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“El Cuchi me enseñó la irreverencia”

Foto: Télam

Foto: Télam

Lorena Astudillo es una referente del folklore argentino. No solo por su voz clara y potente sino también por un registro vocal amplísimo capaz de expresarse con solidez incluso en otros géneros. En sus discos conviven la zamba y la vidala, pero también la cumbia y el chamamé: basta escucharla para apreciar su amplia variedad de recursos expresivos y admitir que a cada pieza su interpretación le hace justicia.

En su infancia entonaba junto a su padre canciones folklóricas, algunas de Gustavo “Cuchi” Leguizamón, aunque jamás imaginó que en el futuro archivaría su licenciatura en Psicología para virar hacia la música. Mucho menos, que dedicaría su primer disco, Lorena canta al Cuchi (1999), al enamorado de la baguala.

Así inició un recorrido que incluye ocho álbumes –tres como compositora; el nuevo, Peregrina, se lanzará en octubre–, el Premio Konex (diploma al mérito) como “Mejor cantante femenina de folklore” en 2015 y dos nominaciones a los Premios Gardel, en 2015 y 2018, como “Mejor álbum de artista femenina de folclore” por sus discos Un mar de flores (2014) y El Cuchi de cámara (2017), respectivamente.

Astudillo podrá transitar muchos caminos, pero “el Cuchi siempre está” cerca de ella. Por eso, en aquel álbum de 2017 había vuelto a bucear en la inabarcable obra del salteño. En esa búsqueda seleccionó trece canciones que, acompañadas con piano, guitarra, percusión y un quinteto de cuerdas, daban a luz una propuesta que fusionaba lo popular y lo académico.

Sobre las múltiples facetas de la obra de Leguizamón, un corpus poético musical que todavía ofrece nuevas lecturas, dialogó Astudillo con Caras y Caretas.

–Tu primer disco, Lorena canta al Cuchi, marcó una vara alta. A más de 20 años de aquel inicio, ¿qué significó interpretar a Leguizamón?

–Muchas cosas. Para mí, lo fundamental es la palabra, la raíz, y las raíces que me representan están en español “argentino”. El folklore me permitió comunicarme, algo que no sentía con el jazz. Recuerdo que empecé a estudiar con una gran maestra, Iris Guiñazú, y en ese taller había gente que cantaba folklore. Allí empecé a descubrir que las obras que más me gustaban eran del Cuchi Leguizamón, que tenían el lenguaje del jazz e influencias de la música académica. Cuando las grabé, descubrí que era el primer disco que una cantante dedicaba por completo al compositor salteño; resultó ser algo muy novedoso.

–¿Te parece que hay alguna faceta de la obra del Cuchi que todavía falte explorar?

–Un montón. Apenas me asomé a una partecita. Si ves lo que tiene escrito, es como encontrarse con esos grandes hallazgos arqueológicos egipcios: tiene obras sinfónicas… de todo. Yo me metí donde me gustaba. Y, de hecho, en el segundo disco repetí temas porque quería escucharlos sonando con otro concepto. Hay gente que se dedica a investigar su obra, que es muy prolífica. Su mundo es muy profundo y amplio.

–¿Tenés alguna canción preferida o con la que te identifiques?

–Muchas. “Zamba del laurel”, que está dedicada a una hija, y “Cartas de amor que se queman” son las que pican en punta. Y otra hermosa es la “Zamba de Lozano”, que hermanaba especialmente a Manuel J. Castilla y Leguizamón. De hecho, él la eligió para despedir a su amigo en el velorio. Uno de los hijos del Cuchi contó que llevó el piano y la cantó.

–Tus composiciones, como las de Leguizamón, están influenciadas por distintas vertientes. ¿Sentís que sigue siendo una fuente de inspiración?

–Está en mí. Sobre todo, cuando no soy tan correcta. Esa es una referencia. Porque el Cuchi hacía cosas muy locas. La armonía y las rítmicas estaban influenciadas por un montón de elementos; sin embargo, tocaba algo así y te emocionabas. Seguías entendiéndolo. Y para mí ahí está el límite: si la propuesta se entiende o si es tan críptica que solo el artista-autista entiende lo que está diciendo. Aparte, otra cosa: por distintas circunstancias, se atrasó la presentación de mi disco Crisálida, fue hace un mes –lo había presentado por streaming en 2020– y ya estoy grabando Peregrina. Pero, ¿qué canto en el medio? ¡Al Cuchi! Está siempre presente.

–¿Qué enseñanzas te dejó?

–El Cuchi me enseñó la irreverencia. No solo por haber grabado dos discos con sus canciones sino por haberme relacionado con su mundo: voy seguido a Salta, soy amiga de la familia. Ya me entramé. Y de golpe, como él, escribo una cumbia, un chamamé o lo que me nace, porque los géneros tienen que ver con lo que se quiere expresar. No decís lo mismo en una cumbia, en una vidala, una zamba o una chacarera.

–Pronto vas a lanzar Peregrina, tu octavo disco y el tercero como compositora. ¿Por qué ese título?

–Tiene que ver con todos mis andares. No se trata de un peregrinaje real, como el que hacían los antiguos sabios, sino con transitar distintos saberes. También se relaciona con la dificultad que tenemos las mujeres para habitar las calles. No es que me proponga políticamente a priori escribir una canción, sino que, cuando algo me atraviesa, lo escribo.

–Es el reflejo de un momento, así como Crisálida cristalizó un proceso de transformación.

–Exactamente. Siempre hablo desde lo que me conmueve, si no, no tengo fuerza ni impulso para todo lo que significa componer canciones, grabar, producir. Sobre todo, cuando una es independiente de punta a punta.

–Una superapuesta.

–No me quedó otra. No solo porque ya es una fantasía pensar que llegue un productor que te arme todo, sino que es el precio que pagás por ser completamente libre. Escucho a todo el mundo, pero las decisiones las tomo yo.

–¿Cómo proyectás las etapas por venir?

–Nunca sé bien. Pero seguiría escribiendo, definitivamente. En este momento, me veo componiendo y, si me falta material, viviendo las experiencias que necesite para tener sobre qué escribir. No me veo tanto como intérprete. Qué sigue, no tengo idea. Aparecen significantes, como las cicatrices, un tema que me está intrigando mucho. Una cicatriz provoca una convivencia extraña porque dice a la vez “acá dolió” y “acá sanó”. Es algo muy interesante para crear colectivamente, tal vez junto a otra escritora o con alguien del mundo audiovisual. Por ahora, estoy pensando en eso.

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