Casi como una imagen de película melodramática, el 23 de diciembre de 1951, Enrique Santos Discépolo murió de un infarto tomado de la mano de su amigo Osvaldo Miranda, actor, uno de los pocos que no lo había abandonado ni le había reprochado su simpatía con el peronismo. Discépolo apoyaba abiertamente a Juan Domingo Perón y no tuvo recelo en plasmar su ideología en su personaje más popular, Mordisquito.
“Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria”, decía Discépolo a través de su personaje Mordisquito, del ciclo radial ¿A mí me la vas a contar?
Tal vez fue su infancia en soledad, sin padres, la que lo hizo un hombre triste, a pesar de que intentaba demostrar lo contrario con sus chistes y su buen humor, pero quienes lo conocieron en la intimidad sabían que era un hombre invadido por la melancolía.
Su hermano mayor, el dramaturgo Armando Discépolo, asumió el papel de padre y lo introdujo en el mundo del espectáculo. Primero debutó como actor en cine y dirigió algunas obras de teatro hasta que en 1928 escribió la letra “Esta noche me emborracho”, a la que le sucederían muchos éxitos como compositor.
TANIA Y UN AMOR TURBULENTO
Para esa época conoció a la que sería su pareja durante 23 años, la cupletista española Ana Luciano Divis, Tania. Después de unos meses de relación, Discépolo abandonó la casa familiar, no sin discusiones con su hermano, y finalmente se mudó con ella. “Con Enrique nunca habíamos pensado en casarnos. No lo necesitábamos… Como solíamos decir, el pueblo ya nos había casado”, decía Tania, que había estado casada.
La relación fue, por lo menos, tormentosa. Ella era joven, osada y no era bienvenida en el círculo de amigos del autor. “Yo caía en esas tertulias como una bomba atómica: tan descarada, tan jovencita y, encima, manejando mi propio Buick, cuando ninguna mujer conducía en aquella época. Y a mí estos cráneos me aburrían como una ostra”, contaba. Pero no sólo esas diferencias debilitaron la relación.
En 1944, Discepolín viajó a México, donde conoció a la actriz Raquel Díaz de León, una joven hermosa que había sido pareja de Agustín Lara, y –dicen– perdió la cabeza. Se había enamorado. Comenzaron una relación que se mantuvo luego por cartas hasta que, dos años después, el autor de “Uno” volvió al país azteca y vivió su romance a pleno, hasta el punto de que la relación fue bendecida con un embarazo.
Raquel fue la musa de “Canción desesperada”: “Soy una canción desesperada/ Hoja enloquecida en el turbión/ Por tu amor mi fe desorientada/ Se hundió destrozando mi corazón”. Aunque el tango preferido de Raquel era “Uno”, según confesó en México (1990) durante la presentación de su libro Agustín Lara, Enrique Santos Discépolo y yo.
Cuando se enteró del embarazo, Tania viajó a México y amenazó a Discépolo con matarse si él no volvía. Finalmente, dejó a la mexicana y volvió con Tania. Otro “triunfo” de la toledana, que, según los amigos, dominaba al autor. Discépolo le tenía miedo y Tania aprovechaba esa debilidad.
En 1947, nació Enrique Luis Discépolo Díaz de León, que, a pedido del padre, fue apadrinado por Luis Sandrini y Tita Merello. Desde la Argentina, el compositor se encargó de conseguir un departamento para Raquel y su hijo y enviaba dinero rigurosamente. Sin embargo, poco antes de morir le confesó a un amigo lo culpable que se sentía por no estar cerca de Luisito.
EL OCASO EN SOLEDAD
En los primeros meses de 1951, Discépolo planeaba regresar definitivamente a México. Pero no volvió. Recibió un pedido del secretario de Prensa y Difusión del gobierno peronista, Raúl Alejandro Apold, para protagonizar la serie radiofónica Pienso y digo lo que pienso, en Radio Belgrano. A pesar de su negativa (le explicó a Apold sus planes de irse), Perón primero y luego Eva lo convencieron. Se quedó e hizo los programas en los que manifestó su adhesión al proyecto del gobierno. Estaba decidido a irse, pero el cuerpo le jugó una mala pasada. Cada vez estaba más delgado, se encontraba muy mal. Cuando murió pesaba 37 kilos: “Pronto las inyecciones me las van a tener que dar en el sobretodo”, bromeaba sobre su estado físico.
Tras la muerte del compositor, su hijo pasó años reclamando por su identidad. Enrique Luis Discépolo Díaz de León viajó a Buenos Aires por primera vez en 1967, en compañía de su madre, para reclamar, sin éxito, la herencia de su padre.
El testamento del autor de “Yira, yira”, fechado en 1950, escrito a máquina, decía: “Permanezco soltero y no tengo ni reconozco descendencia natural”. Y nombraba como únicas herederas a su hermana (un 20 por ciento) y a Tania, a quien le cedió un 80.
Los planteos judiciales iniciados por Raquel y Enrique Luis resultaron favorables a Tania. Ni el examen de ADN se permitió.
Después de otra crisis de pareja, Tania y Discépolo decidieron irse del barrio y tratar de recomponer la relación. Se mudaron a una casa en La Lucila, donde Enrique encontró un lugar tranquilo y se dedicó a las tareas de jardinería, pero ella no se adaptó y sobrevino otra crisis que culminó con el regreso al centro porteño.
Para ese entonces, el escritor sorprendía por su delgadez (no quería alimentarse) y se sentía muy triste por la pérdida de sus amigos. La mayoría lo abandonó y muchos llegaron a despreciarlo por su ideología. Y la culpa. Nunca se perdonó por abandonar a su hijo, a pesar de haberse ocupado de su bienestar.
Según el relato de Tania, en un aniversario de la muerte de Discépolo, en sus últimos años estaba muy cansado. “Se angustió mucho por el asunto ese de las charlas por radio durante el gobierno de Perón. A él nunca lo obligaron a decir algo que no quería. Él lo conocía a Perón desde que este era teniente coronel y tomó lo de Mordisquito como una obligación para consigo mismo. Lo angustió mucho la reacción de algunos amigos que dejaron de hablarle, le quitaron el saludo. Él no podía soportar que lo creyeran obsecuente. Jamás lo fue. Sin embargo, esa angustia nunca me la transmitió a mí. Nunca me dijo nada. Creo que esto tuvo mucho que ver con su muerte. El cansancio y esta angustia”.
Enrique Santos Discépolo murió en diciembre de 1951. Luis, su hijo (ilegítimo para la ley argentina), en mayo de 2017, en México. Y Tania, en Buenos Aires, el 17 de febrero de 1999. Si bien nunca reveló la edad exacta, Osvaldo Miranda dijo ese día: “Para mí, su muerte no fue inesperada, ¿sabe cuántos años tenía? 105. Tania era un milagro”.