El año electoral comenzará luego de las fiestas de fin de año. En los tres meses que quedan hay una suerte de precalentamiento, que en Juntos por el Cambio ha tomado una temperatura muy elevada. Se multiplican los pases de factura, las acusaciones de espionaje entre los propios miembros de la coalición, la apuesta a los discursos extremistas. Hay demasiados caciques y cacicas que quieren ser presidente.
Mauricio Macri tiene el trauma del presidente de fracasó, podría compartir terapeuta con Eduardo Duhalde. Macri estaba convencido, después de la victoria de Cambiemos en las elecciones de medio término de 2017, de que se quedaría ocho años. Fue su propia política económica la que luego lo condenó. Emitió deuda como no lo había hecho ningún gobierno hasta ese momento. Y los especuladores financieros a los que les había dado todo lo que pedían lo socavaron. A los pocos meses de haber consolidado su poder político, habiendo derrotado a Cristina Fernández en la provincia de Buenos Aires, los famosos “mercados” le dieron la espalda. Retiraron de golpe los fondos que habían traído, empujaron una nueva devaluación del peso y la situación financiera nunca más se pudo estabilizar. La inflación se disparó y el destino de Macri quedó sellado. No pudo renovar su mandato en 2019. El ex presidente no puede culpar al peronismo de su fracaso. Una parte de las fuerzas que hoy integran el Frente de Todos fue clave para que le aprobaran las leyes en el Congreso. Quienes derrumbaron su gestión fueron sus amigos de Wall Street.
Macri quiere volver. No hace falta que lo diga de modo explícito. Cada decisión que toma, cada gesto que esgrime, cada paso que da, está en función de ser candidato a la presidencia. Le quedó clavada la espina de no haber logrado la reelección y esa frustración es el principal motor de su nueva aspiración. Este proyecto sacude a la coalición opositora. Se trata de un ex presidente que perdió la última contienda de la que participó. ¿Desde qué lugar propone ahora ser de nuevo el candidato? Para la UCR es casi indigerible. Lo dijo el gobernador de Jujuy y carcelero de Milagro Sala, Gerardo Morales: hacia adentro del partido centenario es casi imposible que se acepte ir detrás de Macri.
De todas maneras, si hay PASO –y lo más probable es que las haya–, nadie podrá impedirle competir. Esa no es la expectativa de Macri. Su apuesta sería ser al menos el único candidato del PRO. Para eso debe quitar del camino a Horacio Rodríguez Larreta, su delfín en la ciudad de Buenos Aires, y a su ex aliada Patricia Bullrich, que compite para captar los votos más extremistas de la coalición.
El partido amarillo se enfrenta a un dilema con sus tres potenciales precandidatos. Si todos deciden jugar, allanan el camino para que el radicalismo con un solo candidato gane la primaria porque el voto del PRO se dividiría.
Por eso es que también están en discusión las fórmulas mixtas. Larreta no descarta llevar a un vice radical en la fórmula, algo que boinas blancas como Facundo Manes rechazan. El jefe porteño sufre el fuego cruzado de su ex jefe político y de Bullrich. Las acusaciones de “blando” o “populista light” están dirigidas hacia el alcalde. Y las reacciones autoritarias de Larreta, como la persecución contra los estudiantes secundarios que tomaron los colegios para reclamar mejores condiciones, son la respuesta que el jefe porteño ensaya contra esos señalamientos. Está claro que los principales dirigentes del PRO parten de la base de que la mayoría del electorado de JxC está atravesado por un antiperonismo visceral y reaccionario. Y que la competencia para las PASO no se gana corriéndose al centro sino girando el volante hacia la derecha.
Larreta no va a declinar su aspiración presidencial. No tiene muchas más posibilidades. Cumple 57 años este mes de octubre y no le queda reelección en la ciudad. Si no compite ahora, la vorágine de la vida política se lo terminará devorando y quien sea su sucesor en la CABA –en caso de que JxC gane de nuevo en el distrito– se transformará en el próximo presidenciable. No hay motivos para suponer, entonces, que depondrá su aspiración, ya que además maneja los recursos multimillonarios de la ciudad más rica de América latina.
Por lo tanto, queda la moneda en el aire sobre Macri y Bullrich para evaluar si alguno de ellos se baja. O si Bullrich acepta competir por la provincia de Buenos Aires y no por la presidencia. La ex ministra de Seguridad tiene una estrategia clara. Parte de la base de que la corriente de extrema derecha que se extiende por Occidente también está en la Argentina y que ella puede encarnarla. Desplegar discursos extremos, rozando el autoritarismo y la violencia política, no es un papel con el que Bullrich esté incómoda.
Los boinas blancas
A pesar de su conocida pasión por las internas, en la Unión Cívica Radical las aguas están más quietas. Hay un respeto por algunas de sus tradiciones centenarias, por ejemplo que el presidente del partido es el candidato a presidente de la República. Así fue con el mendocino Ernesto Sanz, en 2015, que no juntaba ni un voto, y se repite ahora con Morales.
Además, tampoco parece haber una gran disputa en la provincia de Buenos Aires ni en CABA. En el principal distrito del país, hay un consenso generalizado para que el candidato a gobernador sea Facundo Manes. El neurólogo hizo una elección mejor de la esperada en las PASO del año pasado, cuando compitió en la interna contra Diego Santilli. Perdió por pocos puntos contra el colorado y ganó en municipios rurales que tradicionalmente votaban al radicalismo. Esto lo dejó posicionado casi sin discusión dentro del radicalismo bonaerense.
En la ciudad ocurre algo similar con Martín Lousteau. Incluso es posible que el ex ministro de Economía cuente con aval de Larreta o que se termine pactando de alguna manera una fórmula entre Lousteau y María Eugenia Vidal. Pero dentro de la UCR porteña no hay otra figura que aspire a pelear por la jefatura de la ciudad.
Al tener ordenada la candidatura presidencial, la de gobernador bonaerense y la de jefe porteño, el radicalismo se transformó en un mar aquietado, hasta puede resultar aburrido por su falta de oleaje.
Todo Juntos por el Cambio parte de la base de que tiene casi ganada la elección de 2023. Eso es lo explica la precocidad de su propia interna. Quizás estén pecando de optimismo.