Su último acto en suelo argentino fue comprar dos atados de Jockey Club y un ejemplar del diario Clarín. Pero no sin antes fijarse si su famosa fotografía de prontuario estaba en la portada. Y con alivio comprobó que la disolución de la Unión Soviética y las negociaciones de Franco Macri con los secuestradores de su primogénito le habían opacado la condición de prófugo. Entonces subió al Fiat Spazio –adquirido en un desarmadero de Quilmes a horas de emprender la travesía– para dejar atrás la ciudad misionera de Puerto Iguazú. El cruce del Puente Internacional Tancredo Neves, sobre el río Paraná, le llevó unos cinco minutos, desembocando así en la avenida Mercosul, ya en territorio brasileño. Recién en ese instante el tipo exhaló una bocanada de alivio. Corría la tarde del 30 de agosto de 1991.
Tres días antes, Silvia Fernández Barrio, la conductora de Nuevediario, lo puso en alerta: “Un ex agente del Batallón 601 procesado por robo implicó a César Enciso en el atentado contra Fernando ‘Pino’ Solanas”, dijo en un flash que interrumpió la telenovela Cosecharás tu siembra. El hecho es que Enciso era justamente él. Y su delator, nada menos que el Polaco, como todos en el ambiente llamaban a Norberto Cipolat.
Ocurre que ese sujeto, en sociedad con Francisco “Chicho” Basile –un viejo matón de la derecha peronista reciclado en funcionario del municipio de Florencio Varela–, andaba robando nafta a YPF por medio de una pinchadura casera que en junio de ese año causó el estallido de un depósito de Dock Sud. Por tal razón, ambos fueron a parar tras las rejas.
¿Acaso el Polaco había prendido el ventilador para que el presidente Carlos Menem y su vice, Eduardo Duhalde, no les soltaran la mano?
“¡Payaso hijo de puta!”, exclamó Enciso al apagar el televisor. Nunca mejor dicho el primer vocablo.
Porque al anochecer del 22 de mayo, una silueta enmascarada con nariz de payaso, secundado por otro con idéntico disfraz, emboscaron al realizador de La hora de los hornos para dispararle seis balas sobre sus piernas al salir del laboratorio Cine Color, de Vicente López.
–Si no te callás la boca, la próxima es en la cabeza –repitieron ambos, mientras Solanas yacía sobre la vereda.
Mientras se recuperaba de sus heridas, ese hombre no dudó en atribuir el ataque a Menem, muy ofuscado a raíz de sus denuncias por los negocios con las Galerías Pacífico y la privatización de YPF.
Sin embargo, había un nexo directo entre Cipolat y Duhalde.
El 21 de marzo de 1975, una silueta enmascarada con nariz de payaso encabezó la patota de la Triple A que produjo la llamada Masacre de Pasco; su saldo: ocho militantes secuestrados, fusilados y dinamitados en Lomas de Zamora; entre ellos, dos chicos de 14 y 16 años, además del concejal Héctor Lencina, de la JP, quien lideraba la oposición al entonces intendente Duhalde.
El payaso, claro, no era otro que Cipolat.
Luego fue conchabado por el Batallón 601 del Ejército, desde donde supo prestar invalorables servicios al régimen de facto.
“¡Payaso hijo de puta!”, volvió a bramar Enciso, 16 años después.
LA BANDA DE GORDON
En este punto conviene retroceder a fines de 1975. Por ese entonces, Pino –aquel también era su apodo– tenía un venturoso porvenir en el negocio de la sangre. Ya por esa época integraba la banda de Aníbal Gordon, un pistolero asimilado, primero, a la Triple A, y luego del golpe militar, a la SIDE bajo el mando de Otto Paladino. Este, nada menos que el responsable local del Plan Cóndor, como se bautizó la coordinación represiva de las dictaduras del Cono Sur, fue la máxima autoridad de Automotores Orletti, uno de los centros clandestinos de detención y exterminio al servicio de aquella alianza. Enciso, además, tuvo la dicha de convertirse en yerno de Paladino.
Desde 1982 hasta 1984, la banda de Gordon bifurcó sus quehaceres entre secuestros extorsivos y aprietes políticos, que incluían ejecuciones. La primera vez que el nombre de Enciso saltó a la luz pública fue por su participación en el secuestro de Guillermo Patricio Kelly, en agosto de 1983. Otros sindicados en aquella acción fueron Eduardo “Zapato” Ruffo, Marcelo Gordon (hijo de Aníbal), Carlos Rizzaro y Honorio Martínez Ruíz (a) “Pajarito”. A fines de 1987, el Viejo –como le decían a Gordon– falleció de cáncer en la cárcel de Villa Devoto, donde cumplía condena por sus crímenes durante la dictadura.
Durante el período que comprende la restauración democrática, Pino (no el cineasta, sino el criminal) vivió bajo una clandestinidad que no lo privó de ejercer sus especialidades: secuestros, asaltos y ajustes por encargo. Ya se sabe que, tras quedar a la intemperie su rol en la “advertencia” a Solanas, se mudó con premura a Brasil, donde adoptó a una niña para no ser extraditado. Hasta enero de 2011, cuando cayó detenido para su juzgamiento en la causa de Orletti. Allí le tiraron con el Código Penal por la cabeza: 25 años de prisión. En 2019 fue sacado del penal de Ezeiza para realizar un tratamiento oncológico en un hospital de Quilmes. Allí exhaló su último suspiro, en septiembre de 2019.
Fernando “Pino” Solanas murió de covid-19 el pasado 6 de noviembre en París, donde encabezaba la embajada de la Argentina ante la Unesco.
En tanto, el Polaco Cipolat aún revolotea por la vida.