El predio de El Dorrego transpira peronismo. Se percibe en las paredes, con afiches que aclaran que mejor que decir es hacer; en las decenas de actores que caminan, con vestuarios de época, las calles de esta pequeña ciudad ambientada a principios de los años 70; en la sonrisa de los niños y niñas que juegan en la kermesse, reafirmando su condición de privilegiados (los más); y hasta en el aire, porque la música, el baile y los festejos de Perón Volvió demuestran que el goce es un derecho universal. Pero entre todas las opciones que ofrece este parque temático, hay una actividad que invita especialmente a viajar por la historia. O mucho más que eso.
Génesis
En la Escuela 17 de octubre de 1945, Gabriel pide esperar unos minutos para ingresar a una de las tres salas 360º que tiene el parque. Una vez inmerso, casi a oscuras, la voz de Enrique Santos Discépolo ilustra cómo surgió el movimiento popular más importante de estas tierras. “Lo digo de una vez: yo no inventé a Perón. Ni a Eva Perón, ni a su doctrina –le explica a Mordisquito–. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria. Nacieron de vos, por vos y para vos”, describe en ¿A mí me la vas a contar?, el histórico radioteatro.
Las imágenes y sonidos siguen su marcha y un estruendo demuestra el primer punto de unión entre Eva y el General: el terremoto de San Juan, en 1944. Con un archivo de excelencia, esta experiencia audiosensitiva se sumerge en la tragedia que devastó a una provincia, pero también en el proceso de reconstrucción que abrió una luz de esperanza. Perón y Evita ya están juntos.
El viaje transporta hasta otro hito fundacional, el 17 de octubre de 1945. La puesta en escena de la sala genera que seamos uno más de los miles de trabajadores que ese día llegaron a la Plaza de Mayo. Mientras corren los fotogramas, una pareja en la misma sala canta al unísono: “Acá está, estos son, los soldados de Perón”. La formación del Partido Peronista Femenino y el desarrollo del Plan Quinquenal también forman parte de la excursión.
El fin de esta primera etapa no esquiva la tristeza, tampoco. El renunciamiento de Evita a la fórmula presidencial de 1951, la histórica Marcha de las Antorchas a un mes de su muerte y la voz de la propia Eva que marca el camino a sus descamisados: “Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo. Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.
El fade-out no puede ser de otra manera. El abrazo final de Eva y Juan Domingo, en el balcón de la Casa Rosada, que se funde a negro. El primer capítulo terminó.
Éxodo
Los ánimos ya son diferentes al entrar en la segunda sala, tan solo al cruzar la Avenida de los Trabajadores. El ruido de los motores de los Avro Lincoln y Catalinas –con la insignia “Cristo Vence”– preparan para observar la atrocidad: el bombardeo a la Casa Rosada. Las 29 bombas que, desde el cielo, cayeron en Plaza de Mayo dejan postales imborrables en la sala: un microcentro porteño en llamas, ruidos de ambulancias, pánico y los 355 civiles muertos en las calles. Nuestro Guernica.
Esta segunda experiencia, denominada “Éxodo”, es la más corta de las tres salas inmersivas. Y lo recorre en un ritmo vertiginoso, con imágenes en rojo y negro. Tanques en la calle, ruido de botas y dictadores que simulan ser patriotas con gritos marciales.
La música de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota marida con los registros de la violencia policial contra el pueblo peronista. Y en el crudo relato radiofónico del decreto 4.161 se refleja la proscripción ordenada por la Junta Militar: la voz relata que queda prohibida “en todo el territorio de la Nación la utilización de imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas, que sean representativas del peronismo”.
Pero el registro audiovisual también aclara que el pueblo no se rinde. Dibujo e imágenes dan cuenta de que, aunque se ordene, la memoria no se puede borrar. Nace la resistencia y seguimos viaje.
El retorno
El Cine Favio nos da la bienvenida. A la oscuridad del éxodo sigue la esperanza.
Al entrar en la tercera y última sala, los organizadores cambian las reglas: adiós a una sala 360º. Enfrente hay un escritorio real, con libros, apuntes y una silla. Y cuando menos lo esperamos, un holograma de Perón marca la fecha y lugar: Puerta de Hierro, principio de los 70. El General habla y ordena.
Tras la primera sorpresa, ahora sí se prende la única pantalla de la sala, justo enfrente del escritorio. El ruido de lluvia es indiscutible. Estamos en Ezeiza. La vuelta está a un solo paso y el pueblo marcha en una procesión festiva hacia el aeropuerto. Aunque todavía falta.
Perón, en formato holograma, vuelve a escena para otra clase magistral. Didáctico, alerta que no es lo mismo conducir que mandar, y da la bienvenida a las nuevas generaciones. El peronismo mantiene sus banderas y es transversal. No quedan dudas.
El exilio llega a su fin. Perón lo confirma en un discurso desde España y la multitud sigue caminando hacia Ezeiza. Un último saludo del holograma nos marca la pauta de que el General está por subir al avión de Alitalia que lo traerá de regreso al país, tras 18 años de persecución política.
Pero el viaje tiene una última sorpresa. El legendario Víctor Hugo Morales resuena por los parlantes y con la poética que lo caracteriza –la misma que ilustró el mejor gol de los mundiales, el segundo de Maradona a los ingleses en 1986–, describe los momentos icónicos del 17 de noviembre de 1972: la procesión interminable de militantes hacia el aeropuerto de Ezeiza, la llegada del DC-8 de Alitalia, el descenso del General, el paraguas de José Ignacio Rucci, el fin de la proscripción y el festejo del pueblo son algunas de las emblemáticas imágenes que repasa Morales, en un registro filmográfico en colores.
Y si en el primer fotograma Discépolo habla del nacimiento del peronismo, el cierre de este viaje concluye con la felicidad de los trabajadores, ese mismo pueblo que se organizó y venció al tiempo. Por eso, al salir de la sala, se entiende por qué el período que delimita el video empieza en 1972 pero no finaliza en 1976, ni en 2022. Es infinito.