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FAR, FAP y Montoneros son nuestros compañeros

“Compañeros, compañeras…” Hace un silencio porque sabe que la ovación lo va a tapar, y eso es lo que ocurre. Espera un segundo, aguanta lo justo hasta que aflojan los bombos, y vuelve: “Debo decirles que hoy, 25 de mayo, el país inicia una nueva era de…”. No puede terminar, lo tapa otra ovación. Espera y retoma: “Esta era se caracteriza en que el pueblo argentino será quien gobernará”. Eleva el tono en esa última palabra y, ahí sí, la Plaza de Mayo estalla. La ovación dura varios segundos y deja a las anteriores como suspiros sin fuerza.
Después mete la palabra clave, que es como una llave, que funciona como una síntesis, que concentra amores y odios en dosis similares. Dice “Perón” y otra vez siente la ovación en forma de aliento interminable: “Peeerón, Peeerón, Peeerón, Peeerón”. Dice que él le dio el mandato que acaba e asumir y que se lo transfiere al pueblo, y remata: “Tal cual lo hubiera hecho el general Perón”.
Es que él, el General, no está ahora ahí. Ni en la Plaza de Mayo ni en la Casa Rosada. No está en el país porque no puede: la dictadura del general Alejandro Lanusse, que acaba de terminar, se lo había prohibido. Por eso, Cámpora anuncia que Perón volverá al país y estalla otra ovación. Abajo, en la plaza, hay una fiesta. Las banderas muestran ese amplio mar del peronismo todo unido bajo la consigna de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Por eso los trapos llevan los nombres de los más variados sindicatos y agrupaciones políticas del peronismo. Pero sobresalen las pancartas de las organizaciones armadas: Montoneros, Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Cámpora anuncia que el nuevo gobierno planea avanzar en la unidad nacional, reconstruir el país y caminar hacia la Argentina liberada. Esa tríada de promesas provoca otro estallido con el “dale, Tío, dale dale, Tíooo”. Porque si Perón es el Viejo, Cámpora, que es como su hermano, es el Tío. Así lo rebautizaron los jóvenes que fueron dándole forma a lo que se llamó la Tendencia Revolucionaria del peronismo y que en los últimos meses comenzó a concentrarse en Montoneros, que va sumando partes y que se define peronista e impulsa la lucha armada. También están las y los militantes del naciente ERP-22 de Agosto. Esa fractura –tal vez la más grande que tuvo el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT)– expresaba la imposibilidad de resolver el debate sobre qué implicaba un gobierno democrático. “El 22 sabe, como lo saben todos los trabajadores, que Solano Lima, Rucci, Calabró, Odena y otros tristes personajes que figuran en las listas del Frejuli no son ni serán jamás sus representantes. Antes bien, son los enemigos del pueblo, metidos en el seno del movimiento popular. Pero la columna vertebral del peronismo es la clase obrera y el pueblo, son los Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de quienes el 22 se siente hermano porque juntos hemos combatido, y juntos hemos derramado la sangre de los mejores hijos de este pueblo”, indicó la organización en el comunicado titulado “Al pueblo”. Sus militantes salieron a hacer campaña por el Tío en lugar de impulsar el voto en blanco, como hizo el PRT-ERP. La puesta en pausa de aquella definición estratégica no era un tema menor. Y, con el resultado puesto, hasta el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) puso un freno a las operaciones armadas y ofreció una tregua que duró unos meses. No era una decisión aislada, era el resultado de un cambio político: por ejemplo, la Asociación Gremial de Abogados, que defendía a los presos políticos durante la dictadura de Lanusse, había tenido una fuerte discusión interna sobre si era justo seguir defendiendo milicianos armados con un gobierno democrático en marcha.

DEVOTAZO

Y ahí estuvo el primer problema a definir: ¿qué hacer con los presos políticos a los que les habían prometido la liberación inmediata? Eso mismo era lo que impulsaban las organizaciones armadas: “Ni un día de gobierno popular con presos políticos” era la consigna. Pero ese debate no estaba saldado ese 25 de mayo mientras Cámpora daba el discurso desde el balcón de la Casa Rosada. El tema no solo había generado varias reuniones y discusiones encendidas en los días previos: unos proponían el indulto; otros impulsaban una ley de amnistía, que debía discutirse en el Congreso, donde los representantes del pueblo avalaran que la lucha contra la dictadura no implicaba delitos sino hechos revolucionarios. Uno de esos encuentros se produjo poco antes de la asunción y tuvo la forma de una reunión secreta entre Cámpora y la cúpula de Montoneros. Fue, posiblemente, uno de los últimos operativos antes de la asunción: Montoneros aisló el auto de la custodia que le había puesto Lanusse al presidente electo.
–No se preocupe, presidente. Somos nosotros – dijo uno de los que iba en el auto que trasladaba a Cámpora, y fueron directo a un departamento en Barrio Norte, donde vivía la mamá de Patricia Bullrich. Durante cuarenta minutos debatieron cómo cumplir con la promesa de campaña que aseguraba que no pasaría un solo día de gobierno peronista con presos políticos. –No podemos empezar incumpliendo. Cámpora dio su palabra y ratificó las promesas de campaña. El cierre del discurso en Plaza de Mayo, con los bombos atronando, repite aquello que gustaba decir Perón de que después de los festejos populares, “de casa al trabajo y del trabajo a su casa”. Pero lo que ocurre es bien distinto: se inicia una marcha a las cárceles para reclamar la liberación inmediata de los presos políticos.
Esa misma noche se firma un indulto y se abren las puertas de las cárceles. Diez días más tarde, se aprueba una Ley de Amnistía en el Congreso nacional. Y en esa resolución sobre cómo abordar la cuestión de los presos políticos aparece la complejidad del nuevo gobierno, que contiene a muchas fuerzas en pugna.

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