Roberto Goyeneche parecía un personaje de ficción y su vida una película, pero fue tan de carne y hueso como cada día de sus 68 años, alguno de los cuales quedaron inmortalizados por la cámara. En 1974, Fernando Solanas pensó en él y en Aníbal Troilo para cumplir el encargo de Peñaflor de una publicidad con personajes porteños. Cantante y bandoneonista ya eran figuras consagradas, con incursiones en la llamada “pantalla grande” y presencia habitual en los programas de tango que ofrecían los canales de televisión, por entonces en manos del Estado. Así que no habrán tenido que negociar demasiado para conseguir que la bodega accediera a pagar 10 mil dólares a cada uno por poner la caripela en el aviso. Solanas y equipo partieron a Mar del Plata con la idea de grabar la mañana siguiente un show de los músicos. Pero a la hora acordada de la filmación ninguno apareció: tampoco en las siguientes. Recién a las cuatro de la tarde llegó Pichuco con dos whiskies para hablar con el di- rector. “No te enojes, pibe”, arrancó disculpándose. No cobraron los 20 mil dólares, pero tampoco quedaron rencores que saldar.
EL SUR DE PINO
Troilo murió en 1975, y ese año Pino estrenó Los hijos de Fierro, en la que quería que el Polaco cantara. “Usá lo que quieras”, concedió Goyeneche, pero al final no lo incluyó. Con el regreso de la democracia, Solanas volvió a pensar en la voz de Goyeneche para que cantara “Solo”, un tango con letra suya que sí formó parte de El exilio de Gardel (1985). Dos años más tarde llegaría el punto más alto en la relación de ambos, con Sur, donde el cantor personificaría a Amado. “Yo no soy actor, no sé qué voy a hacer”, le decía a Pino cuando lo visita- ba en los shows junto a Susú Pecoraro, la hija en el guión.
A Solanas no le preocupaba la inexperiencia actoral del Polaco, sino un aspecto más crucial: sabía que era asmático y temía que su salud se resintiera durante las grabaciones en invierno y en locaciones inhóspitas, como las calles de Barracas cercanas al Riachuelo y el entonces predio abandonado que luego ocuparían las Galerías Pacífico. Además del clima, la hora a la que era citado, la duración y los tiempos muertos de las grabaciones lo incomodaron al principio. “Me despierto a la una de la tarde y me traen a la diez de la mañana”, rezongaba. Una de aquellas primeras mañanas, Susú lo tomó de las manos y las tenía heladas. “Pino, está helado, me lo llevó a un bar, avisame”, reaccionó Pecoraro. “Yo no soy actor”, repetía como un mantra el Polaco. “Sos más actor que nadie. ¿Quién puede interpretar esto así?”, replicaba Susú. “Esta piba me levanta el ánimo”, se entusiasmaba él. El vínculo de Amado y Rosi trascendió la pantalla y ambos lograron una química indisoluble. “Nuestro vínculo fue muy fuerte. Para mí era mi papá. Yo lo mimaba todo el tiempo. No había diferencia entre antes y durante escena. Era un genio que tras- pasaba la pantalla. ‘No tenés idea de lo que podés transmitir’, le decía”, recuerda hoy Pecoraro. “Había una intimidad total; una relación muy especial, un poco de dependencia. Me buscaba. A veces me decía: ‘No doy más, me duele hasta la ropa’. No podía entender la profesión del actor.” La grabación fluyó, Goyeneche ganó en con- fianza y comenzó a soltarse. “En las esperas yo le pedía que cantara ‘Naranjo en flor’, y él me decía: ‘Cómo te gusta «Naranjo en flor»’. La cantaba siempre diferente. Yo lloraba, era muy fuerte. ‘Esta piba me hace llorar’, se quejaba. Y así iban pasando los días de filmación y él metiéndose en el personaje. Él era de la raza de los buenos. La gente cree que actuar es mentir, y es al revés.”
EL AMADO POLACO
Pecoraro no es la única que atesora recuerdos de aquellas grabaciones. Al experimentado Félix Monti, director de fotografía de Sur y de decenas de películas y programas de TV, todavía hoy le parece “fuerte” recordar y escribir sobre esos días. “En Sur fue parte de la familia. Su llegada al set, su relación con todo el equipo y con [Néstor] Marconi, su forma de hablar, que parece que sigue cantando, esa noche llena de frío en Barracas en la puerta del bar, su juego con Fito [Páez] y con Susú, todo Sur es para mí su voz, cantando o hablando. Un día estaba con mi equipo de eléctricos preparando una escena, esas escenas que crea Pino, tan reales y poéticas, él nos miraba, entraba en esa escena, se acercó y me dijo con su voz: ‘Vos sí que la sabés, pibe’. Es el premio más grande que recibí en mi carrera.” El Polaco había avisado de entrada que no hacía playback, de manera que todas las versiones fue- ron grabadas en la calle, a excepción de “Sur”, en el que tocó una orquesta y las tomas se hicieron de lejos porque no sabía hacer mímica sobre su voz. También tenía miedo de no recordar la letra (que, en realidad, Pino cambiaba sobre la marcha) y pidió hacer la escena más larga al final. “Le dije que iba a ser un ensayo –recuerda Solanas–, y el Polaco empezó a improvisar con Susú y Gabriela Toscano y salió muy bien. Le dijimos la verdad. ‘Me engañaste, pero qué alivio que ya pasó todo’.” La escena en la que Amado le pide plata a la hija también fue improvisada y el resultado hacía estallar de risa a cualquier público, como comprobó Pecoraro en Roma con los hermanos Tavani, que estaban sentados a su lado. Años después del estreno, Pecoraro le llevó el disco de la película a Pablo Milanés, y el cubano se fanatizó. Cuando vino a Buenos Aires quiso conocerlo, y Susú con Fito Páez lo llevaron a un tradicional restaurante ubicado cerca del cruce de Panamericana y General Paz donde el Polaco les dijo que actuaba esa noche. “Entramos y estaba lleno de gente, que hablaba a los gritos mientras comía y tomaba. ‘¿Acá va a cantar?’, me preguntó Pablo nervioso. Y apareció el Polaco cantando entre las mesas y el mundo se detuvo. Era un rey en cualquier lado. Cuando terminó se sentó con nosotros y nos presentó a una piba: Adriana Varela”, relata Pecoraro. En 1993, Goyeneche se deslumbró con Gatica, de Leonardo Favio, y confesó en público que soñaba con una película así sobre su vida. Las escenas ya se hicieron, sólo habría que re- crearlas, aunque él ya no podrá verlas.