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Keynes queer: erotismo y Estado del bienestar para todas y todos

Hace exactamente 75 años, el 21 de abril de 1946, murió John Maynard Keynes. Había nacido el 5 junio de 1883, a poco menos de tres meses de la desaparición física de Karl Marx (1818-1883). Paradojas de la historia: el mismo año se producen alternativamente, la muerte y el nacimiento del mayor crítico del capitalismo y de aquel que salvó al sistema de la más severa crisis mundial conocida.

Sin embargo, las ideas de los dos economistas comparten un mismo destino circular: siempre vuelven. Como en el mito del eterno retorno, de las ideologías marxistas y keynesianas periódicamente se firman certificados de defunción y a corto plazo resucitan como fantasmas, utopías o proyectos políticos. Los sueños de Marx partieron el mundo del siglo XX en dos y se materializaron en varias revoluciones –la rusa de 1917, la china de 1949, la cubana de 1959 y la nicaragüense en 1979, entre otras–, en una vía pacífica al socialismo en Chile en 1970 y el espectro del comunismo nunca dejó de amenazar al mundo hasta la actualidad.

La filosofía económica de Keynes que propició los años dorados del capitalismo entró fuertemente en cuestión tras la llamada crisis del petróleo de 1973 y el consecuente desmantelamiento del Estado de Bienestar en varios países, entre ellos el Chile de Pinochet. Se la volvió a dar por muerta en los años 80 con el triunfo de los gobiernos neoliberales cuyos exponentes paradigmáticos fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. El proyecto de Keynes de un capitalismo más responsable y humano suele sufrir críticas por derecha y por izquierda. Pero el discurso político lo sigue poniendo en agenda y sus posturas regresan con brío y nostalgia particularmente desde el fracaso estrepitoso del neoconservadurismo de los 80 y 90, tras la crisis financiera global de 2008 y hasta el presente. Particularmente en Latinoamérica las teorías keynesianas fueron alentadas luego de la restauración neoliberal y en la Argentina, Axel Kicillof levantó la figura de Keynes como modelo en el campo académico –dedicándole varios libros y su tesis de doctorado– y como bandera durante los años que ejerció el ministerio de economía.

Un punto que suele dejarse de lado es que Marx comparte con Keynes el amor por la belleza física. Este sentimiento llevó al filósofo del comunismo a vivir una épica historia de amor con Jenny von Westphalen, una beldad de su época. El mismo sentido estético alimentó la existencia de Keynes. La gran diferencia es que, a lo largo de su vida, Keynes osciló entre múltiples amores con varones y algunas mujeres, de los cuales destacaron su larga relación con el pintor Duncan Grant y con la bailarina Lydia Lopokova con quien contrajo un matrimonio perdurable.

Quizás parte de la fascinación y la constante actualidad de Keynes, la flexibilidad y la calidez de sus ideas inéditas para un economista encuentren explicaciones en sus subversivas y liberales posturas con respecto al sexo, las diversidades sexuales, las identidades y las formas de amar. De hecho, su vida sexual poco convencional lo convierten en un verdadero queer avant la lettre.

La influencia de Bloomsbury

Mientras estudiaba economía en Cambridge, Keynes formó parte de uno de los grupos intelectuales más importantes para la cultura occidental del siglo XX: el círculo de Bloombsbury. Algunos de sus miembros más destacados fueron el biógrafo Lytton Strachey, la novelista Virginia Woolf, el editor Leonard Woolf y la pintora Vanessa Bell. El grupo de Bloomsbury adoptó la filosofía y los principios dictados por Principia Ethica de G.E. Moore, afirmando que la búsqueda de la bondad coincidía con la verdad, la belleza, la amistad y el placer estético y preconizando el amor sin sentimiento de posesión. El lema era intercambiar amantes e invertir la identidad como resistencia frente a un mundo que reprimía al sexo y que en pocos años se volcaría al horror de la primera guerra mundial.

Gran parte de los triángulos o más bien pentágonos amorosos que vivieron los miembros del grupo intelectual británico giraron en torno a los deseos de hombres y mujeres frente a la hermosura del pintor Duncan Grant (1885-1978). D. H. Lawrence lo convirtió en un personaje de novela en El amante de Lady Chatterley.  Era “maravillosamente agradable y atractivo” para su primo Lytton Strachey que estaba enamorado de él. El “más original de los hombres que conocí” para David Garnett que también lo convirtió en personaje de una novela devenida musical famoso en Broadway: Aspects of Love. Vanesa lo pintó, le proporcionó amantes varones y logró acostarse una noche con él. “Cualquiera podría enamorarse de Duncan”, escribió Keynes cierta vez. La combinación entre las delicadas facciones, el brillo de los grandes ojos grisazulados que aun impactan desde el sepia de las fotografías o desde los retratos que se conservan, los gruesos labios que incitaban a la lascivia y su aire relajado del que toma la vida como viene despertaba poderosos afanes de posesión.  

