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Un guerrero todoterreno

Era el 19 de julio de 2007 y la escena política transcurría en el Teatro Argentino de La Plata. Cristina Fernández era senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. Dieciocho meses antes había derrotado a Hilda “Chiche” Duhalde, en una contienda que terminó de definir la interna entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde por la conducción del peronismo.

Cristina vestía completamente de blanco. Néstor escuchaba sentado en primera fila. La entonces senadora hizo un discurso de cerca de cincuenta minutos. Destacó los hitos centrales de la presidencia de Kirchner y cuestionó las consecuencias del ciclo neoliberal que había regido durante la década de 1990. Sobre el final, mirando a Néstor, dijo que en su presidencia, además de devolverle la autoestima al pueblo argentino, había tomado una decisión poco común. “Muchos no le creían porque no lo hubieran hecho. Impulsar otra candidatura teniendo 70 por ciento de aprobación. Esto es lo que lo convierte en un gesto distintivo.”

La posible candidatura de CFK se había debatido durante varios meses en la mesa chica del gobierno del Frente para la Victoria, en la que también estaba Alberto Fernández. Hay que recordar que antes de las elecciones de 2003, Cristina tenía más reconocimiento a nivel nacional que el propio Néstor. Los temas que se evaluaban eran varios: proponer una alquimia que reuniera renovación y continuidad, impulsar una dirigente mujer, entre otras cosas.

La candidatura de Cristina, además, dejaba abierta la puerta para un potencial regreso de Néstor en 2011. Esta señal de continuidad fue la que el antiperonismo utilizó para comenzar a cuestionar la estrategia, con el argumento de una supuesta “monarkía”.

Había una visión de cómo dividir la conducción política si se ganaba la elección. Cristina se ocuparía del gobierno, del Estado, y Néstor, del peronismo: la relación con los sindicatos, los intendentes, los gobernadores.

EL CONFLICTO POR LA 125

Como suele ocurrir en la política, los planes se fueron modificando sobre la marcha. A solo tres meses de asumir, Cristina tuvo que enfrentar una batalla que marcaría un antes y un después en el ciclo que se había iniciado en mayo de 2003. Martín Lousteau era ministro de Economía. El gobierno impulsó la Resolución 125, que proponía un esquema de retenciones móviles, según el precio de los granos en el mercado internacional, en particular para la soja. La medida –se sabe– despertó una reacción de las patronales rurales, pero también de las poblaciones vinculadas con la actividad agropecuaria. A esto se sumaron los sectores antiperonistas tradicionales con la intención de desgastar –y, de ser posible, derrocar– al gobierno.

Néstor tuvo un rol central en la organización de la resistencia, en especial en el “control de la calle”. El kirchnerismo siempre había apostado a resolverlo sin represión: poner una marcha a favor del gobierno luego de una opositora, que los sindicatos y organizaciones sociales salieran a ocupar el territorio.

La resolución final del conflicto, que duró cerca de dos meses, fue con la decisión de Cristina de enviar la medida al Congreso. El vicepresidente, Julio Cobos, votó en contra, al igual que buena parte de los senadores peronistas de las provincias en las que la reacción social había sido más fuerte.

LA DERROTA AL HOMBRO

El conflicto con el sector agropecuario marcó la primera mitad de ese mandato de CFK. Al año siguiente, 2009, había elecciones de medio término. Kirchner, fiel a su estilo, se puso el tema al hombro. Tenía claro que era clave ganar la elección para frenar la embestida desestabilizadora contra Cristina. Años después, CFK recordaría ese momento: “Vivía cada batalla como si fuera la última”.

Kirchner decidió encabezar la boleta de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires. Presionó a los intendentes peronistas del conurbano y logró que varios de ellos se pusieran en la lista como candidatos testimoniales. Sospechaba que los jefes comunales podían jugar a dos puntas en sus territorios: poner gente de ellos en las listas de Francisco De Narváez a cambio de moverles la boleta en sus distritos.

