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El bien: amor y teatro

Unipersonal protagonizado por Verónica Pelaccini, escrito y dirigido por Lautaro Vilo, El bien propone, a partir de una situación cotidiana–, una mirada de género desopilante sobre el universo masculino, y un posicionamiento de fuerza femenino maravilloso. Guadalupe es una agente inmobiliaria que desatiende un rato su trabajo para acompañar a una amiga, madre de un compañero de su hijo, a una clase sobre arte. En el café posterior, le cuenta un problema que la atormenta, una herencia familiar a resolver. Su amiga le ofrece una ayuda tan inusual como inesperada. Caras y Caretas estuvo en el estreno y conversó con la actriz y el director de la obra, que además son pareja.

–¿Cómo surgió la escritura de este texto y la posibilidad de llevarlo a escena?

Lautaro Vilo: –El trabajo surge del deseo de hacer algo juntos y de que ese algo fuera un unipersonal en el que actuara Vero. Fue una idea amasada durante años, creo que desde que nos conocimos hace dieciocho años. A partir de ahí, y teniendo en cuenta la relación que nos une, empecé a trabajar la escritura sobre la idea de una infidelidad. La misma inmediatamente obligó a definir caracteres, personajes y situaciones concretas, y en esta línea de construir ficciones muy cercanas a la vida real que tienen algunos de mis monólogos (como alguna vez le escuché decir a Ricardo Monti: uno escribe mistificaciones de la propia vida), apareció para mí un territorio de nuestra situación paternal: la convivencia con los padres y madres de la escuela, ese nuevo grupo de pertenencia que se inaugura con el desembarco de los hijos en el jardín de infantes y luego en la primaria, esos camaradas, socios y amigos de la logística familiar. También otras sensaciones de la paternidad y del tiempo juntos y de estos tiempos: cómo esa felicidad inefable de ser padres nos incorpora en una serie de comportamientos y funcionamientos comunes a tantas otras personas, cómo el tiempo propio deja de tener esa singularidad egocéntrica y de regirse bajo el capricho inmediato de antaño, cómo esta nueva situación nos inaugura reflejos de nuestros propios padres y nos descubrimos a veces en gestos que suponíamos que no íbamos a repetir, cómo el amor erótico se tensiona, se opaca, se redescubre, se transforma y se potencia o no en ese camino, cómo la pasión puede volverse terrorista de aquello que damos por sentado y forma parte de lo natural en nuestras vidas. Todas esas impresiones fueron uniéndose a medida que escribía esta peripecia de Guadalupe, que es el nombre de la protagonista. Una vez escrito el texto hicimos un montaje, primero conjetural, en los espacios que permitía la realización de otro montaje en el que estábamos participando los dos (Cuando nosotros los muertos despertamos, de Ibsen, en el Cervantes) y este año decidimos retomar el material y escenificarlo definitivamente.

Verónica Pelaccini: –Cuando lo conocí a Lautaro, él estaba actuando con su obra Un acto de comunión en el Festival Internacional de Teatro. Yo estaba en una. Creo que él también. Un cierto tiempo después el cuadro cambió y nos empezamos a hablar (prolijos). Lo primero que pensé cuando me escribió por el chat de Facebook fue: “Yo quiero tener un proyecto con este tipo”. Y lo tuvimos, solo que el proyecto fue una familia antes que una obra. La obra llegó ahora, dieciocho años después, pero fue deseada desde el momento en que lo conocí. Imaginate el terror que me produjo empezar a ensayarla. ¿Y ahora qué? ¿Y si no me sale? No es mi estilo, pero acá fue así. El escribió solo. Yo memoricé sola. Los ensayos fueron diarios, de entre dos y tres horas. Es un privilegio tener esta obra escrita y dirigida a medida para mí y por él. Soy una actriz que puede trabajar y vivir de su profesión, pero que hasta ahora nunca había sido la “protagonista” excluyente de un proyecto teatral. Tener su mirada, intuición e inteligencia a disposición es un privilegio.

–¿Cómo fue la experiencia y el proceso de ensayos entendiendo que además de director, dramaturgo y actriz son pareja?

