Hay días claves en la historia. Son momentos que se vuelven un prisma que condensa diversos procesos que venían evolucionando. El 15 de diciembre de 1972 fue uno de esos días. En el hotel Crillón, ubicado en la esquina de Esmeralda y Santa Fe, frente a la plaza San Martín, se realizó el congreso del Partido Justicialista, eje del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que el peronismo había construido para ir a las elecciones que se realizarían en marzo de 1973, luego de 18 años de proscripción del movimiento popular y de su líder, Juan Perón. Hay fechas clave y hay figuras clave. Juan Manuel Abal Medina, que en ese momento tenía 27 años, era secretario general del Partido Justicialista. Había tenido un rol central en el Operativo Regreso del general Juan Perón a la Argentina, 28 días antes de la realización del congreso que debería definir las candidaturas. Abal Medina era quien llevaba las instrucciones de Perón al encuentro partidario: impulsar la candidatura de Héctor Cámpora ya que Perón seguía proscripto. “El General había sido proscripto por la cláusula del 25 de agosto”, dice Abal Medina en esta entrevista con Caras y Caretas. “Esa cláusula, impuesta por el gobierno militar, sostenía que quienes no hubieran residido en el país al 25 de agosto de 1972 no podrían ser candidatos. Era una cláusula hecha para el General y formaba parte de una serie de reformas impulsadas para impedir la victoria del peronismo, como la adopción del sistema de doble vuelta, apostando a que no llegaríamos al cincuenta por ciento. En el estatuto de partidos políticos se prohibió utilizar nombres o derivados de nombres, lo que nos impidió utilizar el partido peronista.”
–¿No se evaluaron otras acciones frente a su proscripción?
–El General fue muy claro en que no íbamos a forzar las cosas. Me dijo que no íbamos a buscar otras alternativas que no fueran ir a la elección. Él creía –y así fue– que ganábamos con el número. El General nunca pensó, ni para el regreso ni para lo posterior, en una política de enfrentamiento.
–¿Qué nombres circularon antes de la definición de Cámpora?
–Además de Cámpora, circuló el de Antonio Cafiero, Jorge Taiana (padre) y llegó a hablarse de Oscar Bidegain, que luego sería candidato y gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero entre los primeros tres que mencioné, el General se decidió por Cámpora. Me dijo que lo más parecido a él era su delegado.
–¿Había una relación personal entre Cámpora y Perón? –Se llevaban bien. Cámpora era un soldado absoluto del General. El trato no era de amistad sino la relación con un jefe. Perón me indicó su preferencia por Cámpora en una conversación muy larga en la casa de Gaspar Campos, antes de que él emprendiera su viaje hacia Paraguay. Me dijo que avanzara apenas el avión despegase y que les avisara a José Ignacio Rucci y a Lorenzo Miguel. Al llegar a Asunción, Perón mismo le ratificó a Cámpora su decisión. Era un candidato para ganar y en un plazo breve convocar a nuevas elecciones sin proscripciones y que el General pudiera presentarse. Perón me pidió que le dijera esto expresamente tanto a Cafiero como a Taiana. Según me contó el General poco después, cuando se reunió con Cámpora para hablarle de la candidatura, el doctor Cámpora le dijo que solo aceptaba para luego poder llamar a elecciones limpias.
–¿Cómo fue esa jornada en el Crillón? ¿Quiénes se resistían a esta decisión de Perón?
-La cosa no fue tan fácil. Tuve un gran respaldo, por ejemplo, de la delegación de Córdoba, que encabezaba Ricardo Obregón Cano. El otro que tuvo una actuación distinguida fue Armando Caro y también los salteños. En ese momento, la conducción de las 62 Organizaciones todavía estaba en manos de Rogelio Coria. Él, con la excusa de mantener a ultranza la candidatura del General, intentaba llevar las cosas a un callejón sin salida. Ellos habían jugado con Lanusse. También se resistían sectores del viejo peronismo duro, encabezados por Gustavo Rearte, que consideraban una claudicación no sostener a ultranza la candidatura de Perón.
–Esos sectores tenían una posición intelectualmente honesta… –Sí, pero era un error político. Nos llevaban a un enfrentamiento que no convenía. Lo que servía era ir a las elecciones y ganarlas. Hubo varios cuartos intermedios mientras transcurría el congreso. En un momento llegó Rucci, a quien no le gustaba la designación de Cámpora. Hablamos con él en una de esas interrupciones y lo disuadí. Rucci era de una verticalidad lineal con el General.
–¿De qué forma se zanjó el debate?
–Las posiciones se dividieron. Un sector quería evitar otra candidatura y votó por mandar una delegación para alcanzar al General donde estuviera, en Paraguay o en Perú, y tratar de que acepte. Nuestra postura proponía hacer el ofrecimiento a través de un télex. Perón me había dado su código de télex. Se redactó y se armó una comisión para ir la esquina de Corrientes y Maipú (N. de la R.: allí estaba el edificio de Entel). Enviamos el mensaje y la respuesta del General fue que yo tenía instrucciones de él. Al recibir ese mensaje se retiraron del congreso de manera estruendosa Coria y otros grupos. Con los que quedamos teníamos cuórum y entonces se designó al doctor Cámpora.
–¿La candidatura de Vicente Solano Lima como vice se gestó ahí mismo?
