Nada es más importante para la República Popular China que su seguridad alimentaria y, para ello, Beijing apela a todos los recursos a su alcance. El pasado 29 de abril el gobierno chino aprobó finalmente la soja HB4 resistente a la sequía, un hecho que ahora abre una “ventana” de oportunidades a este desarrollo de la ciencia nacional.
El gen HB4, un evento biotecnológico que se había presentado e iniciado el trámite de aprobación en China en 2016, permite obtener plantas de soja, trigo e incluso maíz tolerantes a la sequía y a la salinidad.
Se trata de un desarrollo que lleva más de una década de investigación por parte del equipo liderado por Raquel Chan, investigadora superior del Conicet, directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL, Conicet-UNL) y docente de la Universidad Nacional del Litoral.
En 2012, el equipo de Chan creó la primera tecnología transgénica desarrollada íntegramente en la Argentina, que recibió el nombre de HB4. Ese desarrollo se licenció a la compañía Bioceres, de capitales nacionales, conformando así una alianza público-privada que está dando resultados positivos.
Apenas una semana después de la aprobación por parte del Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales del país asiático, los gobiernos de Australia y Nueva Zelanda hicieron lo propio con el trigo HB4 (transgénico), abriendo vasos comunicantes también hacia otros grandes jugadores de la producción primaria a nivel global.
La soja HB4 había logrado su aprobación en la Argentina en 2015, avanzando en 2019 con las aprobaciones de Estados Unidos, Brasil y Paraguay, mientras que en 2021 se sumó también el visto bueno de Canadá. En conjunto, estos países representan el 85 por ciento de la producción mundial de soja. Y en noviembre pasado, Brasil aprobó también el trigo HB4.
Un informe de la Agregaduría Agrícola de la Argentina en Beijing, anticipado por el diario El Cronista Comercial, señala que “cuantificar el impacto de esta aprobación resulta complejo”.
Sin embargo, teniendo en cuenta la importación de poroto de soja que demanda China cada año, el informe concluye que una tecnología que permita incrementar la producción con mejoras frente a situaciones de sequía “resulta fundamental como herramienta para garantizar la seguridad alimentaria global en un contexto de intensificación de los efectos del cambio climático y aumento de los precios internacionales de las commodities”.
Segunda generación
Con la aprobación de Beijing, ahora ese porcentaje de producción mundial de soja ya supera el 90 por ciento. La República Popular China tiene una producción de 16 millones de toneladas de soja anuales, que se mantiene más o menos constante desde hace dos décadas.
Pero su demanda de poroto, harina y otros derivados llevan a China a ser un gran importador de soja –gran parte desde la Argentina en forma de poroto–, con niveles cercanos a los 100 millones de toneladas al año.
Según el gobierno chino, la utilización de semillas genéticamente modificadas con el gen antisequía le daría a su propia producción un plus de rendimiento de entre 20 y 30 por ciento, y le permitiría reducir hasta un 30 por ciento el uso de tierras fértiles.
“La aprobación por parte del gobierno chino de la soja transgénica argentina, desarrollada por un equipo liderado por Raquel Chan, científica del Conicet y de la Universidad del Litoral, es un ejemplo virtuoso de la articulación público-privada que demuestra, además, la importancia de fomentar la inversión en ciencia y tecnología frente a aquellas voces que recomiendan no hacerlo y administraciones que hace no mucho tiempo incluso la redujeron”, señaló el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus, tras conocerse la noticia.
El titular de la cartera científica y tecnológica apuntó, además, que este logro “se traduce como el éxito de una industria pujante que permite agregar valor y generar trabajo allí donde están las materias primas, para así poder ampliar la capacidad productiva de las provincias, que en general, como en el caso de la soja, no se agota solamente en el cultivo, sino en la industria, esta industria pujante de la que hablo”.
Un dato clave es que hasta el momento los transgénicos que se comercializan son los llamados de “primera generación”, tolerantes a malezas y plagas, lo que se logra vía el incremento de su resistencia a herbicidas como el ilustre glifosato.
Pero el gen HB4 está considerado un transgénico de segunda generación, desarrollado para resistir a factores de origen no biológico, más vinculados al factor climático, como la escasez de agua o la salinidad. Los factores biológicos, en cambio, corresponden a la acción de bacterias, malezas o insectos, por ejemplo.
Figura clave
En una reciente entrevista, Raquel Chan indicó que “los únicos dos transgénicos que han sido aprobados mundialmente antes de esto han sido la resistencia al glifosato y la resistencia Bt, que es una toxina del maíz que es resistente al ataque de insectos, y esto ha bajado muchísimo el uso de venenos”.
Consultada sobre otros genes que el equipo está investigando y lo que puede esperarse de su desempeño, la investigadora anticipó que están trabajando en otro estudio “bastante avanzado, que le puede dar al maíz tolerancia a las inundaciones y a los vientos que producen pérdida de hojas”.
Raquel Chan es bioquímica, egresada de la Universidad Hebrea de Jerusalén (Israel) y obtuvo un doctorado en la Universidad de Rosario. Realizó estudios posdoctorales en el Institut de Biologie Moleculaire des Plantes-Université Louis Pasteur (Estrasburgo, Francia), y desde 2008 dirige el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL, Conicet-UNL). Además de recibir prestigiosos galardones, en abril de 2021 fue incorporada a la Academia Nacional de Ciencias.
En octubre de 2013, fue reconocida por la cadena británica BBC como una de las diez líderes científicas de América latina y, a partir de los avances logrados con la soja y el trigo HB4, desde las redes sociales numerosas personas piden que sea postulada como candidata al Premio Nobel.
Los estudios con el gen resistente a la sequía comenzaron con el girasol, en que se encuentra el gen denominado HaHB-4, que activa un mecanismo de respuesta de las plantas al estrés por falta de agua. Según las investigaciones, ese gen puede ser trasladado a otros cultivos, como el trigo y la soja, para que activen ese mismo mecanismo de tolerancia a la escasez de agua.
“Lo que buscábamos con mi equipo era entender cómo algunas plantas se la bancan un montón de tiempo sin agua, sin morirse, y otras no”, señaló Chan en una entrevista con el diario La Nación.
Las pruebas de laboratorio indican que efectivamente los lotes sembrados con HB4 rinden mejor en condiciones de sequía, al punto que en el caso del trigo transgénico la mejora puede llegar hasta un 42 por ciento.
Chan valora la asociación público-privada y el trabajo con Bioceres, pero sostiene que “el Estado tiene un rol fundamental en el desarrollo de la ciencia”, porque la investigación implica mucho riesgo y no siempre los estudios llegan a buen puerto. Y además tiene una certeza y es que “todos los desarrollos salen de ciencia de buen nivel”.