Por Alberto López Girondo. Todos en México sabían que Andrés Manuel López Obrador alguna vez iba a ser presidente, aunque el establishment hizo todo lo posible para impedirlo. Sin embargo, a 23 años de su primera gran aparición en El Zócalo, este nieto de un emigrado español de la guerra civil tomó el bastón de mando con un puñado de gestos que definen de qué viene “la cuarta transformación”.
En la plaza más significativa del país, el 9 de junio de 1995 dejó ante una multitud los documentos probatorios de que el candidato que le había ganado la gobernación de su Tabasco natal había cometido todo tipo de tropelías para torcer la voluntad popular. Este 1 de diciembre levantó la mano hacia el poniente y saludó al viento mientras sonaba un caracol en una invocación a los ancestros indígenas del pueblo mexicano. Frente a él estaba una representante de los pueblos originarios, vestida de blanco.
“A ti corazón de la tierra, a ti corazón del agua, a ti corazón del aire y a ti corazón del fuego”, se escuchó por los altoparlantes.
La otra ceremonia, la “toma de protesta” constitucional, se había hecho ante varios jefes de Estado que también dieron para el comentario. Junto al rey de España estaba el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, reconocida por no más de 80 países, y junto al venezolano Nicolás Maduro, el cubano Miguel Díaz-Canel. Por la Argentina viajó la vicepresidenta Gabriela Michetti, a regañadientes y pidiendo disculpas por irse de la cumbre del G20.
Este 1 de enero, AMLO, por sus siglas, como es el usual en México, envió a Brasil para la asunción de Jair Bolsonaro a su secretario de Agricultura y Desarrollo Rural.
No fue el del 1D el primer acercamiento de AMLO a los pueblos originarios. Recibido en Ciencias Políticas y Administración Pública en la Universidad Autónoma de México, comenzó a militar en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), de la mano de otro tabasqueño, el poeta Carlos Pellicer. En 1977 fue nombrado por el gobernador de ese estado como delegado en el Instituto Nacional Indigenista (INI), donde estuvo hasta 1982. Allí promovió la entrega de créditos sin avales para que los pobladores pudieran reemplazar sus chozas con viviendas de material y desarrolló un sistema de cultivos en “camellones”, una suerte de islotes sobre los pantanos. También organizó piquetes contra Pemex por haber contaminado territorios campesinos.
Sobre esa matriz, AMLO fue construyendo una imagen de hombre de pueblo. En un contexto como el mexicano, eso da “izquierdista”. Y cuando quiso presentarse para gobernar el entonces llamado Distrito Federal, arreciaron las críticas sobre su cercanía ideológica con Hugo Chávez, que él no negó. También aquí hubo tres intentos hasta llegar al gobierno en la década de 2000, integrando el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Inició en ese momento un ritual que ahora padecen los periodistas mexicanos: ofrece ruedas de prensa todos los días a las 6 de la mañana.
Cuando enfrentó dilemas políticos de envergadura, llamó a consulta popular, como ocurrió con la construcción de una autopista de doble piso. Estableció pensiones para adultos de más de 70 años, programas de asistencia para madres solteras, construyó escuelas, hospitales y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). En fin, que se lo acusó de populista.
AVANCE INCONTENIBLE
Su índice de aprobación crecía y su avance sobre el gobierno nacional parecía incontenible. Fue así que se activó un proceso judicial por desacato a raíz de obras viales sobre terrenos expropiados por el anterior alcalde capitalino pero que AMLO continuó. La Procuraduría General de la República (PGR) pidió su desafuero en 2005, cuando AMLO dijo que sería candidato presidencial. Era difícil no pensar que Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN), trataba de sacarlo del medio. El Congreso –donde el PRD era minoría– votó su desafuero y AMLO dejó el cargo para defenderse ante la Justicia y evitar su proscripción. Finalmente, renunció el procurador, y el sustituto desistió de la acción penal.
El 2 de julio de 2006, con una participación de menos del 60 por ciento, el Instituto Federal Electoral (IFE) anunció un empate entre AMLO y el representante del PAN, Felipe Calderón. Pero el “populista, izquierdista, chavista, castrista” denunció fraude. Casi dos meses después, y sin hacer caso a la demanda de un reconteo general de cada urna, el IFE le dio el triunfo a Calderón, que sería conocido extraoficialmente como “Fecal” (en este caso se usaron las sílabas por razones obvias) por 72 centésimas, o 243.934 sufragios sobre casi 42 millones de votantes. Los plantones de los partidarios de AMLO en El Zócalo lo catapultaron al conocimiento internacional.
En 2012, gana la elección Enrique Peña Nieto, por el PRI. AMLO queda a menos de seis puntos. Con su partido recién fundado, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), se dedica a recorrer incansablemente el país y consolidar fuerza propia para que la tercera sea la vencida.Un filósofo argentino exiliado en México desde los años 70, Enrique Dussel, solía criticar en la izquierda latinoamericana que en su pretensión de ser laica y hasta atea había dejado de lado las creencias populares. Quizás la cercanía de Dussel haya inspirado el acrónimo, ya que Nuestra Señora de Guadalupe, la Virgen Morena, es el culto más importante de México. Gustan decir por esas tierras que los mexicanos creen más en la Virgen que en el propio Señor de los Cielos.
AMLO supo aglutinar detrás de su proyecto a sectores populares, de izquierda y clases medias, pero también a empresarios preocupados por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y todo lo que implica para México, “tan lejos de Dios y tan cerca de EE.UU.”.
En un país que le dio refugio a Trotski cuando era un paria internacional, en 1936, pero que también alumbró la conspiración que lo asesinó en 1940, por orden de Stalin, AMLO aparece como una nueva vuelta de tuerca en su historia. Y así se presenta, como el líder de la cuarta transformación. La que sigue a la Independencia (1810-1821), la Reforma de Benito Juárez (1858-1861) y la Revolución Mexicana (1910-1917).
La pregunta que se hacen los mexicanos es si podrá, “si lo dejarán”. La oposición ya se lanzó a una guerra frontal. Un plebiscito determinó que no se construirá el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en Texcoco, con lo que se enfrenta a los bonistas, que se aliaron a fondos buitres para demandar al Estado. También hay chisporroteos con los jueces, que se niegan a un recorte en sus salarios alegando que son derechos adquiridos. Y el decreto de aumento del salario mínimo de 16 por ciento ya disparó quejas empresariales. El problema de la violencia será, con todo, el gran desafío de su gestión.