Icono del sitio Caras y Caretas

Gabriela Franco: “Es importante que hablemos de poesía”

Foto: Pedro Pérez

El poema, aunque usualmente breve, rebosa dentro de sí. Espesura de mundo dispersándose niebla. “El mérito del poema es el de crear el efecto de la abundancia y la profusión a partir de unos exiguos elementos”, refuerza el crítico británico Terry Eagleton.

Definir la poesía como género –el poema como unidad específica– exige destreza y densidad. Es cierto que entre poetas y filósofos la repartija es desbalanceada –ganan los poetas, sin duda– pero tenemos unos cuantos pensadores y críticos que han rapiñado del barro de cierto desparpajo para sus arcas esponjosas no sin esmero y rigor. Todo aporta. Aunque el decir de los poetas sobre su oficio siempre desconcierta. Porque –y he aquí lo interesante– ninguna definición cierra, ninguna es definitiva. Incluso, en ocasiones, los axiomas chocan, se oponen. Y así la chispa enciende recorridos. La poesía es todas esas posibilidades. Los rayos de la rueda de una bicicleta. Un conjunto de varas que parten desde lugares distintos del círculo, avanzan en sintonía y convergen en un mismo centro haciendo girar la misma rueda.

El poema debe ser como la mancha repentina sobre la tela blanca, dice el brasileño Manuel Bandeira: “Hacer que el lector satisfecho de sí desespere”.

¿Quién pudiera apresarla definiéndola? Conceptualizar la poesía es enjaularla. Si se enfurece por encierro, estallará y dejará heridas. “La poesía es una espada fulmínea, siempre desnuda, que consume la vaina que pretende encerrarla”, arroja con desmesura el romántico Percy B. Shelley en su Defensa de la poesía.

“Es el reflejo que menos se demora bajo los puentes”, imanta René Char. Porque es un destello revelador, un impacto al corazón, una bala encaprichada con el eco triste del canto.

“Cometemos un error muy común cuando creemos ignorar algo porque somos incapaces de definirlo. Si estuviéramos de un humor chestertoniano (…), diríamos que solo podemos definir algo cuando no sabemos nada de ello (…) Sabemos qué es la poesía. Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con otras palabras”, nos tranquiliza Jorge Luis Borges.

La poesía como construcción colectiva

La poeta argentina Gabriela Franco suma un párrafo luminoso: “La poesía es ‘una mirada desde la alcantarilla’, ‘un arma cargada de futuro’, es ‘conocimiento, salvación, poder, abandono’, es ‘la pequeña voz del mundo’, ‘es lo más opuesto a la cobardía’. Pizarnik, Celaya, Paz, Bellessi y Juarroz, entre muchos otros y otras, arriman aproximaciones como quien acerca una rama a ese fuego central que es la poesía y aviva el calor de una conversación infinita”.

A la luz de Maurice Blanchot y de Mijaíl Bajtín, dos geniales filósofos de la palabra, Franco se entusiasma con la idea de pensar y repensar la poesía. Hablar de poesía es fundamental, enfatiza. “Es interesante sumar palabras a los poemas. Es una especie de encerrona creer que el poema lo dice todo y no hay más que agregar. Podríamos decir eso sobre toda la literatura y las artes, sin embargo, justamente todo el diálogo que se genera en torno forma parte de su naturaleza, de su medio vital.”

Editora de trayectoria, licenciada en Letras y docente, Gabriela Franco (Buenos Aires, 1970) viene construyendo una obra poética de gran intensidad. Los que van a morir (2007), Modos de ir (2013) y En orden de aparición (2019), escritos sin intención de unirlos en un eje, componen una “trilogía de la tristeza” que agiganta la propuesta. Por las ramas, publicado por Ediciones en Danza, al igual que los anteriores, acaba de presentarse en el Festival Internacional Poesía Ya!, organizado por el CCK, por haber recibido el Primer Premio del concurso Nacional Storni 2022.

