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“Casi la mitad de los acuerdos con el Fondo se usaron para justificar ajustes”

El Gobierno Nacional firmó finalmente un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), luego de casi dos años de negociación. Por primera vez, este entendimiento deberá ser refrendado por el Congreso. El acuerdo con el organismo se suma a una larga lista. La Argentina acumula 24 –incluido el actual– desde 1958, cuando durante la presidencia de Arturo Frondizi se firmó el primer stand by. Fue luego de que la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu allanara el camino con las reformas que el organismo pedía para que el país pudiera ser parte.

La investigadora del Conicet Noemí Brenta conoce este derrotero como pocos. Lo ha estudiado, analizado, escrito. Entre sus libros publicados están Historia de la deuda externa argentina, de Martínez de Hoz a Macri e Historia de las relaciones entre Argentina y el FMI. Aquí, la académica repasa el recorrido que marcó el pasado y que define el presente y el futuro de la economía nacional.      

–¿Cómo empezó esta historia?

–La conferencia de Breton Woods fue en julio de 1944. Estados Unidos ya estaba pensando en el diseño del nuevo orden económico y monetario internacional, con Gran Bretaña como su socio menor. En ese momento se consolida el traspaso de la hegemonía de Inglaterra a EE.UU. y se impulsa la creación del FMI.

–En ese mismo período, surge el peronismo en la Argentina. ¿Por qué Juan Perón se resistía tanto a que el país se incorporara al Fondo?

–No era sólo un posicionamiento nacionalista. La Argentina venía de tener una relación mucho más cercana con Gran Bretaña que con Estados Unidos. Perón pensaba que estos acuerdos eran un instrumento de EE.UU. para extender su influencia y oprimir a los demás. Pero las relaciones entre la Argentina y EE.UU. eran distantes. Recién a partir de la década de 1950 hubo un acercamiento, a partir de la crisis de la balanza de pagos que tuvo Perón y que había empezado en 1949. Si la Argentina adhería al FMI, tenía que desmantelar muchas de las políticas centrales del peronismo, de intervención del Estado en la economía. Esto quedaría más claro después del golpe contra Perón.

–¿De qué políticas se trataba?

–El comercio exterior de la Argentina era de convenios bilaterales. Tenía alrededor de veinte. Era la forma de vinculación comercial más habitual en el mundo, luego de la crisis del 30 y durante la Segunda Guerra. Sumarse al FMI implicaba terminar con los convenios y realizar las transacciones con un instrumento multilateral, que finalmente era el dólar. La Argentina tenía, por ejemplo, convenios con Suecia, que se pagaban en coronas suecas. Tenía saldos en libras con Gran Bretaña, pero esa moneda no era convertible y sólo se podía usar para compras en Gran Bretaña. Los convenios bilaterales eran así. Cada tres o seis meses se hacían los pagos, en general con las monedas de cada país. Por otro lado, la estatización del comercio exterior fue característica de todos los países durante la guerra. El Banco Central había sido nacionalizado antes de que Perón asumiera y luego se nacionalizaron los depósitos. Los bancos privados podían gestionar los préstamos, pero quien asignaba el crédito era el Central. Para entrar al Fondo había que abandonar los convenios bilaterales y hacer una reforma financiera. Eran muchas las cosas que había que modificar.

–¿La crisis del 49 empujó un giro?

–La crisis de la balanza de pagos empezó en ese año y se profundizó en el 52, con la caída de los precios de las materias primas. Y llevó a un giro ortodoxo en la política económica de Perón, en lo macro. Hubo más acercamiento con Estados Unidos, pero no un ingreso al Fondo. 

–¿Cómo cambia este escenario luego del golpe de 1955?  

–Es un tema de intereses. Como decía Ernesto Lauclau, la hegemonía es disfrazar los intereses particulares como si fueran de la mayoría. Esa dictadura, como las otras, fue liberal en lo económico y conservadora en lo político. Aramburu pidió en el 57 un primer tramo de crédito. Renegoció la deuda de los convenios bilaterales y los terminó para ingresar al FMI. Esa negociación es la que creó la deuda con el Club de París. Es la semilla de la deuda externa.  Luego Frondizi firmó un stand by a fines del 58. Fue el primero. Y lo renovó en el 59. La dictadura le había dejado pocas reservas, una crisis de balanza de pagos, importaciones crecientes. Frondizi firmó un acuerdo para tratar de desarrollar la industria con inversión extranjera y eso incluía el capital financiero.

–Luego vino otro golpe…

–En 1962, se firmó otro stand by y uno más en el 63. En total fueron seis seguidos. Con Frondizi la economía había crecido, pero entre el aumento de las importaciones, la deuda que había dejado la dictadura y una mala cosecha, terminó con una crisis de deuda. Durante el gobierno de Juan Carlos Onganía, (Adalberto) Krieger Vasena (ministro de Economía) cerró un nuevo entendimiento y no utilizó un solo dólar. En ese caso, el sentido fue político. Se hizo para justificar una serie de reformas financieras.

–Es decir que algunos de estos entendimientos no eran por una necesidad económica sino para culpar al FMI por las reformas que querían impulsar los poderes fácticos locales…

–Fue una práctica habitual en el país. De los 21 acuerdos que se firmaron con el FMI antes del que se hizo 2018, hubo once que se hicieron por la necesidad de la balanza de pagos. Y los otros diez fueron la excusa para impulsar cambios de otro tipo.     

–¿De qué manera funciona el lobby de los privados en el Fondo?

–El FMI es un organismo vinculado con la Secretaría del Tesoro de EE.UU., más que con la Secretaría de Estado, que sería la que llevaba los intereses geopolíticos. Estados Unidos siempre tuvo el poder de veto. Es el mandante del Fondo. Los poderes fácticos que tienen capacidad de lobby en EE.UU., sea en el Congreso o en el Ejecutivo, logran que el Fondo los represente. Con el surgimiento del capitalismo más financiero que productivo, luego de la crisis del petróleo, a mediados de la década de 1970, los bancos ganaron poder de lobby en Washington y, por lo tanto, capacidad de influencia en el FMI.

–Circula la definición de que ninguno de los acuerdos funcionó. Néstor Kirchner firmó uno en septiembre de 2003 y de todos modos pudo reducir la pobreza y el desempleo…

–Hay un elemento que no siempre se tiene en cuenta. Se recuerda que, a fines de 2005, Kirchner le pagó al Fondo todo lo que faltaba, pero el acuerdo estaba suspendido desde antes, desde septiembre de 2004. Lo había suspendido porque quería negociar con las manos libres la reestructuración de deuda con los privados. El acuerdo que firmó Kirchner en 2003 implicaba que el FMI sólo desembolsaba para pagar los vencimientos del préstamo anterior. En 2004 se habían recuperado bastante las reservas del Central. La Argentina crecía. Las materias primas estaban en alza y el petróleo también, por la invasión de Estados Unidos a Irak. El Fondo exigía medidas con el tipo de cambio, los impuestos. Quería que el país lanzara una oferta mejor para los acreedores privados. Entonces Kirchner decidió suspender el acuerdo, en septiembre de 2004.

–¿Qué implicó esa decisión? 

–En diciembre de 2004, por ejemplo, se pagó con dólares todo lo que correspondía a ese vencimiento, que eran unos 300 millones. Digamos que eligió pagar en lugar de refinanciar para que no hubiera manera de que el Fondo pudiera condicionar al país. Había un buen resultado fiscal y se habían acumulado reservas. Era posible hacerlo.

–El acuerdo de Macri fue récord. De lo que se conoce del entendimiento actual, ¿hay alguna diferencia con los anteriores?

–Por lo que conocemos hasta ahora es un poco más blando que los otros. Sin duda, es mejor que lo que firmó Macri. Era durísimo el acuerdo que hizo Cambiemos. Se había comprometido a medidas que dañaban la economía y a la población. Fue un préstamo muy mal otorgado porque no se cumplían los requisitos. Las condicionalidades eran muy duras. Y se desembolsó rápido. Lo que uno aprende estudiando este tema es que nada está escrito en piedra. No es sólo una burocracia técnica. Lo que define es la política, como vimos en 2018.

–Hay sectores que sostienen que se podría desconocer la deuda y llevarla la Corte Penal Internacional. ¿Es un planteo realista?

–Está muy bien para formar conciencia sobre la cuestión, más allá de si es viable. Lo complejo sería que esa postura enardezca los ánimos hasta llevarnos a una posición que es inexistente y no viable. Pero tampoco me gusta descartar estrategias que sirvan para generar concientización en el país y en el mundo.           

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