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Caras y Caretas

           

La flor que nació del esfuerzo de seguir a Dios

Aunque algunos de sus tangos parezcan hablar del dolor de la existencia, el autor encuentra la esperanza como motivo en la poética discepoliana.

Es verdaderamente reconfortante en este tiempo que recordemos a una de las figuras tal vez más fecundas del universo de los creadores populares; fecunda por la riqueza de matices personales y profesionales, pero también por lo polémico que puede seguir siendo el encuentro con su obra. Así, Enrique Santos Discépolo nos convoca a pensar un horizonte abierto de sentido para nosotros, mortales, que pareciéramos solazarnos en debatir en las tinieblas.

Dos afirmaciones, en realidad, dos angustiosas confesiones que Discepolín hace en sus textos, no dejan de impresionarme. Me interpelan a teñir todo pensar, toda reflexión, con la imaginación de la vivencia del hecho relatado y la emoción consecuente que alimentaba cada palabra de sus expresiones. Cuánto hay de verdad en esas expresiones que definían su vida y mueven a pensar la nuestra. Así es el impacto que producen las palabras empleadas en el tango “Uno”, que vale nos detengamos por lo menos en un fragmento que será objeto de su aclaración posterior. Para aproximarnos a esta perspectiva de tramado conceptual, cabe consignar la acertadísima opinión de Horacio Ferrer en El libro del tango, al sostener que “Uno” “configura una de las obras fundamentales del tango para cantar. Polemizado en la hora de su estreno por quienes le atribuían una complejidad conceptual excesiva por tratarse de una canción popular, se erigió luego en uno de los sucesos de alta calidad con que la música porteña ha expresado las profundidades espirituales de nuestro hombre”. Los últimos versos del tango dicen: “Uno está tan solo en su dolor…/ Uno está tan solo en su penar…/ Pero un frío cruel/ Que es peor que el odio/ –punto muerto de las almas,/ tumba horrenda de mi amor–/ maldijo para siempre y me robó/ toda ilusión”.

EL PUNTO MUERTO DE LAS ALMAS

En un ciclo en Radio Belgrano, Discépolo tiene una expresión precisa, de una abismal fuerza emocional, conmovedora, que sólo su vuelo poético puede grabar la experiencia de esa casi desaparición de la identidad por falta de amor para construir un vínculo con el mundo. Por eso, cómo no explicar en esa imagen terrible de la escritura de ese tango que “aquello de ‘punto muerto de las almas’ no es pura invención literaria”.

“Quizás sea exagerada por salvaje –afirmaba Discépolo– la imagen de ‘si yo tuviera un corazón…’, pero que hay que vivir para entender eso y vivir intensamente, como viven tantos seres en mi tierra y en otras tierras. La gente de nuestro siglo sufre mucho. Es un período terrible y precioso (…) y así la variante de un número cambia la suma, la vida del hombre moderno, hermosa y trágica, es un juego de ilusión y de agonías que desgastan la esperanza… Lo sabido… lo deseado… lo querido… Porque no hay nada que sea tan horrendo como no creer. Ni tan triste, ni tan horrendo. Es como el pozo profundo de todos los sueños”.

No creer en la dimensión expresada por Discépolo es, ciertamente, estar ausente de toda esperanza. Ese dolor de no creer tal vez sea esa fe ausente que se ha alejado de Dios, o la atormentada búsqueda de la presencia de Dios, como expresará con contundencia y misma dimensión desgarradora de dolor en los estupendos versos del tango “Tormenta”.

En la audición radial a que hemos hecho referencia, Discépolo también confirma esa idea de hombre que lo mueve. Allí expone sus preocupaciones acerca de él en tono existencial, pero sin la tensión emocional de los versos de sus tangos. Así, “el hombre nace para vivir y la vida es un premio. Pero la vida hace del hombre una víctima sencilla. Debe cumplir con historias, sostener presentes… y labrar un porvenir… Y entonces el hombre entra en una teoría de obligaciones dramáticas que lo llevan a la más absurda negación… Se llena de obligaciones que lo empequeñecen para la lucha y lo entristecen para la ambición. Y se va negando… deshaciendo…. Enfriando”.

En ese andar por la vida sin estar situado en la esperanza, la persona se vuelve, efectivamente, un impersonal; se hace uno, alguien sin identidad; en definitiva, alguien para quien la esperanza ha dejado de formar parte de su existencia, pues ya no sostiene su proyecto de vida, sino apenas la caricatura de ella.

