprendido por la rapidez con que las versiones de los testigos iban cambiando de forma y de fondo hasta perder cualquier parecido con la realidad (…) Un hombre alto y muy dueño de sí, con un traje gris impecable como para una boda, incitaba a la multitud (…) Tanto me llamó la atención que seguí pendiente de él hasta que lo recogieron en un automóvil demasiado nuevo tan pronto como se llevaron el cadáver del asesino, y desde entonces pareció borrado de la memoria histórica. Incluso de la mía, hasta muchos años después, cuando me asaltó la ocurrencia de que aquel hombre había logrado que mataran a un falso asesino para proteger la identidad del verdadero”.

Como el caso de Gaitán, hubo otras muertes con muchos interrogantes. El asesinato o suicidio del presidente chileno Salvador Allende, en 1973, dentro de La Moneda, mientras las fuerzas golpistas de Augusto Pinochet bombardeaban la sede presidencial. O el caso del venezolano Hugo Chávez, quien falleció en 2013 por una enfermedad de origen desconocido.

Sin mencionar los casos de magnicidios fallidos, como el ataque contra la vicepresidenta Fernández de Kirchner en 2022; el del ecuatoriano Rafael Correa en 2010; los muchos intentos contra el boliviano Evo Morales (el último, en 2019, con el golpe de Estado), y el récord Guinness, con más de 638 ataques, contra el cubano Fidel Castro, la lista de mandatarios latinoamericanos asesinados es larga.

Jovenel Moïse, presidente de Haití, fue el último caso, el 7 de julio de 2021.

Rafael Leónidas Trujillo, dictador de República Dominicana, fue acribillado por un comando cuando viajaba en su auto en la noche del 30 de mayo de 1961: fue uno de los tiranos más sangrientos de América latina y una de las personas más ricas del planeta.

Carlos Castillo Armas, presidente de Guatemala, fue asesinado por un guardia militar que le pegó cuatro tiros el 26 de julio de 1957. Otro brutal tirano latinoamericano, el nicaragüense Anastasio Somoza García, asumió por un golpe de Estado en 1937 y gobernó hasta el día de su muerte, el 21 de septiembre de 1956. Lo balearon en un acto proselitista; fue llevado a un hospital militar estadounidense y allí murió.

José Antonio Remón, presidente de Panamá, fue asesinado el 2 de enero de 1955 con una ráfaga de ametralladora en su palco del hipódromo Juan Franco. El venezolano Carlos Delgado Chalbaud fue ejecutado por un grupo comando el 13 de noviembre de 1950 en una emboscada tendida en una calle residencial de Caracas. Había presidido la Junta Militar que derrocó al presidente constitucional Rómulo Gallegos en 1948.

De una manera más brutal fue el fin del coronel nacionalista y boliviano Gualberto Villarroel. Fue derrocado en 1946 en una sangrienta revolución en la que fue ahorcado frente al palacio presidencial.

Escrito por
Telma Luzzani
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