• Buscar

Caras y Caretas

           

AQUÍ NO HA PASADO NADA

La Marina se preparó para la visita de la CIDH. Unos meses antes, realizó reformas edilicias en la ESMA para desmentir los testimonios de ex detenidos desaparecidos y llevó a los secuestrados a una isla del Arzobispado en el Delta.

La presión internacional era insostenible. Familiares y sobrevivientes del terrorismo de Estado no cesaban en el esfuerzo de denunciar las atrocidades que la dictadura cívico-militar llevaba adelante en la Argentina. Se hablaba de desaparecidos, de centros clandestinos de detención. La Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) era uno de los lugares señalados. Y los testimonios eran claros, tangibles: hacían referencias a escaleras, al ruido de un ascensor, a lugares donde se mantenían hacinados a los detenidos desaparecidos.

La delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) recorrió diferentes puntos del país entre el 6 y el 20 de septiembre de 1979. El edificio del Casino de Oficiales de la ESMA, epicentro del centro clandestino, fue uno de ellos. Lo que buscaban era corroborar los testimonios de los sobrevivientes que denunciaban las atrocidades vividas en cautiverio. La CIDH contaba con unos planos hechos sobre la base del testimonio de Domingo Maggio, detenido desaparecido que había logrado escaparse de la ESMA y que luego fue recapturado. Entonces, la Armada, lejos de terminar con su actividad terrorista, decidió camuflar las huellas que el terror dejaba para desmentir las “versiones” que la señalaban.

Los cambios más notorios pueden verse todavía hoy en el recorrido que propone el Museo Sitio de Memoria ESMA. Pero antes fueron las voces de los sobrevivientes las que dieron cuenta de esas mutaciones en el edificio. La sobreviviente Amalia Larralde, en su testimonio frente al Tribunal en julio de 2010, contó: “Se bloqueó la escalera que bajaba al sótano. Sacaron los tabiques, las piecitas eran tabiques, no eran ladrillos. Cambió el sótano, el [Salón] Dorado, Capucha, el Altillo donde se pusieron unas oficinas. Se cambiaron los baños de arriba. Hubo toda una modificación de la ESMA para que no fuera reconocida, fue en el verano/otoño de 1979. Para esa época (…) se empiezan a llevar a los secuestrados a Tigre, a una isla”.

SILENCIO

El muelle sostiene un cartel. “El Silencio”, dice en letras de imprenta un poco desparejas. Y esa palabra encierra mucho más que la descripción sensorial de un punto en el Delta, alejado del puerto. El Silencio es un círculo más en el infierno dantesco que la Armada argentina construyó para los detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar.

El predio, ubicado en una isla a más de dos horas de tierra firme, sobre el canal Chaná y a poco del cruce con el Paraná Mini, le pertenecía al Arzobispado de Buenos Aires, y en 1979, a raíz de la inspección de la CIDH, la Marina lo utilizó para armar un centro clandestino de detención, tortura y exterminio.  Ahí, durante la visita, ocultaron a los detenidos desaparecidos que estaban en la ESMA. Ahí, también, los marinos montaron una empresa de desmonte y una plantación de junco. Los testimonios de los sobrevivientes permitieron reconstruir que, al igual que en la ESMA, allí se los sometía a jornadas de trabajo esclavo.

En el lugar había dos construcciones montadas sobre pilotes, típicas en las zonas de río, a las que se identificaba como “casa grande” y “casa chica”. La grande tenía unas cinco habitaciones, dos comedores, dos baños y galerías y la usaban para alojar a los detenidos destabicados que habían sido llevados para el trabajo esclavo. A la casa chica se accedía por un sendero que cruzaba un arroyo. El sobreviviente Víctor Basterra recuerda haber estado encerrado durante más de treinta días en una celda fabricada debajo de esta construcción.

“Ese espacio de abajo había sido cerrado, era muy bajito, me acuerdo, y nos hicieron tirar en el suelo. Nos tuvieron ahí mientras esta Comisión recorría el altillo (Capucha), los lugares que habían sido denunciados, y obviamente no había nada”, declaró Norma Cozi frente al Tribunal en 2010.

Basterra contó en innumerable cantidad de oportunidades que el piso era de tierra cubierto con un nailon grueso y que las condiciones inhumanas de higiene llevaron a que los secuestrados sufrieran infecciones intestinales, sarna, piojos, entre otras calamidades. Ahí también permanecieron detenidos otros secuestrados, algunos de los cuales aún continúan desaparecidos.

ESCLAVOS

El sobreviviente Alfredo “Mantecol” Ayala declaró ante la Justicia que fue llevado a la isla del Tigre, junto a otros detenidos desaparecidos, para trabajar. “Ahí nos presentan al arquitecto Mario Vigati, que era otro detenido. Mario era el encargado de hacer las renovaciones y dirigirnos en el trabajo. Estuvimos trabajando en la isla como un mes y medio, reconstruimos la casa, cortábamos el pasto, cortábamos árboles con una sierra que había ahí. Ellos nos decían que teníamos que simular para que los isleños vecinos no se dieran cuenta de que ahí iba a funcionar por un tiempo un centro clandestino de detención. (…) [Además] funcionaba una empresa de desmonte y una plantación de junco para mimbrería. Nos llevan como mano de obra esclava a la isla a desmontar árboles, o sea, nos hacían levantar a las siete de la mañana y trabajábamos hasta las siete, ocho de la noche y hacíamos todo tipo de trabajo, sufriendo también cuando no queríamos levantarnos, nos molían a golpes.”

Otra forma del trabajo esclavo era la actividad doméstica: “Nos avisan que vamos a ir a una isla, todos. Los que estamos en Pecera y los que están en Capucha vamos a tener tareas en la cocina, nos vamos a turnar para cocinar para todo el personal. Yo en la isla cocino”, refirió Thelma Jara de Cabezas en su declaración frente a los jueces durante el Juicio a las Juntas en 1985.

El caso de Jara de Cabezas es emblemático en relación con el armado de los operativos de prensa que los marinos hacían en complicidad con el periodismo para desprestigiar a los organismos de derechos humanos que hacían campañas, sobre todo, en el exterior. Secuestrada el 30 de abril de 1979, Jara de Cabezas fue fotografiada por los miembros del grupo de tareas de la ESMA para simular que se encontraba en libertad, en Uruguay. También fue obligada a escribirles cartas al Papa, a Videla, a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y a otras personalidades de la Iglesia, la política y los derechos humanos en la que “denunciaba” la falsedad de su desaparición. La revista Para Ti le hizo una entrevista ficticia a la que tuvo que asistir con otro desaparecido que se hacía pasar por su sobrino, en la que narraba cómo la guerrilla había engañado a su hijo. La nota se tituló: “Habla la madre de un subversivo muerto”, y tenía fotos de Thelma previamente ataviada en una peluquería.

Durante la visita de la CIDH se planificó que ella se entrevistara con la delegación, pero eso no pudo concretarse. Sin embargo, los marinos la hicieron viajar a Uruguay de forma clandestina, vigilada, y allí se concretó el encuentro con la comisión de la OEA. Después, fue trasladada una vez más a la ESMA, donde permaneció desaparecida hasta diciembre de 1979.

Escrito por
Juan Carrá
Ver todos los artículos
Escrito por Juan Carrá

Descubre más desde Caras y Caretas

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo