El 31 de diciembre de 1929, una mujer de pelo corto, cutis de nácar y enormes ojos oscuros se sentó, serena, frente al comisario Julio Alsogaray. Estaban en la comisaría 7, del barrio de Once. No era la primera vez que se veían: en mayo de ese año la misma mujer había ido a esa comisaría a pedir que la borraran del registro de prostitutas. Dijo que había abierto una casa de antigüedades en Callao 515 y que se llamaba Raquel Liberman. En septiembre, regresó para que la volvieran a incluir porque, explicó, le era imposible sobrevivir con lo que ganaba. Dijo que le habían robado y que la amenazaban, sin mucho detalle.
Esta vez, la tercera, Raquel Liberman, judía y polaca, que aún no había cumplido los 30 años y llevaba seis en la Argentina, llegó decidida a contar la historia completa. Más precisamente, cómo había sido comprada por la Zwi Migdal, la red de trata judía que, bajo la apariencia de una Sociedad Israelita de Socorros Mutuos, traficaba mujeres para prostituirlas trayéndolas desde Rusia, Polonia y Rumania.
Raquel contó cómo se había escapado una vez, y cómo había vuelto a ser capturada. Para proteger a sus dos hijos, ocultó que era viuda y que era madre.
Alsogaray, un comisario con fama de incorruptible, escuchó asombrada pero pacientemente. Cuando la mujer pareció haber concluido, después de un largo silencio, le preguntó si acaso estaba dispuesta a declarar ante la Justicia. “Solo se muere una vez. La denuncia no la retiro”, respondió ella con una voz firme en la que alternaban el castellano, el ídish y el polaco.
Esa denuncia iba a precipitar una hecatombe: el procesamiento de más de un centenar de proxenetas y el quiebre de la inexpugnable red de prostitución judía en la Argentina.
La ruta de Raquel
Raquel había nacido como Ruchla Leah Liberman en una ciudad de Ucrania, Berdychiv, en 1900. Corridos por el hambre, los padres emigraron a Varsovia cuando ella era niñita. En esa ciudad se casó con un hombre que amaba: ella era modista y el marido, Yaacov Ferber, sastre. Sin saber que estaba embarazada de su segundo hijo, esta vez corridos por el hambre y la guerra, él partió hacia la Argentina. Ya se juntarían en la tierra de promisión. A Yaacov lo esperaban en Tapalqué, provincia de Buenos Aires, su hermana y su cuñado, que le habían pagado el pasaje. Sorpresa: la pareja era dueña de uno de los prostíbulos del pueblo.
El archivo de la familia Ferber muestra las tiernísimas cartas que intercambiaron los esposos mientras estuvieron separados. Hasta que, ignorante de todo, estrenando los 22 años, Ruchla y los niños se subieron a un barco para reunirse con Yaacov. Lo encontraron gravemente enfermo.
Cuando murió, un año después, las versiones se bifurcan. O la cuñada viajó con Ruchla a Buenos Aires para venderla a la Zwi Migdal, o ella viajó a Buenos Aires a emplearse como costurera y allí la atraparon. No hablaba una palabra de español.
Raquel Liberman fue prostituida desde 1924 en el burdel de la calle Valentín Gómez 2888. Dos placas en la vereda se lo recuerdan a los transeúntes. Como fuera, era diferente de sus compañeras, traídas a la Argentina con falsas promesas de matrimonio y luego esclavizadas. “Raquel hizo un trato con Zwi Migdal: ejercería la prostitución en Buenos Aires y pagaría un porcentaje de sus ganancias a su proxeneta, Jaime Cissinger, a cambio de su protección y su libertad para viajar periódicamente a Tapalqué para visitar a sus hijos, que nunca se enterarían de su oficio”, explica Nora Glickman, que es una de las traductoras de las cartas en ídish de la pareja.
Con el dinero que ahorró durante cuatro años, Raquel compró su libertad y abrió una casa de antigüedades en la calle Callao. Pero era un pésimo ejemplo, y los proxenetas empezaron a asediarla y le robaron. Simón Brutkievich, presidente de Zwi Migdal, le propuso devolver lo robado si retiraba la denuncia.
Raquel se negó y pidió ayuda a la Asociación Judía para la Protección de Niñas y Mujeres, una institución con sede en Londres que había sido fundada en 1885 para protegerlos de los proxenetas. En Buenos Aires hacía una enérgica campaña para que la comunidad no alquilara departamentos a los rufianes.
Esta vez, la Zwi Migdal apeló a otra estrategia. Después de que la sedujo, Raquel se casó con José Salomón Korn en una ceremonia judía realizada en la sinagoga de la calle Córdoba 3280. Pero el matrimonio fue una farsa y Raquel fue devuelta al prostíbulo. Korn era un importante proxeneta de la organización.
En las tripas del demonio
Raquel Liberman se enfrentaba a un enemigo poderoso, amparado por la policía y el Estado nacional. En 1913, Samuel Cohen, el director de la Asociación Judía para la Protección de Niñas y Mujeres con sede en Londres, viajó a América del Sur. La historiadora estadounidense Donna Guy menciona el asombro de Cohen porque “en Buenos Aires no se permitía a los grupos contra la trata de blancas subir a los barcos para ayudar a las mujeres que llegaban de Europa a buscar trabajo”. A buen entendedor…
Guy afirma que “entre 1875 y 1936, Buenos Aires fue un importante centro de prostitución. En 1910, la Primera Conferencia Internacional Judía sobre la Esclavitud Blanca publicó un informe que indicaba que Buenos Aires tenía 42 burdeles legales, 39 de los cuales eran propiedad de judíos. Aunque las judías constituían solo un tercio de las prostitutas legales, eran desproporcionadamente visibles en una sociedad católica”.
En Buenos Aires, la Zwi Migdal tenía como sede un suntuoso palacio sobre la calle Córdoba. También tenía sucursales en otras ciudades de la Argentina, Brasil, Nueva York, Varsovia, Sudáfrica, India y China. La organización llegó a tener ganancias anuales por más de 50 millones de dólares.
Como la comunidad judía los apartaba (había protestas callejeras en los barrios judíos contra los proxenetas y sus familiares), la Zwi Migdal construyó su propia sinagoga, también en la calle Córdoba, y disponía de su propio cementerio en Avellaneda y de sus propios teatros, donde daban obras en ídish.
La “zona roja” de la organización eran los alrededores de Junín y Lavalle. Allí muchos proxenetas posaban de honestos comerciantes, junto a honestos comerciantes. Allí se encontraban muchos de los prostíbulos (El Chorizo, Las Esclavas, Gato Negro, Marita, Las Perras) donde las mujeres “trabajaban” de 4 de la tarde a 4 de la mañana y se esperaba que atendieran por día a unos sesenta clientes.
Buenos Aires era considerada por entonces el refugio de los tratantes de mujeres porque los amparaban las leyes municipales que, desde 1875, regulaban la explotación sexual y permitían prostituir hasta a niñas de 12 años “si habían sido iniciadas tempranamente”.
En la década del 20, se calcula que la Argentina contaba con por lo menos 430 proxenetas que controlaban doscientos burdeles y a unas cuatro mil esclavas sexuales. Durante el mismo viaje a América, las chicas eran “disciplinadas”, violadas, golpeadas y encerradas en jaulas en donde pasaban hambre. Según el periodista Gustavo Germán González, las mujeres eran exhibidas y vendidas como en los antiguos mercados de esclavos, al mejor postor.
Raquel Liberman acusó a la Zwi Migdal y a su marido de obligarla a prostituirse y describió los horrores que pasaban las mujeres en el prostíbulo. También describió el proceder de la red, sus funciones para sostener todos los rubros del negocio de la trata: pagar los viajes, supervisar las subastas de mujeres, organizar el traslado de las “chicas” de un prostíbulo a otro, seleccionar jueces amigos que arbitraran en las pujas entre proxenetas. Y fundamentalmente, a través de coimas y extorsiones, se ocupaba de mantener buenas relaciones con la Justicia, la municipalidad y la policía de modo que no obstaculizaran su actividad. No olvidó mencionar a algunos personajes ilustres que eran asiduos visitantes de los prostíbulos.
El juez Manuel Rodríguez Ocampo se hizo cargo de la investigación de la denuncia y el comisario Julio Alsogaray de la pesquisa. El 30 de mayo de 1930 la Justicia allanó la sede central de la Zwi Migdal.
El 27 de septiembre de 1930 Rodríguez Ocampo dictó prisión preventiva para 108 mafiosos de la Zwi Migdal y pidió la captura de otros trescientos prófugos. Las tapas de los diarios se llenaron de fotos.
Los ricos proxenetas amigos del poder apelaron la sentencia. Y la Cámara de Apelaciones entendió sus razones, y solo confirmaron la prisión preventiva de tres integrantes secundarios de la organización. Todos los jefes quedaron libres. El argumento fue que la única mujer que había declarado era Raquel.
A pesar de esto, la Zwi Migdal se desintegró por completo.
Un nuevo decreto prohibió los burdeles en Buenos Aires a partir del 31 de diciembre de 1934. En diciembre de 1936, la Ley Nacional de Profilaxis Social extendió la prohibición a todos los municipios y ordenó exámenes médicos prenupciales para todos los hombres.
Raquel Liberman recuperó a sus hijos y los trajo a Buenos Aires. Pero enfermó de cáncer y murió el 17 de abril de 1935, a los 34 años. Los chicos tenían 15 y 14 años.
La Polaca tuvo que esperar ochenta años para que se colocara una placa en su honor en el cementerio de Avellaneda, donde fueron enterrados los proxenetas y sus familias. Pero desde entonces, un aluvión de investigaciones, libros, documentales y hasta la serie Argentina, tierra de amor y venganza, han recuperado su nombre y dado el justo lugar a su epopeya.