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Caras y Caretas

           

DE PUNTA DEL ESTE A LA HABANA

Una alarma en la ostentosa costa uruguaya finalizó en un profundo tratamiento en la isla de Fidel. Años difíciles en la salud del Diez, recordados por Alfredo Cahe.

Ese verano de 2000 no sería uno más. Para Diego, para su familia y para el “mundo Maradona” sonó una sirena que alertó, esta vez de manera determinante, sobre la salud del futbolista. Ya no se podía desmentir, minimizar ni mitigar la situación que el mejor jugador de todos los tiempos atravesaba. Es más, sería el propio Diego el primero en reconocerlo puertas adentro, según cuenta Alfredo Cahe, su médico durante más de treinta años.

Maradona había decidido pasar las últimas horas de 1999 y las primeras de 2000 en una chacra en Punta del Este. Pero cuatro días después de iniciado el año, la preocupación daba vuelta al mundo en primera plana: Diego se encontraba internado, en grave estado, en una clínica privada en Uruguay. Jorge Romero, el primer médico en atenderlo de urgencia en la finca, relató años después que fue el propio Guillermo Coppola quien lo llamó de urgencia diciéndole que no podía despertarlo desde hacía dos días. A pesar de las desmentidas iniciales de quienes se encontraban junto al futbolista, los análisis indicaban la presencia de clorhidrato de cocaína en sangre y orina. Ese verano fue un antes y un después para Diego y sus tratamientos médicos.

“A las 48 horas de haber sido internado en el Sanatorio Cantegril, viajo de urgencia para allá. Me encontré con un Diego ya lúcido, pero con insuficiencia cardíaca, insuficiencia respiratoria y con alteraciones en la sangre. Todo esto, claramente por cuestiones de drogas. Él no venía haciendo ningún tratamiento hasta ahí. Este fue el primer gran llamado de atención”, relata Alfredo Cahe. Lo que Diego necesitaba de manera urgente, según su médico, era un tratamiento cardiovascular, neurológico y psiquiátrico al mismo tiempo; cosa que no muchos lugares podían ofrecerle. Por lo tanto, lo primero que había que lograr era sacar a Maradona de Punta del Este.

“Allí comenzó otro problema. La jueza que tenía la causa (en la que se investigaban las horas previas a la internación) no quería dejar salir a Maradona de Uruguay porque aseguraba que no estaban dadas las condiciones para su traslado. Yo me tuve que hacer cargo de llevarlo a Buenos Aires en un transporte seguro. No había otra opción que un avión privado”, recuerda Cahe.

El 9 de enero le otorgaron el permiso y al día siguiente Maradona ya se encontraba internado en el instituto neurológico Fleni, en el barrio porteño de Belgrano. Tres días más tarde, también por decisión de su médico, sería trasladado al Instituto Cardiovascular Sacre Coeur, en Barrio Norte. Allí, comenzó a planearse un tratamiento en La Habana.

Como era de esperarse, y como ocurrió hasta el día de su muerte, donde Diego era trasladado provocaba una profunda conmoción: puertas adentro de las instituciones, con el propio personal de salud y hasta con infiltrados intentando obtener una foto; puertas afuera, con las constantes guardias de periodistas en búsqueda de declaraciones de las visitas y con las numerosas congregaciones de fanáticos desesperados por demostrar su amor e idolatría a “Dios”. Bajo esa coyuntura, la calma y el aislamiento que Maradona necesitaba para acompañar su tratamiento parecían lejanos.

CONVICCIÓN POR LA ISLA

 “Un día lo agarré y le dije: ‘Mirá, Diego, tenemos que hacer esto y esto, ¿qué te parece?’, y él aceptó de inmediato. Tenía convicciones muy fuertes por ese lugar”, recuerda Alfredo Cahe cuando iniciaron la planificación de su estadía en La Habana. Es así como, el 18 de enero, apenas catorce días después del episodio en Punta del Este y tras pasar por las otras dos clínicas en la Ciudad de Buenos Aires, Diego pisó tierra cubana para someterse a un extenso tratamiento.

Pero eso tampoco fue sencillo, tuvieron que intervenir diversos contactos políticos. Pocos días atrás se había realizado el traspaso presidencial entre Carlos Menem y Fernando de la Rúa, por lo que debieron iniciar conversaciones con el nuevo mandatario para que intervengan los ministros de salud pública argentino y cubano y poder acelerar el viaje. No era un itinerario sencillo para la salud de Diego: nueve horas de avión más los traslados terrestres hasta el Centro Internacional de Salud La Pradera, en la zona oeste de La Habana.

Nadie conocía la historia clínica de Maradona como Cahe. Él lo trató desde los 22 años, cuando se lo presentó Jorge Cyterszpiler, amigo y primer representante del Diez. Sin duda, era el indicado para estar a su lado en Cuba: “En La Habana nos esperaba el staff médico al cual no conocíamos. Yo llevé todos los antecedentes clínicos y una propuesta de tratamiento que luego fuimos delineando con los especialistas. Toda esta primera etapa de internación duró poco más de dos meses”. Pero ese fue recién el inicio de la fraterna relación que Diego mantuvo con la isla.

Desde el primer día, Maradona estuvo dispuesto, como nunca antes, a cumplir un riguroso plan de rehabilitación física y psíquica, con una estricta dieta alimentaria y un duro programa de ejercicios. Pedro Llerena, cofundador del Centro La Pradera, declaró meses después: “En el largo tiempo que pasó con nosotros se comportó como un excelente paciente, respondiendo con delicadeza y disciplina a todos los planteamientos del grupo de médicos que lo cuidábamos. Quizás esa conducta positiva tuvo que ver con el hecho de que llegó a Cuba no por imposición de nadie, sino por propia voluntad”.

En la misma línea, Cahe asegura que Diego siempre se sintió muy cómodo ahí: “Nada era forzado, todo era aceptado por él. Imaginate que, entre idas y venidas, Diego estuvo casi cuatro años en Cuba. Tuvo recaídas, fuimos y vinimos. Estuvimos en Venezuela, en Colombia, en México y pasamos una internación muy importante en un instituto de Ituzaingó; pero siempre terminábamos volviendo a Cuba”.

Cuando se lo consulta por la mejor etapa en la salud del futbolista luego de aquel episodio de Punta del Este, su ex médico no tiene dudas: “Fue cuando decidió venir a la Argentina para hacer el programa de televisión”, haciendo referencia al ciclo de trece episodios que condujo Maradona llamado La noche del 10, durante la segunda mitad de 2005, poco tiempo después de regresar de La Habana.

“Si bien Diego tenía recaídas, por su bipolaridad y sus estados de excitación mental, Cuba fue un país determinante en su vida. Le hacía muy bien estar ahí. Lo sé porque estuve cerca de él desde sus 22 años hasta ahora que, lamentablemente, no pude estar”, finaliza Cahe.

Escrito por
Damián Fresolone
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