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Bienal de Escultura del Chaco: una fiesta popular convocada por amor al arte

Se cae, no se cae. Se cae, no se cae. El grupo se ríe, bromea, pero no saca los ojos de la pared que tiene enfrente y que tiembla –literalmente, tiembla– por la fuerza de los dos parlantes que están adosados a ella. O, para ser más precisos: por la fuerza de las vibraciones que salen de esos parlantes. ¿Se cae? Esa es la idea: la pared está plantada en medio de un parque –el Parque 2 de Febrero– y es una obra de arte. Bienvenidos a la Bienal Internacional de Escultura 2022 del Chaco.

Juan Sorrentino trabaja en su obra “Derrumbe”.

Ciudad sin invierno, Resistencia, la capital del Chaco, mira desde sus barrancas al río Paraná y es atravesada por el lento cauce del río Negro. Capital pobre de una provincia pobre, la potencia de su patrimonio cultural subyuga a los de afuera y es el orgullo de los chaqueños. Y la tercera semana de julio, la de la Bienal de escultura, iluminada por un sol ferviente, es casi casi la semana más importante del año.

Haciendo justicia, se podría decir que Resistencia está poblada por unos 350.000 humanos y 654 esculturas. De hierro, de madera, de mármol, de granito. Imposible no sentir la poderosa presencia de las obras de arte que salen al paso en las plazas, en los bulevares, en la mitad de cualquier calle.

El arte público es la presencia urbana determinante en la ciudad, como en otras pueden serlo los automóviles o las torres, o los cafés, por no mencionar los adefesios que degradan en los últimos años a la ciudad de Buenos Aires.

La idea de que la belleza debe ser patrimonio público y de que las obras de arte deben estar al alcance de todos y no encerradas en museos o galerías se desplegó, promediando los años 60, en el Fogón de los Arrieros. Los artistas plásticos, músicos y poetas que se reunían a discutir, beber y crear en la casa de Aldo Boglietti e Hilda Torres Varela se propusieron embellecer Resistencia. Y fueron responsables del primer centenar de esculturas que ganó la calle –las que, por otra parte, ya no entraban en la enorme casa de la calle Almirante Brown–.

Los temores respecto de que las obras podrían ser vandalizadas fueron superados en la práctica: la población cuidó y cuida las obras como si fueran propias. Que lo son. El equipo de restauradores que trabaja en los años impares, cuando no hay Bienal, asegura que más que restaurar, cuida y preserva.

La idea de embellecer la ciudad “por amor al arte” alcanzó un nuevo impulso por el empeño del escultor Fabriciano Gómez, creador, junto con Mimo Eidman y otros amigos, de la Fundación Urunday. Por ese camino, en 1988, se convocó al antecedente de la Bienal, el primer Concurso de Escultura en Madera en la Plaza Central.

La Fundación Urunday es la iniciadora de las bienales que hoy convocan a escultores reconocidos de todo el mundo para que, a cielo abierto y ante miles de espectadores, construyan en apenas seis días una obra original e inédita, que quedará como patrimonio de la ciudad.

Pero la Bienal de Escultura es mucho más que un encuentro de artistas que ha logrado convertir a Resistencia en el corazón del arte público mundial. La Bienal es una fiesta popular, alegre, múltiple y absolutamente gratuita, que toma las 14 hectáreas del parque por el que pasan, calculan los organizadores, no menos de 80.000 personas por día.

La Bienal 2022 tuvo dos desafíos: volver después de la pausa de la pandemia y volver cuando el querido Fabriciano ya no está. La ausencia da un aire conmovido a un espacio enorme donde familias, adolescentes, viejos, visitan, merodean, se ríen y preguntan, mientras los niños se encaraman a algunas esculturas como si fueran extraños subibajas.

Obreros del mármol y el cincel

Este año el tema fue libre y el material elegido, el mármol travertino, que llegó en bloques de un metro y medio desde las minas de San Juan. Durante seis días, ocho escultores y dos escultoras trabajaron bajo un sol esplendoroso munidos de amoladoras, herramientas neumáticas, cinceles y martillos hasta que el mármol devenido polvillo tenaz los fue cubriendo a todos, como envueltos por una gasa blanca.

Más parecidos a obreros laboriosos que a introspectivos artistas, los escultores trabajan contrarreloj mientras rugen sus herramientas y decenas de personas los observan, toman mate, cuchichean. ¿Será que esa peculiaridad del oficio facilita unir arte y pueblo en un mismo espacio?

