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La sencillez de un artista del pueblo

En 1975 se estrenó Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio, y resultó la gran sorpresa del cine nacional. Con un récord de 3.800.000 espectadores, se convirtió en la película argentina más taquillera, que recién pasó a un segundo lugar en 2014, con el estreno de Relatos salvajes, de Damián Szifron. El tema musical del film, “Soleado”, era el elegido por novias, quinceañeras y para cualquier evento que mereciera musicalización. Se transformó en un himno popular, como el director. Porque eso era Leonardo Favio, un artista puramente popular.

Fuad Jorge Jury Olivera (conocido por su nombre artístico como Leonardo Favio) nació en Las Catitas, Mendoza, y vivió una infancia dolorosa a partir del abandono de su padre. Estuvo internado en distintos institutos de menores (experiencia que relata en Crónica de un niño solo), de donde siempre escapaba. Conoció la cárcel y la mendicidad, fue seminarista y estuvo en la Marina, pero nada lo entusiasmaba.

En los años 50 llegó a Buenos Aires y su vida sufrió un cambio radical. Conoció a Leopoldo Torre Nilsson y tuvo su primer contacto con el cine. Entonces, decidió que ese era su camino.

En 1965, estrenó su primera película, Crónica de un niño solo, a la que los críticos consideran su obra más poderosa (tal vez porque refleja parte de la infancia de Favio) y una de las mejores del cine nacional. Un año más tarde, el Incaa le negó un préstamo para hacer El romance del Aniceto y la Francisca, y otra historia comenzó.

Una noche asistió como invitado para cantar en la Botica del Ángel, de Eduardo Bergara Leumann. Cuando terminó la actuación, un productor musical que estaba en la sala le propuso firmar un contrato para grabar un disco. El primer simple que grabó fue un fracaso, pero la compañía (CBS) le propuso grabar “Fuiste mía un verano” y “O quizás simplemente le regale una rosa”, y se dispararon las ventas.

Su primer disco fue un éxito internacional y Favio comenzó a ser reconocido en el mundo de la música. Contratos, giras. Pero nada de eso lo alejaba de su gran amor, el cine. Más de una vez contó que su carrera como cantante le servía para ganar dinero y poder filmar. También recordaba que gracias a sus discos, en los momentos más difíciles de su exilio pudo mantener a su familia. Existe una historia difícil de comprobar que cuenta que cierta vez le preguntaron a Favio por qué cantaba, y él habría respondido: “Si canta Fulano y le va bien…”. Ese Fulano era un cantante igual o más famoso que él.

FAVIO Y PERÓN, UN SOLO CORAZÓN

Desde su infancia, el director sintió simpatía por el peronismo. Esa simpatía, sin embargo, se convirtió en una filosofía de vida: “Me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad”, decía. Cuando alguna vez le reprocharon que su cine era peronista, simplemente respondió: “Yo no soy un director peronista, pero soy un peronista que hace cine y eso en algún momento se nota. En ningún momento planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”.

Su carrera como cantante lo llevó a España, y en 1971 visitó en Puerta de Hierro a Juan Domingo Perón, con quien conversó durante varias horas. En el retorno del viejo líder en 1973, Favio fue designado como conductor del acto de bienvenida en Ezeiza, que terminó en tragedia. En algún momento fue al hotel de Ezeiza, donde los parapoliciales tenían retenidas a personas a las que estaban torturando y, llorando, los amenazó con hablar y contar todo si no paraban con las vejaciones. Ese era Favio.

En julio de 1976, tres meses después del golpe cívico-militar que derrocó al gobierno de Isabel Martínez de Perón, Favio estrenó Soñar, soñar, su película más personal y menos vista, protagonizada por el cantante Gian Franco Pagliaro y el boxeador Carlos Monzón. Favio tuvo que abandonar el país y exiliarse en Colombia. Y allí otra vez la música: volvió a cantar y organizó giras por distintos países de América latina. En 1987 retornó a la Argentina, y desde entonces se dedicó de lleno al cine, hasta su muerte.

La vida privada de Favio nunca propició chismes o rumores. En 1967 se casó con la actriz María Vaner, a quien había conocido durante la filmación de El secuestrador (Torre Nilsson). El matrimonio duró con altibajos unos seis años y tuvieron un hijo, Leonardo Jury.

Luego conoció a Zulema Carola Leyton, Carolita, como él la llamaba. Ella fue su musa y lo acompañó hasta el último día. Compartieron 26 años hasta que decidieron casarse. La pareja tuvo dos hijos: María Salomé y Nicolás Favio.

A pesar de los premios y los reconocimientos como cineasta, Leonardo Favio continuó siendo el muchacho del pañuelo en la cabeza que soñaba historias para una nueva película. El muchacho humilde, sencillo, que almorzaba junto a la mucama mientras le contaba cómo iba la filmación de Nazareno… Y así se marchó,el 5 de noviembre de 2012, sin estridencias y sin poder terminar El mantel de hule, película que estaba escribiendo y que iba a recordar su infancia de pobreza en Mendoza.

Sus restos fueron velados en el Congreso de la Nación y las imágenes fueron dignas de una película. Una multitud se acercó a despedirse. No solo pasó por allí el ámbito político (asistió la entonces presidenta Cristina Fernández) sino también la gente del pueblo conmovida por la muerte del ídolo.

“Si hay algo que le pido a Dios es amar todavía más a la gente. A los que no tienen posibilidades de ser escuchados. Estar con ellos. Caminar con ellos. No hay ningún misterio. Todo es cuestión de amor.” Leonardo Favio fue actor, cantante y director de culto, pero, sobre todo, un artista popular.

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