Creemos que la poesía es flor de la tierra, en ella se nutre, y se presenta como una armoniosa resonancia de las vibraciones telúricas. Creemos que el poeta es la de la tierra, aunque se yerga como el árbol en aspiración de altura.
”Conscientes de las solicitudes del paisaje y de las urgencias del drama humano no renunciamos ni al arte ni a la vida. Esa conciencia nos hace en cierto sentido –o en todo sentido– políticos. Es la responsabilidad que, a nuestro entender, recae sobre quien ofrece a los otros los frutos de su alma. ”En fin, creemos que la poesía tiene tres dimensiones: belleza, afirmación y vaticinio.”
Este texto, escrito con el ímpetu de un manifiesto en su primer boletín, pertenece a La Carpa, un grupo de poetas del noroeste argentino que surgió a comienzos de la década del 40 en San Miguel de Tucumán, en ese entonces, y por unas cuantas décadas, cuna universitaria y cultural del NOA.
Manuel Castilla, acaso el autor que más ha trascendido a nivel nacional y que, podríamos decir, recibe tan merecidamente el mote de clásico de nuestra literatura, fue uno de sus integrantes. Y uno de los que participó en la Muestra colectiva de poemas que presentó, en 1944, a los autores y a las autoras más relevantes de La Carpa: Raúl Galán (1913-1963) había nacido en Jujuy pero vivía en Tucumán y su casa funcionaba como lugar de reunión del grupo; Julio Ardiles Gray (1922- 2009) y María Elvira Juárez (1917-2009), tucumanos nativos; Nicandro Pereyra (1914-2001) y Sara San Martín (1921-2001), que vivían entonces en Tucumán; la santiagueña María Adela Agudo (1912-1952), y dos salteños más, además de Castilla: Raúl Aráoz Anzóategui (1923-2011) y José Fernández Molina (1921-2004).
EL PAISAJE Y LA VIDA
“Asumimos la responsabilidad de recoger por igual las resonancias del paisaje y los clamores del ser humano.” Este anuncio tan contundente apunta a dejar en claro que el mundo interior de cada quien, de cada poeta, dialogará siempre con su entorno fundiéndose de tal manera que es imposible vislumbrar una separación entre ambos. El paisaje será sustancia para el lenguaje, será intromisión sensorial, será uno con el cuerpo. “Los autores de estos poemas hemos nacido y residimos en el Norte de la República Argentina pero no tenemos ningún mensaje regionalista que transmitir, como no sea nuestro amor por este retazo del país donde el paisaje alcanza sus más altas galas y en el cual el hombre identifica su sed de libertad con la razón misma de vivir.”
La Carpa intenta marcar una distancia con los “poetas folkloristas”, quienes, según sus palabras, “ensucian las expresiones del arte y del saber popular utilizándolos de ingredientes supletorios de su impotencia lírica”. Los acusan de valerse de lo superficial y anecdótico del paisaje. “Nosotros preferimos el galardón de la poesía buscando las esencias más íntimas del paisaje e interesándonos de verdad por la tragedia del indio, al que amamos y contemplamos como a un prójimo, no como a un elemento decorativo.”
Toman como herencia los valores éticos y estéticos del romanticismo y del surrealismo. Y reconocen que “a pesar de su naufragio”, el movimiento fundado por André Breton dejó un legado: “Señaló un venero virgen para la labor poética y rompió los cercos que la razón levantaba en torno suyo”. También la unidad poesía y vida. O más bien, como los integrantes de La Carpa plantearon, “vivir la poesía”. Valerse de la poesía como un arma de lucha, como una herramienta de redención ante el pesar existencial.
“El anhelo de ‘vivir la poesía’ –escribe Soledad Martínez Zuccardi, doctora en Letras por la Universidad de Tucumán e investigadora del Conicet– implica asumir la poesía de manera ‘integral’, como un verdadero modo de vida. En otras palabras, significa vivir de acuerdo con los ideales estéticos y políticos de la poesía (belleza, libertad, justicia, paz). Dicha aspiración contiene además un componente ético: es deber del poeta regir no solo su obra sino su conducta a partir de esos ideales. De ese modo, se infiere, es posible el vaticinio de un futuro más justo y más libre para el hombre.”
LAS MUJERES DE LA CARPA
Son los años 40. Y aunque en Muestra colectiva de poemas los poetas varones son seis contra tres mujeres, no deja de sorprender su presencia y, más aún, y lo que cuenta, la calidad de sus obras. En principio, habría que destacar a María Adela Agudo, santiagueña, profesora de Literatura y experta en Góngora, que murió sin publicar su libro La guitarra absorta. Era la mayor en edad del grupo, la consideraban emblemática y admiraban su lírica madura.
La tucumana María Elvira Juárez sostuvo una actividad poética persistente; ganó en 1948 el Premio Nacional de Literatura y publicó El hombre y su noche, Oda al siglo XX, Para que cale hondo y Poemas, entre otros. Vivió hasta los 94 años y recibió varias distinciones en su provincia natal, como la de “Personalidad destacada de la cultura” en 2004, otorgada por la Universidad Nacional de Tucumán.
Sara San Martín murió a los 80 años y algunos de sus títulos son De amor deshabitada, Shusky y otras soledades, En una eternidad descomedida y Festín de águila. Se formó en la Universidad de Tucumán y en 1948 se mudó a Salta, donde ejerció como docente de Filosofía. Tuvo una activa vida literaria en la región.
Hacia fines de la década del 40, algunos y algunas de los y las integrantes partieron a vivir hacia otros lugares del país. Esto dispersó y debilitó al grupo, que se mantuvo solo como sello editorial hasta 1952.