El hombre, sentado en el pasto, mira sin hacer caso ni del polvo ni de los ruidos, una inmovilidad que cede solo para chupar, parsimonioso, el mate. Se disculpa pero no convida, rémora de la pandemia. Hace mucho que viene, sí, siempre viene. ¿Y no ve siempre lo mismo? No, nunca es lo mismo. Pero además ahora ve más, ahora ve mejor que antes, dice. Y aprendió otras cosas, también. Por ejemplo, que las mujeres pueden tener mucha fuerza. Y con un gesto de la cabeza apunta a Ebru Akinci, la escultora turca, una morena menudita que lucha contra el mármol cuerpo a cuerpo como si fueran solo dos en el mundo, el mármol y ella.

Apenas unos metros más allá, Alejandro Arce, realizador de arte efímero, talla “Jukumari”, un gigantesco oso anteojudo en peligro de extinción, con su cría. Arce trabaja con casi treinta toneladas compactas de arena húmeda. Es la quinta vez que participa de la Bienal. “Esta es muy particular porque Fabriciano no está, aunque yo sé que anda por acá. Pienso en todo el legado que nos dejó y en seguir con impulso y expectativas, así que los invito a que me vengan a visitar y donde estemos, nos encontremos.” Un puñado de chiquilines le hace caso, frotando las manitos transpiradas por la panza del oso, fría arena, mientras una orquesta de chamamé se lleva, un poco más lejos, los aplausos de otro grupo.

Alejandro Arce y su oso anteojudo.

Para Juan Sorrentino, las artes visuales y el arte sonoro son indisociables. Su obra –¿se cae o no se cae?– se llama “Derrumbe”, y durará lo que la potencia del sonido, la vibración sonora, lo permita. Es un muro que cinco ladrillos de ancho, que resiste ser derrotado. La gente se agolpa esperando el momento en que se desmorone, en que el sonido pueda más que los ladrillos y el revoque.

Hay muchas familias viendo trabajar a Fabiana Larrea, sobre el río Negro. Tres enormes flores blancas flotan en el agua. Son de plástico recuperado, provisto por una planta de reciclado instalada in situ con ese fin. Una vez que termine la Bienal, la planta volverá a tragarse las flores, convertidas solo en plástico, nuevamente.

Sonriente, el joven presidente de la Fundación Urunday, José Sebastián Eidman, no se cansa de explicar: “Si imaginamos la Bienal como una rueda, el buje es la competencia internacional con diez artistas que vienen a ejecutar su escultura a cielo abierto. Obras que pasarán al espacio público, democratizando la belleza y el arte y jerarquizando a la ciudad de Resistencia”.

“Alrededor de la competencia internacional, como rayos de esta rueda, se dispara una oferta extraordinaria de eventos, propuestas, actividades, de todo tipo y carácter (académicas, recreativas, formativas, artísticas) que le dan esa sustancia, esa personalidad percibida invariablemente por los ojos del afuera: la Bienal del Chaco es única. Y, como decía Fabriciano: Esta será la mejor de todas.”

“Las estatuas no están enrejadas, ni valladas, no es necesario ir a un museo para verlas, forman parte de la cotidianidad de la gente, están en parterres, esquinas, en la vereda del vecino; la comunidad abrazó rápidamente esta iniciativa”, concluye Eidman.

Efectivamente, en las 9 hectáreas del parque que ocupa la Bienal confluye un mundo de intereses: artesanos de todo el país, artesanos de los pueblos originarios, varios escenarios por los que pasan desde la Orquesta Sinfónica de la provincia hasta la Delio Valdez, desde el carnaval de Villa Ángela hasta Peteco Carabajal. Hay trap, tango, cumbia, folklore, las voces ancestrales de Somos Chacú. Juegos para los más chicos. Acrobacia. Talleres. Dos congresos sobre Derecho de las Artes. Un seminario sobre Escultura contemporánea en el espacio público. Un certamen en el que participan catorce escuelas de bellas artes de distintas provincias que compiten por el Premio Desafío. Y, por todas partes, una multitud que va de escenario en escenario, de muestra en muestra, y se sienta como en un picnic buscando la sombra de los árboles cuando el calor arrecia.

