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Caras y Caretas

           

La poética de lo invisible

Adrián Dárgelos. Foto: Pía Figueroa

La voz de nadie, el nuevo poemario de Adrián Dárgelos, se desgrana entre la masa para afirmarse en una singular contrariedad, en la ambigüedad de un tiempo que se derrumba sin pausa ni freno.

En los tiempos que corren –de narcisismo virtual y de ansias de reconocimiento de autorías varias y diversas–, el anonimato no deja de ser un gesto interesante. Más aún cuando el poeta que firma su nuevo poemario titulado, justamente, La voz de nadie, es el líder –la voz– de una banda de rock masiva. En esta contradicción se juega solo una parte, productiva, por cierto, de la nueva apuesta de Adrián Dárgelos, frontman y letrista de Babasónicos, una de las últimas bandas significativas del rock nacional.  

Hacia el final del libro, un puñado de poemas predisponen una atmósfera distópica: cuando llegue el tiempo, y las instituciones y las formas establecidas de socialización se derrumben, “no habrá manera de cargar lo atesorado,/ como en los naufragios/ se salva solo lo que llevemos en los bolsillos”, se lee en “La suerte de la destrucción”. Entre la crítica a la mercantilización y el énfasis en una vida minimalista, el único residuo de valor, se afirma en “Tesoro”, subyace en las variadas formas de la literatura: “En el único lugar/ en el que todavía queda oro,/ es entre las páginas de un libro”. Como si el hundimiento general fuera parte del proceso necesario en el camino para hacer, de la personalidad, una nadería; camino complejo, que se conduce a tientas del sentido. Así, acuden los versos finales (de “Tesoro”, y del poemario): “Imposible/ entender de una sola vez/ el camino/ donde convertirse en nadie”.

La poesía se hace

Portada: Maximiliano Anselmo.

En esa voz de nadie se oyen también los ecos de un ser –de una función– que se desviste de autoridad: Dárgelos, al igual que ocurrió con su primer libro (Oferta de sombras, de 2019), se muestra reacio a comentarios personales o entrevistas alrededor de su poesía. Como si su voz –su voz reconocida, de músico, de celebridad– debiera desaparecer ante un hablante poético que se hace solo o, mejor, a sí mismo: mientras escribe en “Las cosas que son” que la matemática se piensa, el amor se plagia y la música se deja hacer, por su parte, la “Poesía se hace”. Se hace, sí, en un tono cínico y derrotista en el que la singularidad sabe a orfandad, el presente, a caos, y la humanidad, a desperdicio: “Pasaron muchas generaciones/ desde cuando solo/ nos preocupaba comer” (se afirma en “Lo humano”).

Para este hablante poético el goce y el placer son producto del esfuerzo anónimo y del trabajo de los oprimidos; esta es la “Vida a crédito” que se obtiene gracias –antes que a la voz– al cuerpo y al tiempo de otros “nadies”. Esta invisible fuerza laboral (a veces esclavizada por convencionalismos) es la que hace posible la fuerza de vida de los ansiosos de autoría y notoriedad. En “Trabajadores del ego” se lee: “Hay obreros del sentido común/ peones deseando república,/ obsecuentes de pasillo,/ rameras del éxito,/ niñeras del mismo diablo,/ jornaleros de las sensaciones,/ mozos del éxodo,/ gerencias varias de perra de otros;/ trabajadores del ego”.

En las tensiones entre el yo y cierto aburguesamiento gregario, entre individuo y sociedad, entre autoridad y anonimato, entre cinismo y autenticidad, Dárgelos postula un presente desangelado que se inscribe, a pesar de la fragmentación actual de los discursos, en vastas aglomeraciones impersonales. De esta forma, lograr el éxito implica irónicamente “vivir el triunfo/ del sindicado de los sentidos”. La voz de nadie se desgrana, así, entre la masa –virtual, social, política– para afirmarse en una singular contrariedad, empantanada en la ambigüedad de un tiempo que se derrumba sin pausa ni freno.

Escrito por
Tomás Villegas
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