“Lo más extraño de estar sola aquí en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido.” Esta confesión contundente revela el nudo de esta novela, acaso autobiográfica, de la escritora peruana Gabriela Wiener. Es un Wiener a quien ella se refiere, su tatarabuelo Charles, un explorador judío austríaco que, entre otras cosas, expolió casi cuatro mil huacos peruanos. Se trata de piezas de cerámica prehispánicas que se proponían como retratos fidedignos de rostros indígenas. En esos rostros, la protagonista intenta reconocerse, allí, sola, extrañada, en París, donde ciento cincuenta años atrás, en la Exposición Universal de 1878, ese patriarca familiar exhibió su colección.
“Aunque la suya haya sido la misión científica del típico explorador del siglo XIX, suelo bromear en las cenas de amigos con la idea de que mi tatarabuelo era un huaquero de alcance internacional. Les llamo huaqueros sin eufemismos a los saqueadores de yacimientos arqueológicos que extraen y trafican, hasta el día de hoy, con bienes culturales y artísticos”, plantea la protagonista. