Fue un día inusualmente frío para la habitual calidez de noviembre. Ni eso, ni 17 años de proscripción, ni siquiera la potencial represión militar frenaron el avance de la militancia peronista, que caminó desde distintos puntos de Buenos Aires hacia el aeropuerto de Ezeiza para recibir a Juan Domingo Perón.
Desde el triunfo de la Revolución Libertadora de 1955 hasta aquel 17 noviembre de 1972, el peronismo estuvo proscripto en la Argentina, sobreviviendo en fragmentos de una militancia diezmada por la violencia de las dictaduras que con los años logró articularse y robustecer sus propias filas. Perón conducía desde la distancia, comunicándose con su legado político a través de cartas, cintas y libros que se mantenían en movimiento en la clandestinidad. Por ejemplo, en La hora de los pueblos (1968) se dirige hacia la juventud animándola a adoptar el rol histórico que según él les competía: “El único remedio consiste en la eliminación, por el medio que sea, de los que produzcan el mal, en este caso los dirigentes de conducción que carecen de la grandeza, el desprendimiento o la honestidad indispensables, para lo cual es preciso echar mano en seguida al cambio generacional necesario. La juventud suele ser el mejor instrumento de regeneración y la que tiene el inalienable derecho de hacerlo (…) Proceder al cambio no es una opción, sino una obligación que todos tienen si realmente se interesan por que la organización sobreviva”.
El entonces presidente de facto, Alejandro Lanusse, había provocado tanto al líder como a la resistencia al decir que “Perón no viene porque no le da el cuero”. El 12 de noviembre, el Movimiento Nacional Peronista comunicó la programación de la vuelta del General para el 17 de noviembre. La CGT decretó un paro general para aquel día y Lanusse entonces, en un intento de evitar un 17 de octubre, decretó la prohibición de las manifestaciones y ordenó un cerco militar alrededor del aeropuerto de Ezeiza para evitar la llegada de la militancia. Pero una gran masa de gente se acercó desde distintos puntos en transporte público hasta donde pudo y de allí continuó caminando varios kilómetros. Una gran dificultad fue el cruce del río Matanza: es un río que hace eses constantemente, por lo que en realidad, las multitudes lo cruzaron varias veces bajo la lluvia incesante y el frío. En aquel momento, las mujeres solían usar botitas o zapatos, pero no zapatillas. Muchas hicieron esa travesía con un calzado poco apto. La otra gran dificultad eran los militares: se habían distribuido a lo largo de la General Paz y la Riccheri. Sin embargo, pasaron varias veces con helicópteros, por lo que vieron que los grupos estaban cortando camino a través de los campos para llegar al río. El dibujante Carlos Nine documentó en una cámara Súper 8 la travesía y la presentó bajo el nombre Marcha sobre Ezeiza. Este compendio de imágenes permite comprender la crudeza del recorrido: barro constante, ropa mojada, amenaza permanente, una multitud de todas las edades en la que cada tanto sobresale algún optimista sosteniendo un paraguas, en el mejor de los casos. En el peor, muestra también la represión en algunos puntos del recorrido.
LA VIDA POR PERÓN
“Luche y vuelve” era la máxima que aglutinó y dirigió el último tirón de la proscripción del peronismo entre las masas y la juventud organizada: la clave de la posibilidad no solo del regreso sino también de la supervivencia del movimiento durante todos esos años que soportó la clandestinidad y la violencia de las dictaduras militares.
Dos días antes, Perón se comunicó con la militancia a través de una carta pidiendo “inteligencia y tolerancia. (…) Agotemos primero los módulos pacíficos (…) que para la violencia siempre hay tiempo”.
La organización de las distintas agrupaciones para contrarrestar los posibles ataques de los militares fue alta. El libro Setentistas. De La Plata a la Casa Rosada da cuenta de las diferentes instrucciones previas que grupos como las FAR o la JP tenían preparadas en caso de que hubiera una ofensiva. Por ejemplo, el documento de la JP llevaba por título “Cursos de acción probables del enemigo y respuestas a tener preparadas por el pueblo peronista”. También relata una anécdota que da cuenta de la atmósfera tensa que Perón contemplaba: en el avión viajaba Horacio “Chacho” Pietragalla (asesinado en 1975), que integraba la delegación juvenil de la JP. Pietragalla se acerca al asiento del General por orden suya, este le muestra un maletín con dos pistolas y le dice: “Mire, mi’jo, yo sé quiénes son ustedes. Cuando lleguemos a Buenos Aires, en caso de problemas, una la porto yo y la otra usted. Cuando lleguemos al aeropuerto, para evitar problemas, el primero que va a aparecer por la puerta del avión voy a ser yo. Si Rucci no está al pie de la escalerilla esperándonos, es que empezó la guerra”.
Según cuenta Miguel Bonasso, entonces miembro de Montoneros, en el documental Luche y Vuelve, ese día se movilizaron alrededor de medio millón de personas: “Desde ese actito en Tucumán, mil quinientas, dos mil personas, a medio millón en lo que va del 24, 25 de agosto al 17 de noviembre. En esos meses se convierte esto en una bola de nieve gigantesca”. El acto al que hace referencia es el que se realizó impulsado por el movimiento estudiantil, en repudio a la masacre de Trelew ocurrida pocos días antes.
Como manifiesta Perón en ese fragmento de La hora de los pueblos, la generación responsable de su vuelta en 1972 fue la juventud, aquella que no había nacido en el 45. Es aquella que se debe a la lealtad pero que protagoniza el Día de la Militancia, habiendo soportado casi dos décadas de proscripción y violencia, y que realiza su cometido político: la vuelta de su líder.