El 10 de diciembre de 2019 será recordado como el último día de la tercera experiencia neoliberal de la Argentina. La primera se impuso violentamente durante la dictadura cívico-militar del 76; la segunda fue la más duradera y destructiva, se dio en el contexto de plena hegemonía del neoliberalismo durante las presidencias de Carlos Menem y de Fernando de la Rúa, ya en democracia.
El tercer episodio de la saga termina mal. Los neoliberales (que ni siquiera reconocen esa identidad como propia ya que se consideran liberales a secas) repetirán que no fue neoliberalismo. Que no se hizo la reforma laboral, que el ajuste fiscal no fue suficiente, que la apertura comercial nunca se profundizó. Y de esa manera se preparan para volver pronto con nuevos espejitos de colores de la mano del “liberalismo real” que nos sacará del estancamiento y la miseria. Pero ¿cómo es el neoliberalismo “verdaderamente existente” en nuestro país? ¿Hay denominadores comunes en estas tres experiencias que padecimos?
LA PRIMERA EXPERIENCIA
Pero el resultado más lamentable de la gestión macrista es el estado en el cual deja a casi la mitad de la niñez, juventud y adultez que tiene derecho a la educación. El equipo liderado por Martínez de Hoz creía que la economía argentina no lograba iniciar un camino de crecimiento sostenido porque durante los años previos se habían consolidado dos rasgos estructurales perniciosos que debían ser modificados radicalmente: la elevada tasa de inflación y un importante déficit fiscal. Estos problemas se originaban en la excesiva injerencia del Estado en las actividades económicas y el alto grado de protección a la industria local, por ende, la política económica debía realizar una reforma radical en el funcionamiento del sistema financiero, una política abrupta y asimétrica de apertura comercial y el ajuste de los precios domésticos, especialmente del salario. Como consecuencia de la combinación de estas políticas, el sector financiero cobró predominancia por sobre el productivo, lo que provocó una reestructuración regresiva de la industria y una mayor concentración y centralización de capital.
La liberalización financiera incrementó como nunca el endeudamiento externo y la fuga, lo que generó una situación externa de alta vulnerabilidad que culminó con una crisis que derivó en la quiebra de bancos y la estatización de la deuda privada entre 1981 y 1982. Profunda regresividad distributiva, concentración y centralización del capital, alto endeudamiento externo, arcas públicas vacías, informalidad laboral e incremento de la pobreza fueron las consecuencias más notorias del primer experimento neoliberal.
SEGUNDA ETAPA
Hacia fines de los años 80 se generaron las condiciones para una segunda experiencia neoliberal, mucho más abarcadora y profunda, que incluía un conjunto de reformas estructurales: la desregulación de los mercados de bienes y servicios, la flexibilización del mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la apertura comercial y financiera.
Al igual que en la oleada neoliberal anterior, estas medidas se implementaron con el objetivo explícito de “superar el estancamiento” y lograr la “estabilización macroeconómica”. La inusitada gravedad de la crisis de 1989 permitió que el proceso de “modernización” económica se desarrollara con una velocidad inimaginable.
Dos leyes fundamentales (Ley de Emergencia Económica y Ley de Reforma del Estado) permitieron implementar las reformas estructurales propuestas por el Consenso de Washington. Sin embargo, la estabilización de la economía no se logró hasta 1991, cuando el ministro Domingo Cavallo puso en marcha el Plan de Convertibilidad. Se trataba de un conjunto de medidas que instauraron un nuevo signo monetario, un régimen de tipo de cambio fijo por ley (algo que no entraba en ningún manual neoliberal pero que se consideraba imprescindible para estabilizar la moneda), lo que condicionaba la emisión monetaria a la disponibilidad de divisas, prohibía la indexación de contratos y permitía operar libremente en las dos monedas.
Mientras la expansión del PBI pudo sostenerse con ingreso de capitales extranjeros se mantuvieron los éxitos iniciales, pero luego de la crisis mexicana de diciembre de 1994, y ante el reflujo de los capitales hacia mercados más seguros, se hicieron evidentes las limitaciones propias de esta segunda experiencia neoliberal: recesión, endeudamiento externo elevado y fuerte deterioro del mercado laboral con tasas de desocupación de dos dígitos.
En esta oportunidad, la crisis financiera y bancaria que se desató en 2001 llevó directa- mente a una implosión del modelo con consecuencias gravísimas para la población: por primera vez, más de la mitad de los habitantes de este país habían caído bajo la línea de pobreza.
LA TERCERA OLA
Cambiemos llegó al gobierno con una promesa simple: “Mantener todo lo que estaba bien y resolver lo que estaba mal”. No había nada explícitamente neoliberal en la promesa excepto la confianza ciega en el mercado como ordenador de la vida económica. Se apostó a generar un ciclo de confianza-inversión-crecimiento a partir de la desregulación del mercado de capitales, la liberalización de las tasas de interés, la eliminación de las retenciones a las exportaciones, la dolarización de tarifas de servicios públicos, la desregulación del mercado energético y una política antiinflacionaria centrada en un fuerte control de la emisión monetaria. Sin embargo, el crecimiento tan mentado no llegó. Lo que sí se armó fue un nuevo ciclo de endeudamiento –particularmente acelerado– combinado con altas tasas de interés domésticas y apertura de las importaciones.
Precisamente, el alarmante déficit en el sector externo derivó en un reflujo de los capitales especulativos, iniciando una corrida cambiaria entre abril y mayo de 2018 que consumió las reservas y produjo una devaluación del 50 por ciento acelerando la inflación. Ante la crisis, Mauricio Macri acudió al auxilio del FMI tratando de recomponer la confianza de los inversores e iniciando un plan de ajuste del gasto público que tampoco pudo frenar la caída. La economía nunca arrancó a pesar de la cuantiosa ayuda externa y afrontó nuevas corridas cambiarias y fuga de divisas durante todo 2019, que profundizaron aún más la inflación y la caída del nivel de actividad.
Los resultados socioeconómicos del tercer experimento están a la vista: recesión, crecimiento de la pobreza y la desocupación, mayor desigualdad distributiva, alto endeudamiento público.
Como vemos, hay denominadores comunes en todas las experiencias neoliberales: la apertura indiscriminada del mercado de capitales, la desprotección a la industria, el ajuste fiscal y el alto endeudamiento externo del sector público. Ese es el neoliberalismo “a la Argentina”. Volatilidad financiera, destrucción de entramados productivos, pobreza, desigualdad, desocupación y deuda es la herencia que nos han dejado siempre cada uno de estos ciclos. Muchos perdedores y pocos ganadores en esta historia como para volver a repetirla.