Lejos de los frondosos inmuebles en coquetos barrios porteños y de los inmensos pabellones con coloridas alfombras, existe una numerosa cantidad de ferias dedicadas al libro y la lectura que año tras año se posicionan. La ya consagrada Feria de Editores Independientes, la Feria del Libro Antiguo, la de libros peronistas, la de feministas, las de muchos municipios y una lista inagotable de encuentros podrían servir de ejemplo. En este contexto, con un sector compuesto por disímiles actores, se llevó a cabo la primera Feria de Editoriales Artesanales (FEA).
El sábado 22 de abril, el Centro Cultural La Bemba, de Villa Ballester, partido de San Martín, sirvió como anfitrión, y la librería Los Confines, allí instalada, como impulsora del evento. “Nacimos como librería familiar hace diez años en Villa Urquiza. Ahí aprendimos el oficio de librero, de recomendar, de presentar, del encuentro en eventos literarios, etc. Es por esta primera década de vida que decidimos organizar la feria”, relata Sebastián Alvaredo, referente del proyecto.
Con un clima primaveral, pasadas las tres de la tarde, los primeros visitantes comenzaron a acercarse a la hermosa casona antigua donde funciona el espacio cultural y, ocasionalmente, la FEA. “La idea era generar un lugar donde las editoriales artesanales se muestren y vendan, sin perder el eje que consiste en armar la feria a la cual nosotros hubiéramos querido ir: que te den de comer, te den de tomar, que te den un presente y que te reconozcan como editor o autor”, sostiene Alvaredo mientras vende un libro de Martín Kohan.
En la Feria de Editoriales Artesanales no se cobra el puesto y se trabaja de manera mancomunada para que los gastos de traslado de los libros y el armado de los stands sean mínimos. Es que para este tipo de proyectos independientes las ferias en el territorio son el mayor momento de visibilidad y de posibles concreciones de ventas, junto con el boca a boca y las redes sociales.
Los Confines, como editorial, nació aproximadamente hace cuatro años y, como todo sello artesanal, se involucra en la totalidad de los procesos del libro. “Lo que más hacemos es trabajar con el libro como objeto, cómo queríamos sentirlo al tacto. Hacemos tiradas de cincuenta ejemplares y, en algunos casos, de cien, cuando el autor es reconocido. Como política editorial, decidimos no estar en librerías, por eso estos encuentros son indispensables”, describe el editor.
Mientras cientos de vecinos y lectores recorrían los stands que se encontraban en la vereda y al ingresar al centro cultural, algunos participaban de los dos talleres de fanzine (para infancias y para adultos) que se realizaron en una de las salas; otros se acercaban al conservatorio para intercambiar posiciones sobre la crisis del mercado editorial tradicional y la potencial oportunidad para el sector artesanal, y unos cuantos disfrutaron, ya pasadas las 21, de los ciclos de lectura bajo el oscuro cielo bonaerense.
Tres experiencias artesanales
Nostalgia y Rebeldía. Martín es del monte de Berisso y su proyecto surgió en plena pandemia: “Nació con la idea de editar textos que me gusten, clásicos del anarquismo y otros que promueven a la naturaleza y al hombre como centro de la vida; ese es el ideario de lo que edito. Me compré una pequeña imprenta tipográfica, me metí en el mundo del papel y aprendí el oficio de la tipografía. Hoy tengo un catálogo de diez títulos, desde Bayer hasta Tolstói”.
Martín produce la totalidad del libro, incluso el papel. Utiliza distintos materiales: papel reciclado con fibra de formio, que es la planta que crece en el monte donde vive, o papel de fibras de tabaco, de maíz o de la planta de achira, para llegar a distintos colores que serán las portadas de los ejemplares. Para este año, Nostalgia y Rebeldía tiene proyectado publicar La conquista del pan, de Kropotkin; La Patagonia rebelde, de Bayer, y Calendario de la sabiduría, de Tolstói. Las ferias y la cuenta de Instagram son su vidriera.
Omashu. Diego y Paula son hermanos y viven en Luján. Tras un exitoso proyecto de fanzine, se metieron en el mundo editorial: “Comenzamos con cursos de encuadernación y a estudiar cómo llevar adelante una editorial. Nosotros diagramamos los libros, los imprimimos, los cocemos, les hacemos las terminaciones. Pero además siempre los intervenimos, buscamos recuperar una experiencia sensitiva de cuando éramos chicos. Todo lo hacemos en nuestro taller”, relata la editora.
El catálogo de Omashu tiene cuatro colecciones: ficción contemporánea, no ficción, cuentos individuales en impresión tipográfica y breves selecciones de poemas. Las tiradas varían entre los cincuenta y los cien ejemplares, ya que por una cuestión de tiempo y espacio no pueden producir más. Las ferias, las redes sociales y las presentaciones de libros son, como para el resto, la herramienta de encuentro y venta con los lectores.
“Las editoriales artesanales tenemos un público muy segmentado y eso es un beneficio. No nos afectan tan directamente las problemáticas que hoy tiene la industria del libro tradicional”, describe Diego, mientras acomoda los ejemplares de La ciudad no duerme, de Pablo Martínez Burkett, y enumera los títulos que lanzarán próximamente: uno de Martín Sancia, otro de María Staudenmann y dos para la colección Heidelberg.
Cooperativa Las Casitas: Silvana, que recuperó hace poco tiempo la libertad, forma parte del proyecto encabezado por el Centro Universitario San Martín (Cusam) en el interior de la Unidad Penal N° 48: “Fue pensado para facilitar el acceso al trabajo de las personas liberadas. Estábamos en pandemia cuando arrancó toda esta idea; pertenecíamos a un taller de encuadernación en contexto de encierro y por eso producimos estos cuadernos para vender. Una parte se realiza dentro de la cárcel y otra por compañeros ya egresados”.
El proyecto se origina desde la Universidad Nacional de San Martín, como una iniciativa de la economía popular que buscar reinsertar a talleristas y egresados del Cusam en la vida económica, social y política del territorio. “Lo veíamos muy lejano al principio, pero siempre la idea era asistir a quienes salían y no tenían acompañamiento. Hay muchas personas comprometidas con el proyecto: detenidos, liberados, familiares, amigos y gente linda que nos ayuda”, describe Silvana.
El stand de la cooperativa Las Casitas en la FEA era el único que no pertenecía a una editorial, pero sí cumplía a rajatabla el proceso enteramente artesanal de la producción de los cuadernos y, sobre todo, los valores y objetivos comunitarios, populares y sociales del encuentro literario desarrollado en el conurbano.