Por las ramas marca un quiebre en tu producción. Se lo puede leer, como un ars poética, un conjunto de poemas que proponen un diálogo entre sí y con la poesía toda. Un poemario que habla de la poesía y su anclaje en el mundo cotidiano. Cito: “Decanta la piedra la pendiente. Una/ persecución del ripio. Los ojos/ en la espesura de la chispa. Incendiadas las pestañas, pulverizada la lengua./ Quemar borradores. Perderse/ entre el punto y la parte. La mitad/ es mejor que el todo, se dijo. Es/ el vicio de talar y echar/ a crecer”. ¿Cómo aunaste lo conceptual con esa zona más ciega de la escritura poética que es la lírica?

–Sobre lo conceptual me di cuenta después. Apareció fluidamente un tono, una manera de escribir, como si fuera un juego. Seguir al lenguaje más que seguir una idea previa. Ese desvío permanente, ese intentar evitar el lugar común de mí misma, aquel lugar poético al que solía o al que tiendo a ir, tratar de correrme de ahí y en ese intento dejar que aparezca el lenguaje, que aparezca el lenguaje diciéndome algo nuevo. Sorprenderme con lo que aparece. Y entonces vi que el corte de verso también me servía como lugar donde el rumbo vuelve a quebrarse y el sentido puede ir para otro lado. Algo así pasó espontáneamente. Es decir que esa idea de combinar lo conceptual con cierto lenguaje poético no es algo que me haya propuesto.

Algo notable también es una especie de descomposición de frases hechas. Como la del título precisamente o “lleva el cántaro a la fuente” y otras tantas, que vas desarticulando, rompiendo y llevándolas a otro lugar. El poema XXVIII hace referencia directa al asunto: “Hace presión, empuja la letra/ la costumbre, vieja/ maña. Dichos cotidianos, repetir hasta/ el cansancio, soltar la risa. Ir a dar/ a la incomodidad. El recoveco/ del refrán: refrendar la voz en la/ impostura. Trillar la escarcha. No/ seguir de largo, no/ detener el aire/ en el punto”. Es interesante cómo lo cotidiano se vuelve incierto. En ese sentido, aunque fluya y cante alto, es un libro de cierta complejidad.

–Esa voluntad está desde el principio. No necesariamente que ingrese el refrán o el dicho, pero sí que el poema sea permeable al entorno, que cualquier ramita que esté en el ambiente pueda ser el disparador y que después sea lo que el lenguaje trae cambiándole el rumbo. Si la frase va para acá, buscar un modo de torcerla para allá. Pero todo en pocos minutos, sin que la razón gane la partida, sino dejándose llevar por el lenguaje mismo, por lo que aparece cuando decís por acá no y entonces… aparece otra cosa siempre. Hay algo de “siga al conejo blanco”, un estado de disposición para escuchar al lenguaje. También estuvo la idea de que las anécdotas que impulsan la escritura puedan entrar al poema, pero evitando los tironeos referenciales, esas coordenadas temporales y espaciales más propias de la narrativa. El fragmento de una película, la imagen de una persona querida en el instante que pasa de la seriedad a la risa, el momento exacto en que descubrimos una palabra, el recuerdo de una charla en la vereda amplificado por el humo del cigarrillo, las horas finales que compartimos con alguien que agoniza. Esos fueron algunos de los motivos que me llevaron al poema, pero una vez allí quise evitar los imperativos del relato. En el poema XVII hablo de esto. Allí se dice que “los detalles presionan, dicen/ aquí, ayer, nosotras. En cambio, ir/ ¿al meollo? Él o ella allá/ respiran tranquilos. Aunque si/ el barro se limpia, no/ hay persona en el meollo/ del decir”. Ese impulso original, entonces, es lo que llevó a la escritura, pero luego el lenguaje se abrió camino por su cuenta, y de aquella anécdota original queda solo un vestigio, que no es evidente, pero confío en que es lo que late en el poema. Estas reglas que me fui autoimponiendo, lejos de ser una limitación, fueron las que hicieron aparecer lo imprevisto, eso me encantó, la pasé bien. La pasé bien escribiendo este libro.

