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Caras y Caretas

           

Los seis que armaron el escape

Ilustración de nota: Ricardo Ajler
Ilustración de nota: Ricardo Ajler

En una decisión insólita, la dictadura de Lanusse concentró a la mayoría de los presos políticos de las tres organizaciones armadas más importantes en el penal de Rawson. Allí, los líderes formaron un comité de fuga que orquestó toda la operación.

A mediados de 1972, la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse había concentrado a los presos de las organizaciones político-militares en la Unidad Penal 6 de Rawson, por aquel entonces, una suerte de orgullo del sistema carcelario argentino por sus instalaciones modernas, de máxima seguridad, que se suponían inviolables.

El penal estaba literalmente en medio de la nada, sobre la cruda y ventosa meseta patagónica, apartado de la incipiente ciudad de Rawson, a cuatrocientos kilómetros de Comodoro Rivadavia y a setecientos de Bahía Blanca. Esta condición aislada hacía que cualquier fuga o movimiento anormal fuera rápidamente detectable y que no hubiera lugar donde ocultarse o atrincherarse.

El traslado de los presos políticos había comenzado a fines de 1971, y en principio el cambio fue bienvenido entre los militantes detenidos. Comparada con las pocilgas de Caseros o Devoto, Rawson era más digna y se iban agrupando sin siquiera haberlo pedido todos los revolucionarios de la Argentina, un beneficio estratégico, según veían, en la lucha contra el gobierno militar usurpador.

En seis de los ocho pabellones del penal, con sus cuarentas celdas individuales cada uno y dependencias, fueron alojando a los militantes de las organizaciones y, entre ellos, a los principales jefes del ERP, FAR y Montoneros.

UNIDAD EN LA LUCHA

Sin preverlo, los militares propiciaron que los jefes guerrilleros afinaran dentro de Rawson el principio de “unidad en la lucha” contra la dictadura que venían trabajando, superando o soslayando por razones prácticas la principal diferencia, que tenía que ver con la identidad peronista y el lugar del viejo líder en el nuevo esquema político que, estimaban, se venía.

Así, se consolidó una mesa de unidad en el penal que encabezaron los jefes del ERP, Mario Santucho, Domingo Menna y Enrique Gorriarán Merlo; de las FAR, Roberto Quieto y Marcos Osatinsky, y de Montoneros, Fernando Vaca Narvaja.

Ese sexteto, plana mayor de las organizaciones dentro de la cárcel, derivó pronto en un “comité de fuga” que prepararía el escape de ellos mismos y de más de un centenar de compañeros. Por base política (el mayor número de los presos pertenecían al ERP), la jefatura del comité la llevaría Santucho, pero hay numerosos testimonios de que esa conducción fue compartida sin conflictos con Osatinsky.

Coordinados con equipos en el exterior, el comité barajó varias opciones. Una de ellas era el clásico túnel para conectar el interior con el exterior. Esta idea se comenzó a implementar partiendo de un boquete en una de las celdas más alejadas de la guardia. La tierra tenía una composición arenosa-arcillosa, relativamente sencilla de excavar pero difícil de consolidar. Rápidamente, el túnel afirmado con una mezcla precaria de cartón y engrudo se empezó a desmoronar y fue abandonado. Además, la greda y las piedras que sacaban eran dispuestas en un pequeño patio que paulatinamente se iba llenando. Era solo cuestión de tiempo para que los guardias o las autoridades del penal advirtieran el movimiento inusual de tierra.

También sopesaron un copamiento desde el exterior, pero los muros altos, las torretas con guardiacárceles armados y la cercanía con la Base Naval Almirante Zar, que contaba con un batallón de infantes de marina listos para el combate, los disuadieron de esta opción.

El comité detuvo entonces las iniciativas y rediscutió el enfoque para analizar la mejor vía de escape. Si cavar no era posible por falta de materiales y atacar el penal significaría perder la iniciativa y dejar un final peligrosamente abierto, tenían que aguzar el ingenio y salir de lo previsible.

La clave para la fuga vino de la confianza general de los guerrilleros y de cierta desidia que veían en sus custodios. A los “yugas”, como les decían despectivamente, no se los veía entrenados, ni organizados, ni convencidos. La estrategia no sería entonces entrar al penal, sino tomarlo con un engaño previo y coparlo desde adentro.

La primera medida fue conocer el funcionamiento dentro del penal. Con paciencia de presos, se dedicaron a estudiar los movimientos de las guardias dentro de los pabellones, en los muros, los tiempos de recambio de efectivos, quién era quién entre sus custodios. En definitiva, todo aquello que les permitiera anticipar y manejar episodios en la toma.

El plan, aprobado finalmente por el comité, fue que Vaca Narvaja, con cinco años de liceo militar encima, se disfrazaría de oficial del Ejército y simularía una inspección a la unidad carcelaria. Con ese engaño, irían reduciendo a los guardias y terminarían tomando el penal.

Según el planteo teórico, ahí entraría el apoyo externo con dos camiones que transportarían a los fugados hasta el aeropuerto de Trelew, en donde compañeros los estarían esperando con un avión de línea previamente secuestrado. Desde allí volarían todos a Cuba para solicitar asilo.

El anuncio de que la acción se iniciaría se daría a conocer en todo el penal y para eso los presos instalaron como hábito una suerte de peña que arrancaba a media tarde y se prolongaba cerca de una hora. Al principio los guardias intentaban callarlos y los reprimían, pero con el tiempo se resignaron al karaoke folklórico.

La señal musical de que la toma se ponía en marcha sería la zamba “Luis Burela”, aquella que contaba cómo inició la guerra gaucha el patriota salteño y que en el estribillo dice: “Luis de barbas y lanzas Burela con bravura pelear ordenó./ ¿Con qué armas, señor, lucharemos?/ ¡Con las que les quitaremos!, dicen que gritó”.

La canción aludía directamente al plan de fuga que había diseñado el comité.

A las 18.22 del 15 de agosto de 1972 comenzó a sonar la zamba y la fuga, la más ambiciosa de todas las ocurridas en la Argentina, se inició como estaba previsto. En diez minutos los presos tomaron el penal sin tirar un tiro. Incluso Vaca Narvaja se dio el lujo de devolverle el arma a uno de los guardiacárceles engañados que no había “presentado” el fusil con la energía suficiente. Sin siquiera sospechar que era el dirigente Montonero, el guardia repitió el movimiento y se la devolvió.

El comité pretendía lograr una toma sin víctimas, pero el guardia Juan Valenzuela, en un puesto de vigilancia ubicado cerca del ingreso, advirtió que era una fuga, dio la voz de alto al grupo que se le acercaba y, cuando estaba a punto de abrir fuego, recibió una ráfaga de FAL.

Ya en control de todo el penal, se abría la segunda parte de la fuga que terminaría en masacre. Al menos hasta ahí, los objetivos del comité se habían cumplido.

Escrito por
Felipe Celesia
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