Estudiantes de Bellas Artes en busca del mármol sobrante.

“La Bienal es nuestra gran obra colectiva porque desde el arte público el Chaco se vuelve universal.” Francisco Tete Romero, presidente del Instituto de Cultura del Chaco, asegura que es una decisión política lo que define a “las artes y las culturas como razones de Estado”, el derecho al arte, el derecho a la belleza.

“Somos Resistencia, la ciudad de las esculturas”, dice, como explicación suficiente a la pregunta de por qué se encuentra allí, Analisa, que está con una amiga y sus hijos. “Y si no fuera época de vacaciones vería los contingentes de todas las escuelas, soy bibliotecaria, yo mismo los traigo. Los ecos de la Bienal quedan vigentes todo el año en las aulas y tal vez por eso los estudiantes de arte en Resistencia son proporcionalmente muchos más que los de otro lugar del país”, remata orgullosa.

Mientras tanto, algunos jóvenes hurgan en unos grandes tachos verdes. Rescatan los pedazos de mármol que dejaron los escultores, los examinan, los guardan en bolsas y mochilas. Son alumnos de Bellas Artes y no piensan desperdiciar ninguno: sirven para esculpir y son caros. Están contentos: Resistencia se llevó este año el premio del certamen de las escuelas de Arte.

Desayuno en esperanto

En torno de esa mesa de hotel, redonda, amplia, hay varios hombres y dos mujeres. Los platos de un desayuno generoso se apilan en alegre desorden. Se comunican en una suerte de inglés devenido casi esperanto, donde se cruzan desde la sonoridad del español rioplatense hasta las vocales abiertas del rumano, desde el severo alemán hasta la dulzura oriental del coreano.

Con mayor o menor discreción, todos los miran: son los diez escultores seleccionados entre 224 artistas de setenta países de Asia, América latina y Europa que también presentaron proyectos.

A la mesa están los tres primeros premios: el rumano Petre Virgiliu Mogosanu, con su obra “La naturaleza y sus tensiones”; el surcoreano Sodong Choe, por “Permanencia 2150”, y la alemana Verena Mayer-Tasch, con “Vestido”. Aunque el tema era libre, la mayoría de las obras expresaron, a su modo, la enorme inquietud de la época por el cuidado de la naturaleza y el futuro de la Tierra y de sus habitantes.

Mogosanu reflexiona: “Toda la materia cambia en el tiempo y el ser humano también. En todas estas transformaciones hay un impulso que se inicia dentro nuestro. Un equilibrio que junto con la voluntad actuarán hacia el exterior y crearán un movimiento que es el equivalente a la vida”.

La obra de Sodong Choe –una estructura de tres patas, un equilibrio delicado que hace sentir la fragilidad aunque es de mármol– cuenta “la infinita esperanza de la civilización humana en la naturaleza. El prototipo de la célula básica de la vida está estructuralmente enumerado y compuesto. Expresa la eternidad de nuestra humanidad. En contraste con el color de la piedra, expresa la composición cromática y la eternidad y esperanza de la humanidad”. Y advierte: “El ser humano debe convivir con la naturaleza porque si no nuestra supervivencia se verá amenazada”. Sodong Choe se llevó también el premio de los niños y de los escultores.

La alemana Verena Mayer-Tasch obtuvo el tercer premio por una obra donde trabajó la dureza del mármol hasta lograr la textura de una hoja de papel, “en forma de una figura de origami tradicional”.

El Premio del Público benefició al bonaerense Juan Pablo Marturano, por su obra “Más allá de las nubes”.

Al margen de los premios, las diez esculturas se añadirán a las 654 que ya tiene la ciudad y los diez escultores se llevan un mismo monto: cinco mil dólares.

Pero para los artistas el trabajo no ha terminado. Les queda todavía una escala de convivencia escultórica en Juan José Castelli, la ciudad conocida como “el Portal del Impenetrable”.

Bajo el lema “Eternidad”, los diez escultores participarán con obras en mármol, palo santo y metal junto con Mónica Souza y Alejandro Arce como artistas argentinos invitados y dos artesanos representantes del Chaco Impenetrable, Pablo Ajnal y Gerardo Aranda.

En el parque, de a poco, la pared se quiebra. ¿Se cae? El revoque cede, esa mole sólida se agrieta por la acción de algo que no se ve. Las interpretaciones vuelan: bienvenidos al arte.

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