De Narváez encabezaba la lista de Unión-Pro, uno de los gérmenes de lo que luego terminaría siendo Cambiemos.

Kirchner impulsó también el adelantamiento de las elecciones para tratar de darle menos tiempo a la oposición para organizarse. Nada alcanzó. De Narváez se impuso por dos puntos en el principal territorio del país.

El alma de un guerrero no se hace visible en las victorias sino en las derrotas. Una semana después de las elecciones, Kirchner apareció de improviso en una reunión del grupo de intelectuales nucleados en Carta Abierta, que se habían juntado al aire libre en el parque Lezama, y brindó un mensaje plagado de optimismo: “Acá estamos peleando por un país distinto. Lo importante es mantenerse alegre y con convicciones, con la autocrítica que sea necesaria”.

RESURGIR

Hay una anécdota que contó en su momento Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita. Luego de la derrota electoral de 2009, tuvieron una reunión con Kirchner para evaluar lo que había ocurrido. Al igual que buena parte de la dirigencia peronista, los referentes del Evita plantearon en el encuentro que se había perdido por el conflicto con el campo, por haber extremado posiciones. La respuesta de Kirchner fue que era al revés: “Perdimos por no profundizar”.

Esta era la visión que tenía también la presidenta. Lo muestran las decisiones que tomó después. El gobierno del FpV tuvo una reacción que podría ser considerada la opuesta a lo que el sentido común político demandaba. Retomó la iniciativa con la expansión de derechos sociales y civiles. Dos ejemplos: impulsó la Asignación Universal por Hijo, por decreto, en octubre de 2009, antes de que asumiera la nueva composición del Congreso nacional, y envió el proyecto de Matrimonio Igualitario en julio de 2010. Fue una votación transversal, precedida por uno de los debates más ricos que se han visto desde la recuperación democrática de 1983.

UN LATINOAMERICANISTA

Hay un capítulo de esos años en la vida política de Néstor que suele ser menos subrayado: su accionar como secretario general de la Unasur. Asumió ese cargo en mayo de 2010. Era imposible imaginar, con la potencia que lo caracterizaba, que faltaban cinco meses para el final de su vida.

De inmediato tuvo que abordar una tarea compleja. A las pocas semanas, Hugo Chávez anunció la ruptura de relaciones con Colombia, entonces gobernada por Juan Manuel Santos, sucesor de Álvaro Uribe. La decisión de Chávez tenía como fundamento que Colombia había presentado una serie de supuestas pruebas ante la Organización de Estados Americanos (OEA) en las que denunciaba que en territorio venezolano había campamentos de las fuerzas guerrilleras de las FARC y el ELN.

La denuncia de Santos se produjo en un contexto muy delicado. Había una amenaza permanente sobre Venezuela: una posible acción militar estadounidense. Era promovida por los sectores más reaccionarios del establishment político y militar de los Estados Unidos, por el lobby latino de extrema derecha instalado en Miami y por los grupos más radicalizados del antichavismo dentro de Venezuela.

En ese marco, Chávez rompió relaciones y declaró al ejército en estado de alerta máxima en la frontera colombo-venezolana.

Kirchner comenzó una acción diplomática que se centró en reunir volumen político dentro de la región, dejando a Estados Unidos afuera de la resolución del conflicto. Mantuvo diálogo con Luiz Inácio Lula da Silva, que gobernaba Brasil; Rafael Correa, que estaba al frente en Ecuador; Evo Morales, que gobernaba Bolivia. Y, por supuesto, con los actores principales de la tensión.

El 11 de agosto de 2010 se realizó una reunión en la ciudad de Santa Marta, en el norte de Colombia, a pocos kilómetros de la frontera con Venezuela y en las orillas del mar Caribe. Participaron Kirchner, Chávez y Santos. El resultado fue la reapertura de la relación bilateral y un descenso sustancial de la tensión entre ambos países.

Faltaban pocos meses para que Néstor falleciera y se produjera un vacío irreparable en el país y en la región.

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