Hay calles que nos dan la impresión de que tienen encarnada en la oblicuidad de sus trayectorias un espíritu raro, cuyo influjo se ejerce sobre el alma de los hombres que las habitan. Calles que no parecen pertenecer a una ciudad sino a los territorios de la novela, o a la geografía de los sueños (…) Calles que no son como las otras calles, abiertas y francas, sino que hacen pensar en cosas extrañas, y desequilibran el espíritu en cuanto se entra a ellas. Estas arterias injertadas en la masa cúbica de nuestra ciudad viven una vida más obscura y misteriosa” (“Calles raras”, Roberto Arlt).
En el marco de la creciente modernización de Buenos Aires, una modernización despareja que, sumada al alto impacto de las sucesivas oleadas inmigratorias, genera desigualdades y conflictos en las primeras décadas del siglo XX, la metrópolis porteña y sus calles se vuelven protagonistas indiscutidas en la literatura y en la prensa. Sobre todo en la poesía y en los diarios, el gran tema de esos años es la ciudad. Es así que Roberto Arlt, un escritor hijo de inmigrantes que se suma a los jóvenes autores de la denominada vanguardia argentina de los años 20, desde las páginas del moderno diario El Mundo ofrece un registro urbano, un mapa articulado y heterogéneo, en su conocida columna titulada desde 1928 Aguafuertes porteñas.
En una prosa rítmica, espontánea y muchas veces apresurada, sujeta a los requerimientos de la colaboración periodística, que en el caso de Arlt es cotidiana, conviven las demandas del matutino recientemente fundado (también El Mundo aparece en 1928) con sus intereses netamente literarios: novelista incipiente de El juguete rabioso (1926); autor productivo de Los siete locos y Los lanzallamas (1929 y 1931), sus novelas más discutidas y mentadas, que lo definen como un narrador transgresivo y de impacto, que busca sacudir violentamente a su lector como el golpe en la mandíbula de un “cross”; dramaturgo desde 1932; cuentista y columnista “estrella” del diario a todo lo largo de su carrera literaria.
IMÁGENES SOBRE LA CIUDAD REAL
En sintonía temática con los textos de otros autores centrales de la época pero con diferencias singulares en los modos de mirar, sus notas resultan un examen minucioso y variado de la metrópolis porteña, y Arlt, un “estudioso de calles”, como él mismo lo expresa. Una ciudad efímera, en vías de modernización y modernizada; una ciudad de mezcla, babélica, amenazante, marginal, mítica y proletaria, son algunas de las imágenes contrapuestas que se proyectan sobre la metrópolis real. Desde la perspectiva nostálgica de Jorge Luis Borges en sus primeros poemas (casi un refugio personal), pasando por la modernidad vanguardista, cosmopolita y celebratoria de Oliverio Girondo (en sus poesías para leer en el tranvía), hasta la ciudad portuaria y babilónica de Raúl González Tuñón, los escritores, al representarla, ordenaron la multiplicidad proliferante y diversa de la experiencia urbana.
Mientras, por ejemplo, Borges deambula la ciudad casi como un ciego (anticipado) que va al encuentro de lo conocido y recordado, una urbe intimista y propia que casi no lo interpela porque se circunscribe en Palermo (Buenos Aires es “su casa” y es “su barrio”), en Arlt todo es visión transformadora. En su perspectiva, una máquina de ver la metrópolis que se pone en marcha en cada aguafuerte, el espectro urbano es abarcador, a semejanza de una pintura cubista que puede observarse desde todos los ángulos.
En este mapa imaginario y discursivo que organizan las crónicas de Arlt coexisten varias miradas, casi como en un calidoscopio. Allí se activan, de nota a nota, de texto a texto, distintos cuadros-relato de la ciudad, que resultan, en ocasiones, contradictorios. El Paseo de Julio, las cuatro recovas, Mataderos, la calle Florida, la avenida Corrientes, el pasaje Güemes, los pueblos de los alrededores, el barrio de los sirio-libaneses, el centro, Flores. A veces es la urbe moderna la que capta su percepción gustosa, con sus “cables de alta tensión”, “vidrios esmerilados”, “luces supereléctricas” y “bares automáticos”; sus “muchedumbres” “cosmopolitas” y caóticas que se cruzan y se mezclan. La vibración del presente se transmite entonces a la escritura frenética de las notas. Como en “Corrientes por la noche”, en una acumulación vertiginosa (hecha de vértigo y fascinación) que activa el ojo que al pasar, contempla: “Vigilantes, canillitas, ‘fiocas’, actrices, porteros de teatros, mensajeros, revendedores, secretarios de compañías, cómicos, poetas, ladrones, hombres de negocios innombrables, autores, vagabundas, críticos teatrales, damas de medio mundo”.
En otros casos (“Para qué sirve el progreso”, “Molinos de viento en Flores”, “El desierto en la ciudad”, “Elogio de la ciudad de La Plata”, “Pueblos de los alrededores”), los textos dan lugar a una perspectiva desalentada sobre el espacio urbano de la modernidad, desde ya contradictorio y proveedor de tensiones, y Arlt se vuelve un cronista nostálgico. Las aguafuertes desafían las ventajas del progreso, con sus espacios de aire “cúbicamente calculados”, su “luz artificial”, sus plazas que son desiertos, donde los individuos no se reconocen.
LA CIUDAD ESPECTÁCULO
Ante una ciudad que cambia rápidamente, sus notas, como una caja de resonancia, ordenan los estímulos diversos y las historias que provienen de ese contacto tangible (en presencia) con lo real. Van conformando, asimismo, un examen atento y corrosivo, irónico y mordaz (como en la técnica del grabado, también llamada “aguafuerte”). Es que el cronista en su deambular (son los paseos del flâneur) interroga lo que se enfrenta a su paso. Manifiesta, así, una representación crítica de la sociedad de la época y sus costumbres, que desdibuja los parámetros establecidos y los lugares comunes. Son los “extraordinarios encuentros” callejeros los que potencian esa mirada desencantada y literaria; una perspectiva que, como en “El placer de vagabundear”, transforma “la calle lisa” en “un escaparate” o “en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal”.
En el contacto cercano y visceral del cronista y la ciudad “vuelta espectáculo”, se relata lo sorprendente y lo inesperado: el costado “enloquecido” y, si se quiere, monstruoso de la metrópolis de esos años. A partir de una exploración del cuadro de costumbres como género, aparecen los tipos pintorescos y los personajes de la ciudad: “el hombre de la camiseta calada”, “el calientasillas” o el novio eterno, “el hombre corcho”, “el siniestro mirón”. Pero además, los estafadores, “coimeros”, “punguistas”, facinerosos, “pilletes”, “malandras”. Tipos urbanos ligados a la delincuencia en Buenos Aires y el submundo del delito que estimulan una lectura cuestionadora de la sociedad en general, pues, en muchos casos, los personajes descriptos no se diferencian de las personas “honestas”; los límites de lo delictivo y de la ley quedan discutidos y problematizados.
Como puede verse en el fragmento transcripto al principio, son las calles “estrechas”, “oscuras”, a veces siniestras, semejantes a “los territorios de la novela”, las que inspiran la imaginación de Arlt. La ciudad, como un libro, resulta una escena teatral, un texto viviente que el aguafuertista examina para desentrañar, en su lectura, las intrigas asombrosas que encierran sus arterias. Lo cotidiano se transforma en historias de novela; los personajes del barrio, en notas de color que Arlt registra y refiere para el público de El Mundo en los años 20 y 30.