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Un cambio de paradigma

En la noche del 19 de diciembre de 2001, cuando no había concluido la trasmisión en cadena del mensaje presidencial del radical Fernando de la Rúa, un estruendoso “cacelorazo” comenzó a hacerse sentir en los barrios porteños, a medida que miles de personas se congregaban en las esquinas a rechazar que, en defensa de la usura financiera, se cercenasen las libertades democráticas que tanto sacrificio nos había costado recuperar a los argentinos. Esa misma noche, miles se manifestaron en la Plaza de Mayo; al día siguiente, desde la madrugada hasta prácticamente el anochecer, una brutal represión se descargó sobre los manifestantes. No menos de 38 muertos en distintos lugares del país y una cantidad nunca determinada de heridos y lesionados dejó ese accionar antipopular.

Mientras la CGT declaraba una huelga general, De la Rúa renunció ese mismo 20 de diciembre. La bronca de muchos se manifestaba en la consigna “que se vayan todos” y, tras el interinato fallido de Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Camaño, el 1o de enero de 2002, la Asamblea Legislativa nombró nuevo presidente al senador justicialista Eduardo Duhalde, quien intentó encauzar la economía licuando los pasivos de grandes bancos y corporaciones económicas y generando planes sociales para contener la protesta social en medio de un clima de fuerte descontento y descreimiento que alcanzaba a los sectores medios, que seguían esperando la recuperación de sus depósitos. El 26 de junio de 2002, en Avellaneda, la criminal represión contra una concentración de trabajadores desocupados culminó en el asesinato de dos jóvenes activistas sociales, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Trágicamente, esto marcó un punto de inflexión, ya que el presidente Duhalde –que, en principio, debía completar el mandato de De la Rúa, hasta diciembre de 2003– decidió llamar anticipadamente a elecciones, para el 27 abril de 2003.

Se presentaron 21 listas, signo de la crisis política que también se manifestaba en que tres de las cuatro más votadas correspondían al justicialismo, encabezadas respectivamente por Carlos Menem (24,45 %), Néstor Kirchner (22,25 %) y Adolfo Rodríguez Saá (14,11 %); tercero se ubicaba Ricardo López Murphy (16,37 %). Se imponía convocar a una segunda vuelta, pero Menem –ante encuestas que aseguraban una rotunda derrota– decidió no presentarse, con lo que el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner prestó juramento.

El nuevo gobierno, pese a asumir con poco respaldo electoral, avanzó en desmontar la “ortodoxia” de los gurúes económicos y financieros. La renegociación de la deuda, con fuertes quitas y cancelando anticipadamente los créditos con el FMI, para ganar mayor libertad en la política económica, permitió dar respiro a las finanzas públicas, y sabiendo aprovechar un contexto internacional favorable a las exportaciones, recomponer el nivel de reservas del Banco Central y un sostenido crecimiento del producto bruto interno (que llegaron al 9 por ciento anual en algún momento de la década siguiente), recuperando niveles de empleo y de salario. La obtención, en relativamente poco tiempo, del “triple superávit” (fiscal, del comercio exterior y de la balanza de pagos) demostró que no es con el neoliberalismo ajustador ni la “ortodoxia” monetarista de los especuladores financieros que se consigue que las cuentas “cierren”, sino con políticas para elevar el consumo popular y el acceso a una mejor calidad de vida para el conjunto de la población.

Otro punto de inflexión muy importante respecto de la década anterior se dio en materia de derechos humanos, con la anulación de las leyes de impunidad y los indultos a los genocidas, junto con una política orientada a rescatar la memoria, la verdad y la justicia. Al mismo tiempo, y gracias a que no solo en la Argentina sino en buena parte de nuestra región el agotamiento del ciclo de ajustes neoliberales había llevado a la elección de gobiernos dispuestos a intentar otros rumbos, la integración latinoamericana, dándole un nuevo perfil al Mercosur y construyendo la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), permitió hacer frente en mejores condiciones a los embates de los grandes centros del poder mundial, como quedó evidenciado en 2005 en la Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata. Comenzaba un verdadero cambio de paradigma.

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