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Al final hay recompensa

EL CAMINO HACIA LA IDENTIDAD

“¿Teníamos miedo? Yo diría que no, si lo peor ya lo habían hecho. Enterrar a una hija quita todos los miedos”, reflexiona Estela de Carlotto cada vez que frente a periodistas, políticos o auditorios repletos le toca describir los inicios de la monumental tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo, allá por octubre de 1977, centrada en la búsqueda, localización y recuperación de la identidad de sus nietos.
Para llegar a los 132 casos resueltos hasta el momento, visitar los juzgados de menores y los orfanatos, analizar los listados de adopciones de la época, golpear las puertas de infinidad de oficinas públicas y recorrer decenas de organismos internacionales se transformó en la incansable tarea de ese puñado de mujeres con un fin común: encontrar a los hijos de sus hijos. Aquí, apenas cinco casos.

DE MIRTA Y OSCAR

En julio de 1973, en el Hospital de Clínicas de Córdoba, nació Tatiana. En 1980, a sus siete años, conoció su verdadera identidad.
Mirta y Oscar, sus padres biológicos, militaban en las FAL-22 de Agosto, donde eran conocidos como “la Negra” y “el Negro”. En 1976, Oscar fue secuestrado en su domicilio de la ciudad de Córdoba y detenido ilegalmente en los centros La Perla y La Rivera. Al año siguiente, en la vía pública, Mirta fue secuestrada junto a sus hijas Tatiana, de cuatro años, y Laura, de tres meses, quienes luego fueron abandonadas en la plaza de la zona.
El matrimonio Sfiligoy logró, de buena fe y desconociendo el origen, la guarda y adopción de las hermanas.
Todo comenzó a cambiar en 1980. Tras una denuncia en el Juzgado de Menores de San Martín, Abuelas de Plaza de Mayo logró localizar a ambas niñas. “Allí tuve el primer encuentro con mis abuelas maternas y paternas. Cuando el juez me preguntó si reconocía a esas personas, hice como si nunca las hubiera visto. A los quince días, en la segunda reunión, sí las reconocí como tales”, relata Tatiana al describir el primer impacto, con apenas siete años, de un camino que la llevaría al reconocimiento de sus orígenes.
La familia adoptiva acompañó a Tatiana en el reencuentro con su familia biológica y el vínculo entre la nieta restituida y las Abuelas se profundizó: primero colaboró ad honorem con la institución y posteriormente fue una de las creadoras del Área de Presentación Espontánea, donde se recibe a los jóvenes con dudas sobre su identidad.
Hoy, Tatiana Sfiligoy (Ruarte Pérez Britos Acevedo), la primera nieta recuperada por Abuelas, tiene tres hijos, es psicóloga y acaba de mudarse a Gualeguaychú buscando un ambiente más placentero, con nuevos proyectos y alejada del agobio porteño. “También estoy muy vinculada al teatro y la música. Esa pata artística tiene que ver con mis raíces, porque mis padres eran actores y habían montado un centro cultural en la ciudad de Córdoba”, cierra Tatiana.

DE ANA MARÍA Y GASTÓN

En junio de 1976 nació Manuel. A los 21 años conoció su verdadera identidad.
Ana María, su mamá biológica, formoseña y militante de la Juventud Peronista, era llamada “Victoria” por sus compañeros; su papá biológico, Gastón, porteño y militante de la misma agrupación, respondía al nombre de “José”. Ambos se dedicaban a la alfabetización de adultos.
Gastón nunca conoció a Manuel; lo secuestraron el 24 de marzo de 1976. Nueve días después, su cuerpo fue hallado en la ruta N° 4 y fue enterrado como NN en el cementerio de Escobar. Todo, tres meses antes de que naciera su hijo.
Ana María fue secuestrada y asesinada cuando Manuel tenía cinco meses. Minutos antes de que llegaran las fuerzas militares al domicilio, logró esconder a su hijo en un placar. Catorce impactos de ametralladora quedaron en el mueble.
Manuel fue puesto en adopción y entregado a la familia Novoa sin iniciar investigación alguna sobre su raíz biológica.
Los años pasaron y un vecino de su pueblo natal preservó parte del expediente de adopción fotocopiado. Se lo había entregado un empleado del juzgado de menores alertándolo: “En algún momento a alguien le puede servir”.
En 1995, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró, gracias al entrecruzamiento de huellas, identificar los restos de Ana María y, meses más tarde, localizar a Manuel. Dos años después, tras la realización de los análisis en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), el nieto número 57 confirmó su verdadera identidad y se reencontró con parte de su familia biológica.
“Mi primer vínculo con Abuelas fue en la sede del Abasto. Recuerdo cruzar esa puerta y encontrarme con una atmósfera distinta. Inmediatamente empezó una relación de roles: ellas eran muchas abuelas y yo era un nieto. Poco a poco uno las incorpora a su familia. Son las que trabajaron toda su vida para que te encuentres con la verdad”, relata Manuel.
Su vínculo con la asociación se profundizó con el paso del tiempo: primero, a través de las visitas periódicas; luego, para ayudar a la institución, por ejemplo, produciendo los primeros spots televisivos, y más tarde, desde 2011, como miembro de la Comisión Directiva de Abuelas. Hoy, Manuel Gonçalves Granada, con 46 años, vive en Longchamps, tiene una hija de 22 años y es secretario ejecutivo de la Conadi, el organismo estatal más estrechamente ligado a la asociación.