L. V.: –El proceso fue complejo, estimulante, un descubrimiento, una angustia, una alegría enorme, tuvo de todo. Complejo sobre todo por la necesidad y la dificultad inicial para poner un borde que inaugurara el trabajo y lo separara de todas las otras actividades, todos los otros proyectos que compartimos en la vida cotidiana. Estimulante y un descubrimiento porque, si bien yo tenía clarísimo que ella es una gran actriz (y no lo digo porque sea mi mujer), nunca habíamos trabajado en estos roles juntos en un proyecto. Y cuando uno dirige a un actor o actriz, lo que incita y a lo que asiste es al despliegue de su cabeza y su sentir, a los movimientos y vaivenes de su sensibilidad estética, puede ver cómo mete mano a su bagaje cultural, estético, técnico. Eso es un privilegio extraordinario para un director, si quiere involucrarse realmente en el trabajo actoral. Y en ese camino, lo que encontré fue maravilloso. Una angustia, porque cuando las cosas no salían, volvías del ensayo a casa y ahí seguías conviviendo con todo el elenco, y la posibilidad de desengancharse, de airear, era menor, y además, porque el unipersonal tiene otro ingrediente que lo hace más indeterminado que las obras con más intérpretes: el partener es el público y lo es en una forma más radical que en otras ecuaciones. Ya cuando hay dos actores en escena, al menos en los momentos finales del montaje, uno tiene la sensación de que los bordes de la forma están más nítidos. Al haber más instrumentos, es más fácil decir si suena bien o mal; con un único instrumento a veces es más difícil discernir, la forma puede presentarse más difusa. Afortunadamente, en todos los momentos del proceso tuvimos ensayos deslumbrantes y eso fue una gran alegría. Cuando llegamos al estreno y lo vimos en funcionamiento fue una felicidad total.

–¿Cómo es el personaje?

V. P.: –Guadalupe vive en Buenos Aires. Es agente inmobiliaria. Trabaja mucho, es buena en lo suyo. Está casada con Sergio. Él nunca tiene un mango y también le falta un poco de determinación. Ella no puede salir de su rueda de hámster: satisfacción cero, zona de confort. Es buena madre, no es boluda ni necia, es consciente de la vida que tiene. Inteligente, ambiciosa en el mejor sentido de la palabra. Quiere. Desea. Es vital. Y a mi gusto, se merece todo lo bueno que quiere. Tiene algunas amigas, hasta ahí, derivadas de los vínculos que se generan por ser “mamá de”. Y un día se encuentra en medio de una situación que no hubiera intentado generar jamás; pero a la que no se puede negar, y de ahí en adelante se desata en ella la pasión que, para mí, la convierte en mi mejor amiga. Empieza siendo una más, termina siendo ella. En cuanto al proceso de construcción de personaje, fue ortodoxo en el mejor sentido. No hicimos improvisaciones para ver de qué se trataba la obra, nada de eso. El material me fue dado íntegramente escrito por Lautaro. La obra tiene, lo pienso yo y me lo han dicho varias personas, una gran sensibilidad femenina, pero eso no es resultado de una búsqueda mediante improvisaciones o porque yo haya decidido “esto ella lo dice o lo siente así”. Eso estaba en el texto. Guadalupe emerge, se conforma y existe como consecuencia de las situaciones que surgen por leer y entender y hacer lo que promueve el texto dramático. Como en las mejores historias, ella es una persona común a la que le pasan cosas fuera de lo común. Es una obra que no presume de su estética, que por supuesto la tiene. Creo que es uno de los más valiosos hallazgos de la puesta y de la dirección. Es tan moderno que te permite verla sin tener que andar señalando la autoconciencia de pieza teatral ni inventando recursos extrañados. Es una obra directa, intensa, entretenida, emocionante, muy graciosa. ¡Vengan a verla!

FICHA TÉCNICA
Texto y dirección: Lautaro Vilo
Actuación: Verónica Pelaccini
Vestuario y diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde
Diseño de iluminación: Facundo Estol
Asistencia de dirección: Sofía García Lazzarini

El bien está los domingos a las 20 en el Cultural Moran, hasta el 27 de noviembre.

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