El encuentro con Duncan

Keynes conoció a Duncan en junio de 1908 en París por intermedio de Lyton Strachey. Hasta ese momento casi todas sus relaciones habían sido con muchachos.  Siempre agudo con las estadísticas solía numerar y tabular en su diario sus encuentros sexuales y más adelante registraría también cada encuentro sexual con Grant. Puesto que la homosexualidad era penada en Europa, Keynes los identificaba con iniciales, sobrenombres o descripciones y alusiones al lugar en que se producía la cópula: “Mozo de cuadra en Park Lane”, “El sueco de la Galería Nacional”, “El soldado de los baños”, “El recluta francés”, “El chantajista”, “El ascensorista de Vauxhall”, “El judío”, “El Gran Duque Cirilio en los baños de París”. Así, con la precisión obsesiva de un coleccionista, dejo registrado exhaustivamente para la posteridad a todos sus amantes y el saldo numérico arrojó que, entre 1901 y 1918, se acostó con más de 200 hombres diferentes.

Por muchos años, Keynes y Duncan, el economista que era un artista en su especialidad y el pintor que conocía la economía del arte compartieron hogar y viajaron juntos. El hombre de la razón y el poder político y el hombre de la sensibilidad visual se aceptaron sin exigir posesión.

La intensa libertad y alegría de la que gozaba Duncan quedó reflejada en los murales que pintó hacia 1911 en el gran comedor del Distrito Politécnico. Para el tema Londres en vacaciones Duncan eligió pintar cuerpos de jugadores de rugby y musculosos nadadores que rebosan alegría y bienestar. De esa misma época datan pinturas intensamente eróticas de marineros practicando felatio, orgías sexuales entre boxeadores, rugbiers y basquetbolistas, encuentros sexuales explícitos interraciales e incluso pinturas heréticas como Descenso de la cruz, que representa a dos jóvenes negros transportando el cuerpo y copulando con un ángel rubio de nalgas prominentes. Lamentablemente los modelos de esos cuerpos pronto portarían casco y uniforme y se sumergirían en la orgía de sangre de la primera Guerra Mundial de la que Duncan se escapó declarándose objetor de conciencia.

Quizás también de esos años gozosos con Grant surgiría el genial Keynes, flexible y dispuesto a ponerse en el lugar del otro, el que, al momento de negociar con el representante del enemigo alemán tras la Primera Guerra Mundial señala sentirse enamorado de él; el que alertó al mundo de los efectos destructivos del Tratado de Versalles y de la humillación infligida a Alemania en Las consecuencias económicas de la paz (1919) que, para muchos, bien pudo haber evitado el ascenso del nazismo. Y, el que, finalmente, formularía las teorías que ayudaron a superar la crisis del 29 y la concomitante miseria mundiales.

Para algunos tan solo un liberal reformista y optimista, para la izquierda más ortodoxa un “lobo con piel de cordero”, sin dudas, Keynes recondujo el capitalismo hacia métodos socialmente más humanos y responsables como el intervencionismo del Estado con el fin de  controlar la inflación y superar el desempleo. Y uno de sus legados más perdurables fue sentar las bases del Estado de Bienestar que garantiza estándares mínimos de ingreso, alimentación, salud, habitación, educación a todo ciudadano como derecho político y no como beneficencia. Las ideas de Keynes plasmadas principalmente en su, Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936) afectaron y siguen afectando la vida de millones de personas en el mundo.

La segunda vida de Keynes

La carrera homosexual de Keynes había tenido alguna que otra excepción heterosexual. En 1921, obsesionado eróticamente con Serguei Diaghilev, conoció en una representación de los Ballets Rusos a la bailarina Lopokova, se enamoró y comenzó a mirarla todos los días desde el palco hasta que se casó con ella en 1925 con Duncan como padrino de bodas. Tras contraer matrimonio, no hay datos fiables de que volviera a acostarse con hombres.“Cuando los hechos cambian, cambia lo que pienso”, afirmó en una de sus clásicas citas y así dejó atrás su promiscua vida homosexual con la misma facilidad con la que renegó de la teoría económica clásica. El cuidado constante de Lydia le posibilitaron la vida ordenada que requería para ser funcionario y organizar los acuerdos de Breton Woods. El afecto con su antiguo amante sobrevivió más allá del matrimonio y Keynes siguió manteniendo a Duncan hasta muchos años después de que los tiempos en que fueran pareja.

Duncan conservó una juventud sobrenatural hasta morir en 1978, a los noventa y tres años, libre como el aire tal como había vivido preocupado únicamente en pintar y copular. Lydia murió en 1981, en un hogar de ancianos a los 88 años. Keynes murió en 1946 de un infarto. Pocos años antes, mientras recibía un premio, no recordó sus glorias personales sino que evocó a sus amigos de Bloomsbury como el último reducto de la civilización. “Éramos, en el más estricto sentido del término, inmoralistas. Por supuesto, había que sopesar las consecuencias de ser descubiertos, pero rechazábamos cualquier obligación moral o coacción interna para conformarnos u obedecer. No teníamos respeto por el saber tradicional ni por las restricciones impuestas por la costumbre. (…). Carecíamos de reverencia por nada ni por nadie”. Seguramente su mente se pobló de imágenes con reminiscencias reales: Duncan vestido de mujer, Virginia caracterizada como Safo o desnuda junto a su hermana en el centro de una fiesta de luces tenues, él mismo, Keynes, haciendo el amor con Vanesa en el salón de Gordon Square, Duncan copulando y teniendo una hija con Vanesa, David Garnett amando a Duncan. El sexo desprovisto de culpa, pecado o vergüenza.  Quizás cuando desde su teoría económica basada en el pleno empleo, el consumo y la prosperidad constantes hablaba de una “buena vida” se refería también a la placentera concepción de la existencia que había aprendido tempranamente en Bloomsbury.

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