La campaña electoral arranca formalmente este domingo 9 de julio. Empezarán los spots televisivos de las fuerzas políticas y la cuenta regresiva hacia las PASO del 13 de agosto acelera su ritmo.
La coalición peronista que está gobernando logró sacudir el tablero sobre el filo previo del cierre de listas. Como ocurre tantas veces con el peronismo, por momentos la disputa interna parece llevar la situación al borde del precipicio y por lo bajo hay alguna negociación que de pronto se cierra. Fue lo que desembocó en la fórmula de unidad de Sergio Massa y Agustín Rossi, con el cristinismo encabezando las listas legislativas y Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, que es casi un país con la misma cantidad de habitantes y kilómetros cuadrados que Ecuador.
El armado de Unión por la Patria tiene una señal muy clara: el acento está puesto en territorio bonaerense. En las elecciones de 2019, el 52 por ciento de los votos conseguidos en ese bastión explicaron 25 de los 48 puntos nacionales con los que Alberto Fernández llegó a la presidencia. Luego, en la elección de medio término de 2021, con el malhumor de la pandemia y la caída de la participación, el respaldo electoral del Frente de Todos bajó de modo abrupto al 38 por ciento en ese territorio. ¿Cuál sería hoy una expectativa realista? Una elección a mitad de camino entre las dos anteriores. Sacar entre 43 y 45 puntos. Ese resultado casi garantizaría la reelección de Kicillof y dejaría a Massa competitivo a nivel nacional.
La unidad del peronismo es, en rigor, la unidad del peronismo bonaerense. El PJ cordobés juega por la suya con el binomio entre Juan Schiaretti y Florencio Randazzo, que camina rengo porque no presentó candidato a gobernador bonaerense, una decisión que puede leerse como un gesto hacia Diego Santilli o hacia Kicillof, según el paladar que lo analice.
El delgado desfiladero del peronismo
El oficialismo está encarando la campaña en un contexto económico que tiene un IPC por encima del 100 por ciento anual. Una inflación de tres dígitos es una bola de hierro atada al tobillo del candidato presidencial, que además es el ministro de Economía.
Los primeros mensajes de UP dan señales de por dónde se perfila la campaña electoral. Tiene un desfiladero delgado para recorrer. La consigna parece ser la siguiente: sabemos que hay problemas, pero no votemos a los pirómanos para apagar el incendio porque vienen con más nafta. ¿Por qué el oficialismo elige este camino? No es tan fácil que salga a proponer la continuidad, a diferencia de lo que se hizo en 2007, cuando Cristina sucedió a Néstor Kirchner, o en 2011, cuando CFK logró su reelección y se transformó en la presidenta más votada de la historia argentina luego de Juan Perón y de Hipólito Yrigoyen.
La estrategia electoral del peronismo es la posible. No parece fácil vislumbrar otro camino para una elección que será difícil. Lo que le juega a favor es que enfrente está la fuerza política que gobernó entre 2015 y 2019 y que no tiene posibilidad de basarse en los recuerdos que dejó su gestión para pedir el voto.
Hay un interrogante clave: ¿para qué sirven las campañas electorales? En la mayoría de las ocasiones apuntan al votante más volátil, el que puso la boleta de CFK en 2011, la de Mauricio Macri en 2015 y la de Alberto Fernández en 2019. Esa porción de votantes, entre el 10 y el 20 por ciento, suelen ser los que inclinan balanza a favor del ganador
La estrategia de UP, ¿interpela a ese segmento? Por lo menos apuesta a recorrer un camino similar al que realizó Daniel Scioli entre la primera vuelta y el balotaje de 2015, cuando dejó de transitar la callecita del medio y centró sus cañones en advertirle al electorado los riesgos de votar por Mauricio Macri. Esa campaña le permitió remontar el mazazo que había sufrido el entonces Frente para la Victoria en la primera vuelta. El peronismo había perdido el bastión bonaerense y Macri había quedado a dos puntos de Scioli. Todo indicaba que el balotaje tendría un resultado arrollador a favor del líder del PRO y al final fue casi un empate técnico.

Las apuestas de JxC
Las campañas electorales son un juego dialéctico. Se definen en parte según lo que haga el adversario. Horacio Rodríguez Larreta aparece por ahora demasiado oscilante. Parece un capitán que gira el timón del barco hacia un lado y que rápidamente se arrepiente y vira hacia el otro. Hay una explicación: está tratando de pelear en dos frentes simultáneos y ambos demandan herramientas distintas.
En el frente interno, que disputa con Patricia Bullrich, prima la idea de que la mayoría de los votantes estables de Juntos por el Cambio son antikirchneristas viscerales, que para conectar con ese electorado hay que rozar el autoritarismo y hablar de “desterrar para siempre” al adversario. La decisión de mostrar a Gerardo Morales como un ejemplo, mientras apalea con la policía provincial a los docentes jujeños, va en ese sentido. En simultáneo, el jefe porteño toma distancia de Bullrich y dice que defenderá la universidad pública. Incluso cometió el sacrilegio de sostener que la Argentina es un país con amplias capas de clase media gracias al aporte histórico del peronismo. Esta faceta de su mensaje apunta al votante volátil, el que suele definir la elección. El dilema larretista es que, cuando les habla a los volátiles, en JxC lo acusan de filo K y, cuando apunta su mensaje al ala dura del antiperonismo, rompe puentes con el voto intermedio.
Patricia Bullrich tiene por ahora otra apuesta. Todo su mensaje está destinado a ganar la primaria aglutinando al voto duro. La estrategia, más allá de que a ella le resulte cómodo el estilo virulento, parte de una base que nadie sabe cuánto tiene de real. Hace alrededor de un año, la mayoría de las encuestas muestra que Javier Milei mide 25 por ciento de intención de voto. Parecía un nuevo fenómeno en la política argentina: una expresión potente de ultraderecha por fuera de JxC. Sobre esa base, los movimientos del Bullrich apuestan a los duros de JxC y a sacarle votos al diputado de la Libertad Avanza, en una Argentina distinta, en la que entre el voto antiperonista clásico y la nueva extrema derecha concentrarían más del 50 por ciento del electorado. Pero todo puede fallar.
Los resultados de las elecciones provinciales vienen mostrando que Milei fue, quizá, un fenómeno de opinión pública que no cuenta con traducción electoral. Un sector de la sociedad enojado con el gobierno de Alberto y con el anterior comenzó a responder en los sondeos que los políticos son todos lo mismo y que votaría por Milei. Pero al ingresar al cuarto oscuro, ese enojo se diluye y los votantes asumen posiciones más tradicionales para la cultura política argentina.
¿Qué implica esto? Que la estrategia de Bullrich se montó sobre una hipótesis que es una pompa de jabón. Esto no quiere decir que Larreta ganará la interna. Por ahora las encuestas no le sonríen al jefe porteño para las PASO.
La campaña recién empieza y todavía hay una porción muy grande de indecisos, que son los que pondrán al ganador. Todos los escenarios son posibles.