El 16 de septiembre de 2005, la portada del diario Clarín anunció una noticia de gran impacto: “Kirchner le paga ya toda la deuda al FMI”.
El ocupante de una suite ubicada en el piso 21 del hotel Sheraton clavó la vista en ese título.
Sobre él pesaba un récord: desde hacía casi dos años y seis meses que se encontraba alojado en aquel sitio. Una rareza.
Porque fue el 12 de febrero de 2003 cuando ese ciudadano peruano alto y corpulento, con barba y pequeñas gafas de lectura que aliviaban la rusticidad de su figura, se registró allí con un pasaporte expedido por la ONU a nombre de Jorge Baca Campodónico. Era parte de una misión conjunta del FMI y el Banco Mundial (BM).
Sus otros integrantes llegaron al día siguiente.
Venían a renegociar contratos de las empresas privatizadas de servicios públicos, o sea, a exigir el aumento de tarifas. Pero él, un ingeniero de 53 años con posgrado en Econometría, ya no estaba disponible.
La noche anterior, no bien descendió del taxi que lo llevó al hotel desde un piringundín del Bajo, fue rodeado por cuatro sujetos. El que llevaba la voz cantante le mostró una credencial de Interpol.
Él, con alguna copa de más, invocó “inmunidad”, pero el policía le dijo:
–Déjese de joder. No la haga más difícil.
Y fue subido a un vehículo con baliza en el techo.
Aquella madrugada la pasó en un calabozo de la sede policial situada sobre la calle Cavia al 3000. Al clarear, lo llevaron a los Tribunales Federales de la avenida Comodoro Py. Allí lo aguardaba el juez Rodolfo Canicoba Corral.
Sus colegas del FMI y el BM, en tanto, aún lo esperaban en vano.
EL SOCIO DEL SILENCIO
Mucho antes, durante una tarde del otoño limeño de 1998, Baca Campodónico estaba en un despacho amplio y lujoso.
Frente a él, entronizado ante un escritorio repleto de papeles, lo miraba un tipo esmirriado y cincuentón, de mirada turbia y una calva disimulada con un mechón de pelo teñido que le subía desde la sien derecha.
–Ya sabes lo que esperamos de ti, Jorge –le soltó.
Baca Campodónico acababa de dar el gran salto: era el nuevo ministro de Economía del gobierno de Alberto Fujimori.
–Cuente con eso, capitán –fue su respuesta.
El “capitán” en realidad ya no tenía rango militar, puesto que lo habían echado del Ejército por diversos actos de inconducta, corrupción y espionaje a favor de la CIA. Se llamaba Vladimiro Montesinos.
Era jefe del Servicio de Inteligencia Nacional del Perú (SIN), cargo que alternaba con el de jefe del Consejo de Seguridad, además de crear el Sistema de Contrainteligencia (Sicon), al que definió con criteriosa síntesis como “la estructura inmunológica del Estado”. De modo que fue el gran represor del régimen encabezado por el presidente de origen nipón. Y su recaudador.
De esto último, Baca Campodónico sería su alfil.
–Esperamos mucho de ti, Jorge –insistió don Vladimiro.
Lo cierto es que el nuevo ministro cumplió con creces.
En solo siete meses de gestión articuló salvatajes irregulares a bancos relacionados con Montesinos, desvió fondos del Ministerio de Defensa hacia el SIN y el bolsillo de Montesinos, autorizó compras fraudulentas de material bélico a Rusia efectuadas por Montesinos y evitó la fiscalización de ingresos a los allegados de Montesinos, entre otras trapisondas.
Ya se sabe que en 2000, presionado por una constelación de desventuras políticas, económicas, parlamentarias y judiciales, el Chino –tal como se lo se lo llamaba a Fujimori– aprovechó una gira oficial para escapar hacia Japón. A Montesinos se le vino la noche. Y el pobre Baca Campodónico quedó a la intemperie.
Tras también poner los pies en polvorosa, Montesinos fue atrapado en Venezuela a mediados de 2001 y deportado a Perú. Ya condenado a 25 años de prisión, languidece en una celda de la Base Naval del Callao, donde él solía recluir a sus presas.
Por su parte, tras un proceso de extradición solicitado a Chile –a donde llegó desde Tokio–, Fujimori enfrentó a la Justicia peruana recién en 2005, siendo condenado a perpetuidad. Pero, ya gravemente enfermo, fue indultado a mediados de 2017.
En cambio, Baca Campodónico, a pesar de las profusas causas penales en su contra, fue recibido con los brazos abiertos en el FMI.
Pero su buena estrella se apagó en aquella noche porteña de 2003.
VIDA DE HOTEL
Tras su indagatoria, el juez le concedió el arresto domiciliario. Desde entonces estuvo confinado en esa suite del Sheraton. El FMI corría con los gastos.
Sus ex colegas solían visitarlo en cada uno de sus viajes para auditar las cuentas del Palacio de Hacienda. Él se quejaba, entre aburrido y resignado, de la lentitud judicial y por la notable indiferencia del gobierno kirchnerista hacia su “investidura”.
Luego –y por un largo tiempo–, los auditores del FMI dejaron de venir al país. Y él continuaba recluido en su habitación
En tales circunstancias, aguardaba ansiosamente la visita de su abogado, Roberto Durrieu, ex funcionario de la última dictadura.
También venía desde Perú su esposa, Emilia del Rosario, quien pasaba largas horas de su estadía en la pileta y el gimnasio del hotel.
Meses después, Canicoba Corral le levantó la “domiciliaria”. Aunque no la prohibición de salir del país. Y él siguió alojado en el Sheraton, gozando de libertad ambulatoria y siempre con los gastos pagos por el FMI.
Baca Campodónico fue finalmente extraditado a Perú en 2007. En Lima terminó condenado a siete años de prisión en suspenso.
Ahora dirige su propia consultora. Y jamás volvió a Buenos Aires.
En mayo de 2011, al entonces caudillejo del FMI, Dominique Strauss-Kahn se lo arrestó por saciar sus bajos instintos en un hotel de Manhattan con una camarera guineana, a la que obligó a practicarle sexo oral. Una metáfora del vínculo entre ese organismo multilateral y los países pobres. Su imagen desencajada, ya con las muñecas esposadas, dio la vuelta al mundo al ser transmitida en vivo por TV.
Quizás Baca Campodónico haya sido uno de los televidentes.