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EL MERCOSUR NO VA PARA FRENCHI

Los tres socios que tendrá la Argentina de Alberto Fernández en el Mercosur están gobernados por derechas. Cuánta soledad. Podría haber un socio distinto, Venezuela, pero lo echaron en 2017 por razones ideológicas. Incluso a lodos socios adherentes, Bolivia y Chile, los gobiernan neoconservadores, y en el primer caso, golpistas de pura cepa. Difícil tarea tendrá la Argentina si busca empujar un proceso integracionista.

Si ni siquiera cuando hubo líderes progresistas en el Mercado Común del Sur se logró avanzar en serio y sostenidamente en integración productiva, cómo imaginar ahora pasos significativos. En todo caso, los más pro-Mercosur harían bien en pedir que al menos no se retroceda.

El proyecto histórico del conservadurismo en Latinoamérica es ser, apenas, eslabón de una cadena económica global dominada por el centro noratlántico, proveyéndolo de materias primas y acumulando renta sólo por parte de las oligarquías locales. Renta que luego se dilapida, se junta en activos de todo tipo o se evade del fisco y se fuga; nunca se reinvierte con una idea de nación independiente, soberana, promotora de una integración regional que amplíe el mercado y ensanche, incluso, la capacidad de ganar. Son ciegos por su ideología colonial de origen.

UN BLOQUE AISLADO

Antes de la última cumbre del Mercosur, en diciembre pasado en Brasil, se creía que el anfitrión, Jair Bolsonaro, como pergeñan sus ultraneoliberales ministro de Economía, Paulo Guedes, y canciller, Ernesto Araújo, pediría una fuerte rebaja del arancel externo común, el mecanismo que hace del Mercosur una unión aduanera y no una mera zona de libre comercio. Desde luego, eso afectaría la integración y a muchas industrias.

Consciente de que el entonces presidente saliente Mauricio Macri ya no tenía poder, como tampoco el uruguayo Tabaré Vázquez (a la cita fue la vice, Lucía Topolansky), de que la región estaba más inestable que nunca y de que debía esperar los recambios presidenciales en la Argentina y Uruguay, así como un escenario más previsible en Bolivia y Chile, para caminar sobre pasos firmes, Bolsonaro enfundó el rifle. El documento final sólo habla de una eventual revisión a futuro, muy posible de ocurrir. También ayudó a demorar la iniciativa el hecho de que un socio externo, supuestamente amigo suyo y de Macri, Donald Trump, anunció pocas horas antes una suba arancelaria al acero y al aluminio que venden la Argentina y Brasil.

Lo hizo en el marco de su “guerra comercial” contra China y de su política “First America”, pero, se sabe, si EE.UU. desdeña los daños colaterales, aun cuando asesina a miles de personas, por qué iría a mosquearse por un perjuicio tarifario infligido a un socio. El mundo se cierra, está raro, contradictorio, sorprendente y explosivo.

Bolsonaro disparó varias veces contra Fernández. Pero el discurso de este en su jura, con enorme guiño al lazo bilateral, y la respuesta más moderada del brasileño a esas palabras abrieron una mejor expectativa que la que había en la previa.

El Mercosur nació formalmente en 1991, durante la primera ola neoliberal en la región, pero se concibió en 1986 con los pactos de los primeros líderes posdictatoriales de la Argentina y Brasil, Raúl Alfonsín y José Sarney. Luego tuvo un formato más pronegocios que integracionista, en tiempos de Carlos Menem, los “Fernandos” Collor de Mello y Henrique Cardoso y Luis Lacalle padre. Y más inclinado a retomar la visión geopolítica cuando cambiaron el siglo y los aires electorales.

En lo comercial, la asociación de las dos mayores economías sudamericanas más Uruguay, Paraguay y luego Venezuela hasta su suspensión fue exitosa. Desde mitad de los años 90 hasta hoy, el intercambio de bienes y servicios saltó de 200 a 600 mil millones de dólares. La Cepal señala el rol clave que juega el Mercosur en el comercio intrarregional: genera 49 por ciento de las exportaciones y 43 por ciento de las importaciones intrarregionales. Además, 59 por ciento de las exportaciones del Mercosur hacia América latina y el Caribe se dirige al propio bloque y 66 por ciento de lo que importa de la región en su conjunto se origina en él. Y destaca el “perfil más diversificado, al aportar un 56 por ciento de las exportaciones manufactureras no agropecuarias realizadas entre países de la región”. O sea, importa no

sólo la cantidad sino la calidad: gran parte del comercio exterior industrial del bloque se da en su seno, con acuerdos específicos, como –el más importante– el automotor entre Brasil y la Argentina. Al resto del mundo, el bloque le vende casi nada más que soja y cereales, mineral de hierro, petróleo y otros productos primarios.

EN DEFENSA DE LA DEMOCRACIA

Políticamente (el impulso de Alfonsín y Sarney fue desbaratar por siempre la hipótesis de rivalidad militar en la región y consolidar un espacio de confianza política y geopolítica, además de las cuestiones comerciales, o en tal caso subsumiéndolas a la idea primigenia), durante los gobiernos kirchneristas, chavistas, del PT, el Frente Amplio y el breve paso de Fernando Lugo por el Palacio de López, hubo un decidido accionar en promover y defender la democracia. Se intervino allí donde esta corría riesgo, en paralelo a lo que hacía la otra construcción clave de esos años, la Unasur, a la que también desarmaron los gobiernos de derecha, empezando por el que albergaba su sede, Ecuador.

Así, los golpes contra Manuel Zelaya en Honduras o el propio Lugo, exitosos, o los intentos contra Evo Morales en Bolivia (el primero), Hugo Chávez en Venezuela o Rafael Correa en Ecuador, que no pudieron ser, tuvieron en esos espacios integracionistas un contrapeso al rol siempre lacayo de la OEA. La Unasur, cuando la dirigía Néstor Kirchner, aportó también al proceso de paz en Colombia.

No hay acuerdo en definir por qué esos años no ahondaron la integración productiva, energética, de una trama fabril y agropecuaria más coordinada, tanto para generar riqueza y empleo al interior del bloque como para negociar con mejores resultados con otros mercados, por ejemplo con el nuevo gran socio de este tiempo, China. El Mercosur siempre fue flaco de resultados en acuerdos externos, que no necesariamente deberían ser del formato “TLC” tradicional y neoliberal.

Algunos especialistas ven razones para esos fiascos en las contradicciones entre los gobiernos y sus empresarios; otros, falta de vocación real del principal jugador del partido por peso propio, Brasil, y finalmente, algunos –como el especialista Fernando Porta–, ausencia, siempre, de una conciencia de la necesidad de encontrar una matriz de intereses comunes en torno a lo productivo, a las cadenas de valor regionales, y para alejarse de la visión neoliberal que sólo acuerda normas comerciales, sin otro horizonte.

 

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