La emergencia de los primeros casos de la Covid-19 en la Argentina nos condujo a un conjunto de situaciones que nos interpelan a nivel individual y colectivo. Desde las responsabilidades individuales, las autoridades nos instan a cumplir con un conjunto de prácticas, como extremar la higiene de manos y la limpieza de nuestros hogares, atender los cuidados hacia las personas cercanas que son vulnerables y mantener un estricto aislamiento social; todo ello en pos de disminuir las posibilidades de propagación de esta enfermedad infecciosa que no discrimina por género, nivel socioeconómico ni origen étnico. Estas prescripciones individuales portan un destacado compromiso social, ya que cumplirlas de la manera más efectiva que podamos supone una forma de cuidar a propios y extraños. Es así, entonces, que el acatamiento de estas prescripciones, contemplando la situación de aquellos que, por diferentes motivos, tienen que salir de sus casas, nos corre del individualismo y del egoísmo y nos conduce a un terreno de responsabilidad colectiva. Ante la ausencia de una vacuna y del debate, que seguramente sobrevendrá, en torno a su descubrimiento, al otorgamiento de la patente y a su posterior distribución mundial, la única alternativa posible es aislarnos como mecanismo para evitar el contagio.
RESPONSABILIDADES
La historia nos deja como legado una multiplicidad de relatos en los cuales se tensa la responsabilidad privada con la pública. Las epidemias o catástrofes naturales plantean momentos en los que surgen sentimientos de incertidumbre y miedos que pueden conducir a salidas individualistas o, por el contrario, a reacciones de un enorme compromiso ciudadano y solidario. Por ejemplo, durante el brote de poliomielitis de 1956, enfermedad infectocontagiosa que afectaba a las niñas y niños, los vecinos salían a las calles para pintar sus veredas y árboles con cal como un mecanismo de prevención de la enfermedad. Aún no se sabía si ese método era eficaz para evitar “la polio”, pero fue la solidaridad barrial la que prevaleció ante la posibilidad de poder actuar para ayudar al otro. Los lazos afectivos, si bien no sirven para prevenir el contagio, contribuyen a mitigar las consecuencias de las epidemias y, ciertamente, atenuar la soledad y la tristeza que sobrevienen.
En término del diseño de políticas sanitarias también podemos brindar ejemplos en relación con el modo en el que, en determinados momentos de la historia, se optó por soluciones que privilegiaron los intereses individuales de unos pocos o, por el contrario, por instancias de protección y bienestar para amplias mayorías. La segunda opción no es fácil de poner en marcha, ya que demanda de un liderazgo fuerte, de una coalición que apoye las decisiones y de una intención política que se vea acompañada con recursos económicos para implementar las medidas pertinentes.
En la historia argentina del siglo XX, sin lugar a dudas, fue durante el peronismo clásico cuando se condensaron intereses políticos y profesionales, así como numerosas demandas insatisfechas de la población. Pudo concretarse una expansión del sistema sanitario, materializado en la ampliación de la cantidad de camas disponibles, la construcción de hospitales y centros maternoinfantiles, la distribución de bienes y servicios médicos entre amplias poblaciones de país y la difusión de campañas sanitarias. Entre las rápidas respuestas que se pueden referenciar ante un brote epidémico, cabe mencionar lo sucedido en 1948 con la viruela. Esta enfermedad se consideraba relativamente controlada, ya que, a diferencia de la Covid-19, existía la vacuna. No obstante, ante la emergencia de los primeros contagiados, se produjo una fuerte oposición política y surgieron duras críticas en los medios de prensa. Con celeridad, se tomaron las medidas políticas necesarias, se aumentó la producción de vacunas, que se distribuyeron de manera gratuita en escuelas, vacunatorios y lugares de trabajo, y se fomentaron los intercambios académicos con el fin de estudiar el problema de la viruela y abordar su prevención en otras naciones.
UN DERECHO SOCIAL
Ningún gobierno está libre de tener una crisis política ante un problema sanitario, el desafío radica en poder estar a la altura de las circunstancias y tomar las medidas que tiendan al acceso gratuito a los bienes de salud. Las políticas sanitarias durante el peronismo dejaron como legado una tendencia que signó la historia argentina: el Estado es el responsable de impulsar los resortes de la asistencia sanitaria. Así, pues, consagró un principio que, por no consumarse, muchas veces se relega; la salud pública es un derecho social y debería dirigirse de manera gratuita a grupos poblacionales cada vez más amplios.
Ahora bien, retomando la actualidad y los dilemas que se nos presentan ante el coronavirus, las experiencias internacionales dan cuenta de que el sostenimiento de medidas de aislamiento físico y social y de higiene adecuada serían hoy la estrategia para limitar la velocidad de la propagación, pero también ponen de relieve que aquellos países que tienen sistemas de salud caracterizados por la rentabilidad económica y las lógicas del mercado cuentan con menos herramientas para enfrentar esta crisis pandémica mundial. La Argentina se ha distinguido en la región por contar con un sistema de salud que, más allá de sus limitaciones y exclusiones, garantiza un acceso universal y gratuito. Quizá sean esa tradición y valoración por lo público lo que diferencie las respuestas locales de las internacionales.
El escenario mundial y nacional nos posiciona, otra vez, ante un dilema de envergadura que implica pérdidas y beneficios. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a pagar como sociedad los costos que esta pandemia podría generar ante una sobresaturación del sistema de salud y, como consecuencia, el incremento de la mortalidad? ¿Podrá el sistema de salud público, gratuito y universal sortear sus consecuencias? Es muy pronto para aventurar una respuesta, pero el debate queda abierto; y es el presente que nos convoca, desde nuestra responsabilidad privada, para que, con nuestras actitudes solidarias y nuestro compromiso social, podamos tejer una malla social más resistente que reduzca las desigualdades.