Empero, esta búsqueda de sentido que transpira “Uno” continúa las indagaciones de unos años antes en “Tormenta”, en el que descubrimos una dimensión de verdadera borrachera lírica sin sustraerse de la experiencia cotidiana, la dimensión metafísica de su búsqueda de sentido. Todas las preguntas antropológicas centrales se dan cita, interpreta las angustias del ser humano corriente: ¿cuál es el misterio del bien y del mal en el mundo? ¿Cómo se reparten las cargas de la vida? ¿Dónde está la presencia de Dios y su justicia?

LA FLOR DE LA ESPERANZA

Nos detenemos en un fragmento que ha inspirado estas notas, aunque no dejamos de preguntarnos qué sentimiento sostenía a Discépolo en estos versos de “Tormenta”: “Enséñame una flor/ Que haya nacido/ Del esfuerzo de seguirte, ¡Dios!”.

¿Qué paradoja conceptual moviliza la ambigüedad del sentimiento de alguien que nos afirma lo horrendo de no creer, de la ausencia de fe y, a la vez, la apuesta inundada de esperanza de reclamar contra todas las contradicciones de la vida mundana? Vivencia de la ultimidad de un momento existencial que, por otra parte, acompañó a Discépolo durante su vida. “Verdaderamente –afirmaba yo en ‘Sobre la teología discepoliana. Una conversación con José Gobello a partir de los versos de Tormenta’–, es la esperanza de un poco de claridad para lo que se muestra contra toda razón; tensión que Discépolo vivió y exteriorizó en obras (letras de tango, películas, teatro) durante toda su vida y que es aquella del hombre justo y digno que se entrega generosamente a pesar de las tentaciones o rechazos”.

¿Y qué es pues esa esperanza exigida para seguir a un Dios que, en sus palabras, pareciera estar ausente del mundo o sustraído por la infamia de la conducta humana? ¿A qué nos someteremos entonces? ¿“Espera” Discépolo una respuesta a su reclamo o su ánimo se abandona con toda su carga de limitaciones a ese pozo profundo de todos los sueños? Su fe no parece tener otro destino que sucumbir al abandono de la lucha en la que Dios y el bien no son ya parte de un mundo de luz.

Por eso, en medio de ese desasosiego que lo aleja del mundo y de sí mismo, clama por una flor… Y qué es una flor sino la manifestación transparente del surgimiento de la vida; una señal de vida que hace la diferencia contra toda impunidad porque ella representa la creencia en valores; valores que los seres humanos hoy parecen no validar. Valores que solamente se declaman, pero no se encarnan en la vida diaria de los hombres. Justamente, se trata de encontrar ante sí por lo menos una flor que haya nacido del esfuerzo de seguir a Dios, signo de lo que sostiene y de lo que permite sobreponerse a sus estados de desolación.

Y es en este punto donde la lectura de los versos se hace reveladora. La confesión que sigue a los versos que he elegido se completa con la desvalorización de sí que Discépolo siente de ese mundo que, no obstante, aspira a redimir, y redimir a costa de su desgarro físico y espiritual. De ahí que el poema cierra ese sentimiento encontrado con los otros seres humanos por su modo de vivir con una nueva invocación a Dios: “Y entonces de rodillas,/ hecho sangre en los guijarros/ moriré por vos,/ ¡feliz, Señor!”.

Esa revelación de la letra nos abre a la comprensión del título de esta nota, en honor, precisamente, al recuerdo de Discépolo, quien soñó en nosotros y con nosotros la constitución de un mundo de encuentro entre los hombres, pero que al final se abandonó a la muerte, sin más, como una flor después de iluminar con modestia y grandeza al mismo tiempo la imagen del mundo. Discépolo es esa flor que sólo puede comprenderse en el marco de esa búsqueda despojada de atavismos formales. Él es la flor que nació del esfuerzo de seguir a Dios, representada por esa esperanza que sostuvo siempre sus reclamos, pues la lucha por los valores, como pudo manifestar en varios de sus tangos, no puede llevarse a cabo si no es sostenida por la esperanza de ser y de vivir en plenitud. Efectivamente, la esperanza es la confianza de ser y existir, lo que equivale a pensarla como el suelo que sostiene la historia y la vida, tanto de las personas como de las comunidades. La palabra “sostiene”, aquí empleada, hay que comprenderla asociada al significado de “confianza”, aquello que da confianza, el suelo donde echa raíces nuestro sentimiento de futuro, esto es, lo que está fiado y cobijado en la proyectualidad de una existencia humana posible.

Escrito por
Daniel Dei
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