DE MARÍA CLAUDIA Y MARCELO

En noviembre de 1976 nació una niña en el Hospital Militar de Montevideo. A los 23 años conoció su verdadera identidad.
María Claudia y Marcelo, sus padres biológicos, militaban en la Unión de Estudiantes Secundarios y en Montoneros, hasta que el 24 de agosto de 1976, cuando ella se encontraba embarazada de siete meses, fueron secuestrados del domicilio porteño donde vivían y detenidos clandestinamente en el centro Automotores Orletti.
En 1989, gracias al trabajo del EAAF, se encontró e identificó el cuerpo de Marcelo, lo habían asesinado un mes después de su secuestro. María Claudia, por su parte, había sido trasladada por fuerzas de seguridad a Uruguay, donde días después dio a luz a una niña que de inmediato fue entregada a un comisario uruguayo y a su pareja, que la inscribieron como hija propia.
“No sospechaba nada. Ni sabía que no era hija biológica de ellos. María Macarena me pusieron mis padres adoptivos, y con todo el cambio que tuve preferí conservar el nombre con el que ya me sentía identificada. Porque la identidad no es algo que aparece espontáneamente, la identidad se construye”, relató la nieta en una serie de micros de la TV Pública.
Fue recién en marzo de 2000 cuando entre las Abuelas de Plaza de Mayo y el accionar directo de su abuelo, el poeta argentino Juan Gelman, denunciando el caso y presionando al gobierno uruguayo para que actuara, se logró localizar y comenzar a rearmar la historia de Macarena. Tres meses más tarde, los análisis inmunogenéticos confirmaron quiénes eran sus padres biológicos.
Hoy, Macarena Gelman García Iruretagoyena, la nieta recuperada número 67, permanece radicada en Uruguay. Es una reconocida militante por los derechos humanos y ocupó una banca de diputada entre 2015 y 2019. Aún continúa buscando a su madre.

DE LUCÍA Y ALDO

Entre marzo y abril de 1978 nació un niño en cautiverio en la ciudad de Buenos Aires. A los 44 años conoció su verdadera identidad.
Lucía y Aldo, nacidos en Mendoza y compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuyo, comenzaron una relación. Ella era profesora de Francés, Latín y Griego, y juntos militaban en el PRT-ERP.
En 1976, la pareja se trasladó a Buenos Aires y a fines del año siguiente, cuando Lucía cursaba su segundo o tercer mes de embarazo, fueron secuestrados y detenidos en el centro clandestino Club Atlético (ubicado en las avenidas Paseo Colón y San Juan) y luego trasladados a El Banco (en Puente 12, partido de La Matanza).
Entre marzo y abril de 1978, según declaraciones de compañeros detenidos sobrevivientes, Lucía fue trasladada hacia la Escuela de Mecánica de la Armada para dar a luz.
Luego de varios años de investigación, en 2004, y gracias al trabajo indispensable del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos de Mendoza (MEDH) y la Conadi, se logró confirmar el embarazo de Lucía.
Posteriormente, con la participación de familiares en el BNDG e información aportada por la sociedad, Abuelas logró dar con un hombre con sospechas de ser hijo de desaparecidos. El caso fue derivado a la Unidad Especializada para Casos de Apropiación de Niños durante el Terrorismo de Estado, dependiente del Ministerio Público Fiscal, y luego de localizarlo, se lo invitó a realizarse
los análisis correspondientes.
El pasado 21 de diciembre, el BNDG confirmó que el hombre es hijo de Lucía y Aldo, aquellos estudiantes de Filosofía y Letras, y se transformó en el nieto recuperado 131.

DE MERCEDES DEL VALLE

En septiembre de 1975 nació Juan José. Hace poco más de un mes, a los 47 años, comenzó a conocer su verdadera identidad.
Mercedes del Valle Morales vivía en la provincia de Tucumán, trabajaba en una finca y militaba en el PRT-ERP. El 20 de mayo de 1976 fue secuestrada junto a sus abuelos y sus tíos. Su hijo de diez meses quedó solo en la cama junto a un puñado de documentos. En 1983, una tía materna realizó la denuncia frente a la Conadep por la desaparición de toda la familia.
Juan José comenzó la búsqueda de su identidad en 2004, luego de que sus hermanos adoptivos, una vez que fallecieron sus padres, le entregaron el verdadero DNI y le comunicaron que no era hijo biológico de quienes lo habían criado.
Cuatro años más tarde, tras la investigación documental de la Conadi y los resultados del banco genético, Juan José logró confirmar que su madre era Mercedes del Valle. En ese momento, inició relaciones con el resto de la familia materna.
Para continuar descubriendo su identidad, debía confirmar si quien lo había criado era o no su padre biológico. La única manera de obtener esa información era exhumando el cuerpo para comprobar los perfiles genéticos.
Así, 72 horas antes del comienzo de 2023, el BNDG le confirmó que su padre biológico y su padre de crianza no eran los mismos. Fue una de las tantas víctimas de sustracción y sustitución de identidad en el marco de la práctica sistemática de apropiación de menores durante el terrorismo de Estado.
Hoy, Juan José Morales, el nieto 132, continúa su vida en Tucumán junto a sus dos hijas y su compañera Ana, quien lo ayuda incansablemente en el largo trabajo de reconstruir la identidad. Ahora, espera saber quién es su padre biológico.

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