–Hubo alguna discusión de nombres con los aliados en el frente, reunidos en el segundo piso del mismo hotel, pero la decisión del peronismo era que fuera él. El congreso votó la formalidad de la fórmula.
–Antes mencionó varias artimañas para tratar de evitar que el peronismo llegara al cincuenta por ciento, ¿cuáles eran?
–En primera vuelta había que alcanzar el cincuenta por ciento de los votos. Sin embargo, esto ocurría si los dos primeros sumaban entre ambos al menos el 66,67 por ciento. De no ser así, se incorporaba a la segunda vuelta el tercero, siempre y cuando este superara el quince por ciento. Además, si los dos primeros no alcanzaban el 66,67 por ciento podían reintegrarse las fórmulas. Por ejemplo: el candidato a presidente del segundo podía proponerle al que salió tercero que se volviera su vice. Y hasta en algunos casos podía entrar a jugar el cuarto, era todo muy complejo.
–Un esquema intrincado.
–Nosotros habíamos tenido una buena relación con los radicales desde finales de 1970, cuando se conformó La Hora del Pueblo, pero también es cierto que ellos tenían a Arturo Mor Roig como ministro del Interior del gobierno militar. Los propósitos del doctor Ricardo Balbín eran limpios, pero apostaba a que Perón no llegara a la presidencia. Lanusse había apuntado primero a
ser él mismo candidato con un peronista de vice, que era Paladino. Cuando fue imposible, todo apuntó a que el peronismo no llegara al cincuenta por ciento y que el radicalismo ganara.
–¿Hubo otras maniobras?
–El 5 de febrero de 1973, un mes antes de la elección, se sacó una ley prohibiendo el ingreso de Perón al país hasta que asumiera el nuevo gobierno. Eso fue para boicotear una parte de nuestra campaña, que era un nuevo regreso del General. Un día antes de la elección hubo un mensaje de Lanusse, que textualmente dijo: “Mañana puede ganarse o perderse todo. Del sufragio puede resultar que la república pierda y se sumerja en la anarquía, la obsecuencia, la delación, la corrupción, el engaño, el mesianismo, el envilecimiento de las instituciones, el cercenamiento de las libertades, la implantación de terror y la tiranía o la subordinación a la voluntad omnívora de un hombre”. A esto hay que sumar el estímulo a la candidatura del doctor Oscar Alende con objetivo de armar un frente a la izquierda del Frejuli. El Partido Comunista era parte. Y de la mano de la URSS, con la que había un importante negocio de granos, sirvió para que perdiéramos casi 900 mil votos.
–¿Cree que hubo algunos errores propios en esa campaña?
–Los hubo. El clima de época y algunos sectores juveniles le dieron un tono exageradamente duro. Resucitaron algunos fantasmas con consignas como “5×1 no va a quedar ninguno”. Se recordaba al peor Perón, el que, como él mismo dijo, había perdido los estribos, por motivos terribles, es cierto. No conseguimos frenar esas cosas. Otro aspecto grave eran las consignas que se dedicaban a la llamada, por esos sectores, burocracia sindical. Fue haciendo imposible la participación de algunos referentes en los actos porque había riesgo de enfrentamiento. El 15 de febrero hubo un acto en Atlanta al que Lorenzo Miguel llegó conmigo y tuvo que irse porque no dejó de ser agredido. Pensamos entonces en hacer campañas paralelas, con actores sindicales en otros actos y con Rucci a la cabeza. Empezamos bien. Sin embargo, el 13 de febrero, en uno de esos eventos, en Chivilcoy, Rucci fue
agredido por un grupo no muy numeroso pero sí ruidoso. Al terminar el acto, cuando se dirigían a los coches, hubo disparos de armas de fuego y cayó con un tiro en el pecho el compañero Osvaldo Bianculli, que tenía mi edad y era secretario de Rucci. Esto terminó excluyendo a la que era considerada la columna vertebral de nuestro movimiento. Y eran actos hechos por jóvenes que consideraban hasta hace poco fascista o bonapartista al General y ahora querían decir quién era o no peronista. Hace unos días, al cumplirse 50 años del asesinato de Bianculli, y por gentileza de Aníbal Rucci, que es funcio- nario bonaerense, pude saludar por teléfono a Daniela Bianculli, hija de Osvaldo, y hacerle llegar mi libro.
–El resultado de las elecciones del 11 de marzo fue que Cámpora sacó el 49,53 por ciento y la segunda vuelta se suspendió.
–No tenía sentido. Lo entendió Balbín y se lo dijo a la junta militar. Él había sacado veinte por ciento. Pagó el costo de haber sido tan cercano al gobierno de facto. No quiero ser injusto con el radicalismo. Tuvo actitudes democráticas. Para lo que había sido la dicotomía peronismo-antiperonismo, Balbín estuvo a la altura. El abrazo de Perón y Balbín hay que recordarlo siempre. –Así es. Dijo: “El pueblo argentino ha enfrentado a su destino y lo ha hecho con plenitud de conciencia. En esta jornada de liberación, vaya mi abrazo a todos los argentinos, y mi agradecimiento a quienes, pese a todas las dificultades existentes, supieron mantenerse unidos al ideal que he impulsado toda mi vida”. Pocos días después, en una entrevista, el General reiteró que él hacía meses que tenía claro que íbamos a ganar. Siempre dijo que la victoria había sido el 17 de noviembre y que lo demás era una consecuencia.