El cambio climático (CC) es el principal problema al que se enfrenta hoy la humanidad. No hay rincón alguno en la Tierra en que no se manifieste el deterioro ambiental planetario y se vean afectados los recursos naturales –sean renovables o no renovables–, base material/natural de la actividad económica. Un abordaje integral de la cuestión del CC, más allá de la evaluación de los expertos del clima, nos remite al funcionamiento del sistema productivo globalizado y a la creciente desigualdad social emergente del mismo como soporte de un sobreconsumo innecesario de bienes y servicios por parte de una fracción minoritaria de la humanidad. Bienes y servicios que, surgidos en base a una matriz energética donde priman los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas, que son recursos naturales no renovables), originan la mayor proporción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que provocan el Calentamiento Global y el consiguiente CC.
El CC es el principal costo ambiental del formidable progreso humano en los últimos 200 años. El consumo de bienes y servicios que proporciona un proceso productivo basado desde la Revolución Industrial en combustibles fósiles ha significado un enorme progreso social y material –aunque desigual– de la humanidad. En apenas dos siglos de la historia humana pasamos de una expectativa media de vida global de 30 años a una de 73. No hace tanto: estamos hablando de los abuelos de nuestros abuelos o bisabuelos.
TEMPERATURAS MAYORES
En relación a las consecuencias del CC en la naturaleza, los mares se están calentando y acidificando, provocando la desaparición de los arrecifes de coral. Las temperaturas medias cada vez son mayores, generando alteraciones en el régimen de lluvias, causando sequías, inundaciones y olas de calor. Muchas especies de plantas y animales están siendo desplazadas y desapareciendo. Con una estimación de extinción diaria de 150 especies, estamos en mitad de la sexta extinción masiva (la quinta, hace 65 millones de años, fue la de la era de los dinosaurios). La pérdida de biodiversidad es un asunto serio: probablemente sea el más relevante entre todos los efectos causados por la actividad humana que han deteriorado la biosfera y donde tiene un rol central el CC.
No hay precio posible que pueda compensar la extinción de una sola especie viva, incluso la que se nos pueda aparecer como la más insignificante. ¿Quién puede asegurar con fundamento comprobable que tal o cual especie que se extinga sea irrelevante para la vida humana o, más precisamente, para la biosfera? Ante esta pregunta sin respuesta, se estima que solo en las últimas cinco décadas se produjo una disminución del 58 por ciento en la población mundial de peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles debido a la pérdida de hábitat y la degradación de los recursos naturales.
¿Quiénes son los responsables del problema del CC? Pues bien, solo el 10 por ciento de la población mundial con más altos ingresos genera casi el 50 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) que provocan los GEI. El 50 por ciento de la población mundial con menores ingresos solo es responsable de la generación del 10 por ciento de dichas emisiones. Así, el 30 por ciento de la población mundial con mayores ingresos –que podríamos identificar como clase consumidora mundial y que se estima en 2.100 millones de personas distribuidas en todos los países– genera el 80 por ciento del total de las emisiones de CO2 que provocan los GEI, que a su vez originan el Calentamiento Global y el consecuente CC, mientras que el 20 por ciento de las emisiones restantes son responsabilidad del 70 por ciento de la población mundial con ingresos menores.
NECESIDADES Y DESEOS
En este contexto, es ineludible diferenciar las necesidades de los deseos humanos. Las necesidades para una vida digna y razonable son limitadas. Los deseos no tienen límite, lo que no obsta que puedan acotarse en forma sensata. Tal como sostiene Edgar Morin: “[Ante] la necesidad de una moderación en el consumo (…) fomentar la toma de conciencia de que la búsqueda desesperada de satisfacciones materiales proviene a menudo de profundas insatisfacciones psíquicas y morales”. Como sostienen los autores del emblemático Los límites del crecimiento, Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows: “Las personas no necesitan automóviles enormes; necesitan admiración y respeto. No necesitan un flujo constante de ropa nueva; necesitan que otros las consideren atractivas (…) no necesitan juegos electrónicos; necesitan algo interesante en que ocupar sus mentes y emociones. Y así sucesivamente. Tratar de colmar necesidades reales pero inmateriales –de identidad, comunidad, autoestima, superación, amor, alegría– con cosas materiales es crear un apetito insaciable de falsas soluciones para deseos nunca satisfechos. Una sociedad que se permite reconocer y articular sus necesidades inmateriales y encontrar maneras inmateriales de satisfacerlas requeriría caudales de material y energía mucho menores y aportaría niveles mucho más altos de plenitud humana”. Moderar los deseos de las generaciones presentes no es un llamado a la buena voluntad de las mismas sino un llamado a la responsabilidad ante las generaciones futuras, siempre que convengamos que tienen los mismos derechos que las actuales generaciones respecto a las condiciones y recursos naturales disponibles para su sobrevivencia en el mismo planeta finito que habitamos.