METALLICA
Como toda gran banda, solista o artista significativo, Metallica tiene su razón de ser en su pasado, se sostiene en él y, al mismo tiempo, lo padece. El grupo comandado por James Hetfield (voz y guitarra) y Lars Ulrich (batería) extendió las fronteras del metal hasta lo inimaginable con discos como Kill ’Em All (1983), Ride the Lightning (1984), Master of Puppets (1986) e incluso …And
Justice for All (1988). El Álbum negro los consagró como la banda más popular e influyente del género, y los sucesores Load y ReLoad ofrecieron algunos aciertos, pero, por sobre todo, la sensación de un rumbo perdido. Desde entonces, entre problemas internos, crisis de adicciones y una industria que dio un vuelco notable en casi todos los aspectos, Metallica intentó recuperar la “magia” de sus inicios. Es decir, regresar a la utopía de un thrash en estado de desafío permanente. Con casi seis décadas sobre sus espaldas, un público de no muchas primaveras menos y las nuevas generaciones algo distantes de los viejos buenos tiempos, aquella voluntad demostró ser imposible de concretar. Sin embargo, unos cuantos tramos de 72 Seasons alivian y reconfortan porque exhiben a Hetfield y compañía con plena capacidad para multiplicar riffs en cada composición, desarrollarlos en la cantidad de minutos que se les ocurre, sonar con una potencia que hace mucho no se les escuchaba y acertar con algunas muy buenas composiciones. Allí se destacan “72 Seasons” (la canción), un tratado de thrash y metal de primera clase; la tozudez de “If Darkness Had a Son”, que golpea donde tiene que golpear; “Lux Æterna”, rápida como un rayo y la única composición de tres minutos (casi un tributo a sus admirados Diamond Head), y “Shadows Follow”, que atrapa con su fervor galopante y groovero. Metallica sigue vivo y con la suficiente capacidad para ir por más.