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Caras y Caretas

           

El Cable, un espacio cultural feminista gestionado por veinteañeras

Las une la amistad pero sobre todo un proyecto que pudieron concretar este año: El Cable, un enclave cultural en Colegiales, que no solo acerca el arte al barrio sino que pregona todo un estilo de vida.

“No vinimos a buscar el lugar, el lugar nos vino a buscar a nosotras”, prologa, entre desafiante y risueña, Sofía, una de las integrantes del grupo fundacional de El Cable, que incluye a dos Pilares (literal y metafóricamente), además de Caro, Pao y Agus. Todas ellas medianamente veinteañeras, amigas y egresadas de la UBA, algunas de carreras tan disímiles como Derecho y Trabajo Social, y alguna otra culminando Fotografía. Definido como “club cultural”, este original y novísimo emprendimiento montado en un amplio caserón del barrio porteño de Colegiales, primorosamente reciclado y ambientado por sus propias gestoras, no reivindica el feminismo a priori, sino que lo pone en práctica, con naturalidad.

“Estábamos enojadas, entre la pandemia y el desempleo, y nos propusimos hacer algo, un proyecto que pudiésemos desarrollar como medio de vida. Así que nos metimos a buscar alquileres por internet y esto fue lo primero que apareció. Resultó una casa que había funcionado como escuela de música, según supimos. Empatizamos con la inmobiliaria de la zona y le terminamos ganando la partida a una productora, que también estaba interesada”, resumen el rápido devenir de aquellas intenciones iniciales.

No perdieron tiempo y organizaron una fiesta en una casa particular para reunir fondos. Con los avales suficientes, tuvieron las llaves del inmueble en las manos y se encontraron con una ardua tarea por delante, más propia de estudiantes de Arquitectura. Hubo que rasquetear, pintar y todo lo que implica una refacción a fondo.

“Terminábamos la jornada con los ojos rojos por el aguarrás”, reseña Sofía de esos tiempos heroicos, ayer nomás. “Pintamos la casa en cuatro días y dejamos una habitación tal como estaba, para mostrar el pasado, pero el pasado se empeñaba en volver y tuvimos que salir a comprar más pintura”, ironizan sobre el proceso.

Al tiempo, hubo una convocatoria presencial con fecha fija los miércoles para ir sumando voluntades y evaluando propuestas. “Llegaba alguien por oídas y ese alguien traía a otro alguien y así comenzamos a incorporar actividades: un taller de teatro, otro de literatura. Básicamente, cada uno traía su grupo y encontraba el lugar para desarrollarlo”, cuentan.

Hoy en día, la grilla, que puede consultarse en internet, se expande hacia la danza contemporánea, la expresión corporal, el dibujo, la fotografía. Los martes por la mañana hay una singular propuesta de desayunos filosóficos, con un plan de lecturas mensual. La convocatoria sigue abierta para bandas, artistas, talleristas, etc.

También hay lugar para emprendedores que quieran mostrar sus productos en las ferias que se organizan periódicamente en el espacio, acompañadas con música y gastronomía.

El Cable es un emprendimiento cultural pero también es un proyecto de vida, que todavía debe enfrentar ciertos preconceptos. Ellas se lo toman en broma, pero argumentan con convicción.

“Cuando llaman para preguntar por las condiciones o vienen a conocer el lugar, esperan encontrarse con algún hombre y… Parece que todavía cuesta entender que un grupo de mujeres pueden ser las únicas dueñas comerciales. Sin embargo, todas nosotras hemos viajado solas y trabajado desde chicas, este proyecto es una continuidad de lo que hacemos con nuestras vidas”, apuntan.

En el grupo hay dos abogadas. “Y bueno, Macedonio Fernández también era abogado, además de ser el personaje creativo que todos conocemos”, dicen.

Pragmáticas a la par que idealistas, diseñaron una ingeniería financiera que espera ser sustentable en el tiempo, con un abono que habilita el ingreso gratuito a los dos eventos que programan por mes, además de un descuento del 15 por ciento en todas las actividades. Las dimensiones del inmueble, dividido en varias salas y con una amplia terraza, también lo hacen apto para la organización de eventos privados.

A la casa se ingresa transponiendo una puerta azul sin identificación y una larga escalera empinada que culmina en un patio cubierto donde funciona la recepción. La web no precisa dirección exacta, pero suministra un teléfono de contacto.

“No somos un centro cultural, somos El Cable, el azul es nuestro color, y además nos gusta mantener un poco el misterio”, definen, sobre las peculiaridades del proyecto.

Tratando de crecer

La apertura de El Cable (en marzo de este año) con música y arte en vivo, fue una experiencia iniciática y exigente en todo sentido. También para poner límites cuando hace falta.

“Hubo que enseñar a cuidar el lugar. Queremos que haya libertad en un marco de respeto, porque el objetivo es que todos lo pasemos bien”, explican.

Más allá de algún contratiempo con vecinos intolerantes de los que nunca faltan y que hasta amenazaron con ponerles el barrio en contra, el grupo siente que está comenzando a integrarse a la comunidad como una referencia de algo nuevo.

“Una tarde, volviendo, nos preguntan: ‘Chicas, están buscando El Cable’. Era el muchacho de la heladería de la esquina. Eso fue como ganar un certificado de identidad y pertenencia”, ilustran.

Asumir los roles de jefas sin empleados también puede despertar divertidos temores. Un poco a la manera de Los ángeles de Charlie, esa serie setentosa protagonizada por tres mujeres detectives que respondían a un jefe en las sombras.

“Nos turnamos para estar acá y ganamos credibilidad desde la dirección, porque esto tiene un tinte de esfuerzo y es un laburo en equipo. Podríamos anotar y colgar en un tender todas las frases con los consejos que escuchamos sobre lo que tenemos que hacer. En el fondo, pensamos que alguna vez va a bajar el verdadero jefe, o nuestros padres, de la escalera del fondo y nos va a retar: ‘Paren de ser felices’.”

El Cable se encuentra en Federico Lacroze y Conesa (CABA)

Escrito por
Oscar Muñoz
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