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Cambio de ciclo

El año en el cual el peronismo volvió al gobierno tras 18 años de proscripción fue el mismo en que caerían, meses después, los gobiernos de Uruguay primero y de Chile luego: en Montevideo, Juan María Bordaberry siguió un tiempo más tras un autogolpe y el cierre del Parlamento, pero fue completamente inútil, cómplice y subordinado de las Fuerzas Armadas que al cabo lo corrieron, y en Santiago de Chile, la experiencia socialista de Salvador Allende y la Unidad Popular sería derrocada por la derecha criolla, el apoyo del gobierno y multinacionales de Estados Unidos y la traición de quien asumiría como gran dictador, el jefe del Ejército Augusto Pinochet.
Ya había antecedentes. Sin contar Paraguay en 1954 y Brasil justo una década después, en 1971 fue el turno de Bolivia, cuando el militar nacionalista y revolucionario Juan José Torres (luego asilado, y asesinado, en la Argentina) fue desalojado por el militar golpista Hugo Banzer, y en 1972 había seguido Ecuador, con el derrocamiento de José María Velasco Ibarra (otro dirigente que encontraría refugio en nuestro país, en su caso con mejor suerte que Torres) por parte de una sedición que encabezó el futuro dictador Guillermo Rodríguez Lara. Casi todos los militares golpistas habían estudiado en la Escuela de las Américas, que EE.UU. tenía en Panamá. A esa camada pertenecieron también golpistas posteriores a 1973, cuando asumían en la Argentina primero Héctor J. Cámpora y luego Juan D. Perón en medio de un continente que, por lo tanto, se parecía a un cuartel militar en cuyo interior se torturaba, desaparecía y asesinaba mientras afuera los dueños de la economía, limpias sus manos de sangre pero no sus conciencias, hacían sus negocios.
Entre esos golpistas que vinieron después de 1973 estuvo el peruano Francisco Morales Bermúdez, quien en 1975 derrocó al militar de izquierda Juan Velasco Alvarado, o bien nuestros más conocidos Videla, Massera y compañía, que en 1976 abortaron el tercer ciclo peronista, empujados por José Alfredo Martínez de Hoz y sus secuaces históricos.
Es decir, en la Argentina del 73 podía haber genuinas esperanzas en el pueblo argentino, sobre todo el peronista, de un regreso de un líder más sosegado, de un intento de recomponer la paz social, el trabajo, el proyecto de desarrollo truncado por tantas interrupciones. Pero, en verdad, eran tan genuinas como ingenuas. El mundo atravesaba un giro ciclópeo. Es que el panorama latinoamericano aquí descripto someramente para el primer lustro de los 70 en verdad expresaba algo más, o en tal caso era apenas una rama de un conflicto mayor en las ntrañas del sistema capitalista.

EL NEOLIBERALISMO EN BUSCA DE LA RENTABILIDAD PERDIDA

Desde 1945, el capitalismo vivía un llamado ciclo de oro de crecimiento, facilitado por la paz de posguerra y el modelo keynesiano y de Estado regulador, que evitó las feroces competencias internas que justamente habían provocado ya dos guerras mundiales. Pero al mismo tiempo, por ser más distributivo, el capitalismo sufría una caída de su tasa de ganancia promedio, y las grandes corporaciones querían ponerle fin a esto. La Comisión Trilateral jugó un rol central en esa estrategia.
La contraofensiva del capital sobre el trabajo comenzó a fines de los 60 (suele identificarse 1968 como el año clave de ese giro contrarrevolucionario, con varios acontecimientos vinculados), primero en el norte industrializado de Europa y EE.UU., con diversos y famosos hechos de represión frente a revueltas populares, obreras, juveniles y estudiantiles. Y América latina, que suele recibir los coletazos del sistema unos años después, lo sufrió más sanguinariamente desde 1970, con una oleada de terror que dejó miles de víctimas desde México hasta la Argentina.
Hubo dos hechos concretos que marcaron asimismo el pulso global de entonces. En 1971, EE.UU. rompió los acuerdos monetarios de Bretton Woods, fijados en 1944 para ordenar la posguerra, y convirtió al dólar en moneda hegemónica. Y en 1973 estalló un shock de precios del petróleo, cuando la OPEP, en el marco del conflicto en Medio Oriente, frenó su producción de crudo y boicoteó a Occidente. Fue un cimbronazo, pero no causa de la crisis capitalista de los 70, sino síntoma. La razón de fondo era la caída de la tasa de rentabilidad del sistema, que el capital quería revertir a como diera lugar. Fue un momento bisagra de la historia económica global reciente: de esa derrota de las clases populares surgió, años después, lo que se daría en llamar neoliberalismo. Las finanzas, la ideología monetarista de Milton Friedman y Friedrich von Hayek –que ejecutaron sobre todo Ronald Reagan en EE.UU., Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Helmut Kohl en Alemania en los 80 (y antes, como ensayo, los pinochetistas en nuestra región)– y los grupos cada vez más concentrados dominarían el nuevo ciclo de acumulación. Así, a partir de los 90, el capitalismo volvió a tener un nivel de ganancia ultrarrentable. Ayudaron a ello la caída de la Unión Soviética e innovaciones tecnológicas notables. Fue un ciclo de ganancias mucho más concentradas en pocas manos, no solo a expensas de mayorías despojadas, sino también de actores económicos del ciclo anterior, ahora desplazados. La financiarización, la concentración y la centralización del capital fueron los rasgos sobresalientes. El poder que irían asumiendo pulpos económicos superó largamente al de sus representantes políticos, lo cual ya en el siglo XXI vaciaría de sentido los sistemas democráticos.
Vistos con el “diario del lunes”, los intentos del peronismo en 1973 (como otros sistemáticamente derrocados en la América latina de entonces) eran muy difíciles de alcanzar. Había un desfase con la gramática de las clases dominantes. El capital buscaba retroalimentarse, y lo logró. Los desastres que hoy enfrenta la humanidad (de todo tipo) hunden sus raíces en esos años cruciales.

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