¿Con los anteriores fue una experiencia de escritura diferente?

–Bueno, tienen una herida muy a mano… Surgen de la herida. Diría que están escritos desde otro lugar. En Por las ramas hubo algo más gozoso con el lenguaje. Es cierto que el libro es un ars poética. Lo veo así ahora. Pero si me hubieran pedido de antemano que escribiera un ars poética, hubiera respondido que me era imposible. De todos modos, aunque el libro parezca conceptual, en el primer impulso hay corazón, no razón.

Se nota lo celebratorio y el corrimiento de ese dolor subjetivo que atraviesa tus libros anteriores, que estremecen por su lírica y su precisión poética. En este punto, tu voz no solo persiste en cierta musicalidad sino que ahonda en la búsqueda y la propuesta de nuevos matices.

–Me gusta que digas “celebratorio”. Porque la experiencia de la escritura de este libro es un poco distinta a la de los anteriores. Tampoco es exactamente desde la celebración, porque siempre escribimos desde una incomodidad. Pero claramente no está escrito desde el dolor. En los libros anteriores tuve menos conciencia: salvo En orden de aparición que parte de una experiencia puntual y concreta y que sí nació como una unidad, como una crónica, de los dos libros anteriores no tengo una conciencia tan clara sobre qué pasó mientras escribía. Además, fueron escritos en períodos más extensos. Acá de entrada hubo una conciencia de la forma.

Dialogás con versos de muchos y muchas poetas y que aparecen como una intertextualidad secreta, velada.

–Son textos que van apareciendo porque convivimos con esas voces. Nos permiten pensar. Ese coro acompaña. Escuchando y leyendo poesía eso está cantando permanentemente. No es que fui a buscar la cita, me asalta, como si tuviéramos esas herramientas a mano para pensarnos. Hay muchas voces: Eduardo Mileo, Edgar Bayley, Irene Gruss, Diana Bellessi, Dante Alighieri, Salvatore Quasimodo, entre otras tantas.

La voz de Irene Gruss dio el impulso para el nacimiento de este libro. Eduardo Mileo y vos fueron editores de su Poesía completa, que también salió por En Danza.

–Así es. Surgió mientras leíamos los libros originales de Irene para cotejar que todo estuviera bien. Fueron horas leyendo en voz alta. Por otro lado, yo mantenía esa conversación interior con Irene, porque había una amistad. Siguen las conversaciones. Queda un bullicio lindo en la cabeza. Me gustaba pensar en eso, esos diálogos que siguen… Cómo actúa el diálogo con los otros, ya sea luego de una charla o cuando leemos, porque también es un modo de dialogar. Te queda ahí dando vueltas y genera ideas nuevas. La poesía de Irene nunca va por el camino esperable. Torcer la anécdota es una de esas figuras que ella armó. Cuando conversabas, su respuesta siempre empezaba por “no”. Un “no” que no significaba estar en contra de, sino un modo de pensar. Cierta voluntad polémica. Menos consenso.

–”Cada poeta es un contestatario, alguien que retoma el hilo, lo lleva de casa en casa, de copa en copa, de rama en rama, y presta la voz a otrxs. No quiere abarcar, quiere ser barca, navegar, arrumbar lo que se dice, volverlo rumba, arrullo que baila en cada oración. De una línea a otra, el salto al vacío consistente, sólido de crear.” Esto que escribiste va en esa misma línea que plantea Gruss.

–Aquí está cantando Bajtín, porque él dice que todo hablante es un contestatario. Lo tomo de ahí. Siempre estamos respondiendo a las voces previas. Es una idea de Bajtín que a mí me encanta. Me parece alucinante esa concepción, que está bien desarrollada en Estética de la creación verbal. La concepción dialógica del lenguaje. Él dice que ningún hablante es un Adán. Cantamos siempre a través, y a partir de, lxs otrxs.

Salir de la versión móvil