La emblemática fotógrafa fue el gran amor de la creadora de “El reino del revés”. Su relación desafió las normas de una sociedad retrógrada y también se desarrolló en el plano profesional.
Sara Facio no solo fue lo que es: una fotógrafa de extraordinario talento nacida en 1932, por cuyo lente han pasado figuras del talante de Leopoldo Marechal, Antonio Berni, Tita Merello, Julio Cortázar, Astor Piazzolla, Mercedes Sosa y Aníbal “Pichuco” Troilo, entre muchas más. O bien de pasajes extraordinarios de la historia política argentina, como aquella foto llamada “Los muchachos peronistas”, que refleja a cuatro jóvenes (tres pibes y una piba) bancando la patriada del 1o de mayo de 1974, en Plaza de Mayo; o aquella otra que muestra al pueblo llano llorando a Juan Perón, durante sus exequias, ambas tomadas ya como dueña de La Azotea, editorial fotográfica que compartía con María Cristina Orive.
Curadora y periodista, además, Sara fue y es, también, la mujer que ocupó el amor de María Elena Walsh durante los últimos treinta años de vida de la artista nacida dos años antes que ella, en Villa Sarmiento. Una trama vivencial intensa, que incluso empezó antes de que cruzaran las primeras palabras, las primeras miradas. Ambas habían estudiado en la Escuela de Bellas Artes
Manuel Belgrano, por caso, sin que una tuviese la suerte de encontrarse concretamente con la otra. Devendrían años para que se conocieran. Entre medio, pasó que a Sara –precisamente a instancias de una profesora en común que ambas habían tenido en el Bellas Artes– la había fascinado Otoño imperdonable, poemario que Walsh había escrito con apenas 17 años. Pasó además el largo viaje a París que María Elena encaró en 1952, junto a su otro yo musical y humano de entonces: Leda Valladares. Un destino que
también tendría Sara, a causa de una beca que le había otorgado el gobierno francés en 1955, año que dedicó a visitar museos galos, además de estudiar artes gráficas allí, junto a Alicia D’Amico, su socia y amiga de entonces.
Pero tampoco se encontraron tras el océano. Hubo de transcurrir eso (y más) para que Facio finalmente retratara a María Elena a trasluz de su exquisito lente. Para que se fueran conociendo durante la década de los sesenta, mientras eran casi vecinas, dado que la escritora tenía un programa en Radio Municipal, cuya sede estaba justo a la vuelta del estudio profesional de Sara.
PRIMER ENCUENTRO
Fue la época en que Walsh editaba Hecho a mano y debutaba en el teatro Regina junto a Leda, mientras Sara proponía hacerle aquellos primeros retratos en su estudio. “Ella estaba acostumbrada a que las fotógrafas de esa época fueran mayores, como Annemarie Heinrich o Grete Stern”, contaría luego Sara, al recordar que la primera reacción de María Elena al verla fue que le parecía más vieja. “Era una situación rara. Una escritora admirada, pero de mi edad, a quien debía tutear de entrada sin conocerla y no parecer insolente. La comunicación no fue fácil, pero se estableció”, sostuvo la fotógrafa, en una entrevista publicada por el sitio deramosdigital.com.ar.
Hacia fines de los 70, el vínculo entre ambas se fue fortaleciendo a causa del trabajo que ambas hacían –cada una desde su métier, claro– en el teatro Regina. Y terminó de fortalecerse cuando a Walsh le dio por cuidar a la madre de Sara, que estaba internada en un hospital. Así nació el amor total y definitivo entre ambas. Sara compró un departamento pegado al de su amiga: derribó la pared que separaba ambos y así construyeron el techo común que compartirían hasta el fallecimiento de la escritora, en 2011.
El vínculo de amor entre ellas, por cierto difícil de develar socialmente teniendo en cuenta la moralina de la época, fue finalmente revelado por Walsh a través del nodal Fantasmas en el parque, libro de corte casi autobiográfico, publicado por la editorial Alfaguara, en 2008. En él, además de evocar sus años mozos, los primeros coqueteos líricos con la poesía, las experiencias de sus viajes a Estados Unidos y a Francia, su etapa cancionera y sus pensamientos cuando le diagnosticaron cáncer en los huesos en 1981, revela que Facio fue su gran amor. “Sara no tiene nada de hermana. Es mi gran amor que no se desgasta, sino que se convierte en perfecta compañía. A veces la obligué a oficiar de madre, pero no por mi voluntad sino por algunos percances que atravesé, de los que otra persona hubiera huido, incluida yo. Pero ella se convirtió en santa Sarita”, se atrevió a escribir María Elena, pese a su pudor casi victoriano y al de los medios de comunicación que, a sabiendas del enigma resuelto, seguían llamando
a Sara “la amiga inseparable de María Elena”.
TRABAJO CONJUNTO
El trabajo profesional a dúo, en tanto, quedó perennemente reflejado en dos libros que combinaban las fotos de una con los textos alusivos de otra. Uno es el revelador Sara Facio-Alicia D’Amico. Fotografía argentina 1960-1985, y el otro, posterior, titulado Sara Facio, retratos. “Tomar fotos de una persona y no de otra es ya una toma de posición. Sacarle fotos a Neruda, a Julio [Cortázar], a María Elena [Walsh] hablaba de mí y de mi postura frente a la vida. En general, he tomado fotos de gente que me gustaba. Entonces siempre hubo un clima armónico, nada forzado y de admiración”, diría Facio, sobre la sinergia con Walsh, en palabras vertidas a la revista Contrastes el 17 de agosto pasado.
Hoy, a sus 90 años, la fotógrafa permanece inseparable de su gran amor a través de la Fundación María Elena Walsh, que preside desde 2017, con el fin de preservar y difundir la obra musical y literaria de la “inigualable artista argentina”, según data el portal de la Fundación.
Facio también colgó en su página personal de Facebook una foto que le había hecho a la compositora andando en bicicleta, mientras filmaba Juguemos en el mundo, en la localidad de Pasteur, y la graficó con el poema “Nada más”: “Con esta moneda/ me voy a comprar/ un ramo de cielo/ y un metro de mar/ un pico de estrella/ un sol de verdad/ un kilo de viento/ y nada más”. El 29 de abril de 2019, la reportera gráfica dio otra entrevista a Infobae, en la cual resumió su visión sobre Walsh: “Son muchos años de una
obra que llegó a muchas personas. Me parece que las cosas que son realmente buenas, que llegan a la gente, al pueblo, se convierten en folklore. Es maravilloso, lo mejor que puede sentir un artista es ser representante de lo que es su país, de lo que es su gente. La esencia del país. Cuando María Elena habla de la patria todos sentimos que es en serio, que los jazmines son argentinos. Cuando habla del idioma de infancias sabemos muy bien a qué se refiere, entonces por eso creo que va a perdurar”.