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El PRO, entre el ascenso radical y los votos que se fugan a Milei

Las elecciones primarias abiertas en La Pampa, el pasado domingo 12 de febrero, produjeron un resultado que reacomodó la interna de  Juntos por el Cambio. El candidato del radicalismo, Martín Berhongaray, hijo del histórico dirigente boina blanca pampeano Antonio Berhongaray, se impuso sobre Martín Maquieyra, el postulante del PRO. Fue en la competencia por la candidatura a gobernador de la  coalición opositora.

Maquieyra había recibido un respaldo casi unánime de los referentes del partido amarillo. De Mauricio Macri a María Eugenia Vidal, pasando por Patricia Bullrich y Cristian Ritondo.

El resultado confirmó lo que está claro desde 2015: sin la estructura nacional del radicalismo, Macri jamás hubiera llegado a la Casa Rosada. La UCR gobierna tres provincias de las cuatro que están en manos de la coalición antiperonista. El PRO creció en el conurbano bonaerense y en algunas intendencias del interior de la misma provincia. Sin embargo, sigue siendo una fuerza de la Capital Federal. Eso, claro, tiene mucho peso. Se trata de un distrito con un ingreso per cápita de nivel europeo y un presupuesto por habitante, medido en dólares, similar al que tiene la Comunidad de Madrid, gobernada por la derecha española. En esa caja robusta se funda la preponderancia del macrismo dentro de JxC. Son los recursos que sostienen el cerco mediático que protege a Horacio Rodríguez Larreta, a Macri y las principales figuras del PRO.

El macrismo está tironeado. El ascenso del radicalismo en las provincias es uno de los puntos de los que se jalonea la soga a la que está atado el PRO. En el otro extremo –esta no es un descripción ideológica sino visual– se encuentra Javier Milei. El diputado de extrema derecha tiene su mayor peso justamente en esos distritos en los que el PRO es potente: la CABA y algunas zonas de la provincia de Buenos Aires. Y le quita votos por derecha a la coalición antiperonista.

La fuerza fundada por el expresidente Macri hace poco más de veinte años transita por esta tensión en el inicio del año electoral. Por delante viene una larga lista de elecciones provinciales en las que se irán midiendo las relaciones de fuerza hasta la batalla final en las PASO nacionales.

Disputas de poder

Este es el trasfondo por el que Macri vetó una de las estrategias que evalúa Larreta para lograr un apoyo orgánico de la UCR a su candidatura presidencial. El alcalde porteño apuntaba a  posicionar a Martín Lousteau como su potencial sucesor en la ciudad, en una fórmula con un amarillo puro de vice.

Lousteau persigue ese objetivo desde que perdió el balotaje contra Larreta en 2015. A pesar de haber quedado a solo dos puntos del triunfo, en lugar de seguir tratando de ser una alternativa al PRO, el exministro de Economía se rindió como si lo hubieran derrotado por 20 puntos. Primero aceptó ser embajador de Macri en Estados Unidos y después el letargo de ser senador nacional, una Cámara más adecuada para un retiro espiritual de la política que para proyectarse. Todas esas concesiones fueron hechas con una visión muy asentada en la UCR capitalina y es que la única manera de derrotar al PRO en CABA era por dentro. Ahora parece que el plan se complicó porque Macri le bajó el pulgar. En algo tiene razón el expresidente: si su partido pierde la Capital, queda al borde de la evaporación. El radicalismo ya es más fuerte en el resto del país y si triunfa en CABA se queda con la hegemonía de la pata política del bloque antiperonista.                  

Todas estas disputas son de poder. No es posible distinguir en estas contiendas una puja ideológica. El radicalismo abandonó hace mucho el sendero socialdemócrata que le impregnó su último líder de peso, el expresidente Raúl Alfonsín. Y ni siquiera preserva una estirpe de partido nacional, no en el sentido geográfico sino conceptual. Se sumó sin chistar a la operación armada por Patricia Bullrich y la embajada estadounidense para impedir la participación del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en la cumbre de la Celac que se realizó en Buenos Aires. Quedó en la prehistoria el rol central del gobierno de Alfonsín en la formación del Grupo Contadora, que se hizo para impulsar la paz en Centroamérica e impedir la intervención militar estadounidense en la región. Igual de distante está la visita de Alfonsín a Fidel Castro, el 18 de octubre de 1986, cuando todavía persistía la Guerra Fría y faltaban tres años para la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la URSS.

Si la UCR lograra la conducción de la coalición antiperonista, no hay ninguna señal que indique que el rumbo de la gestión sería diferente al que impondría Rodríguez Larreta.

La interna de Juntos por el Cambio es un terreno de operaciones cruzadas de inteligencia y golpes mediáticos, un campo minado. Una de las sorpresas que puede darse en el transcurso del año electoral es que el radicalismo, con sus más de 130 años de historia, reemplace al PRO en la hegemonía de la coalición. El crecimiento de la extrema derecha colabora con esa posibilidad, aunque no lo garantiza. Macri y Bullrich insisten por eso en sumar a la fuerza que reivindica la dictadura militar y quiere cerrar el Ministerio de Mujeres. Los votos “moderados” que podrían perderse por esa alianza tienen menos peso para el PRO en la interna de JxC que los que se fugan por derecha a las filas del neofascismo argento.       

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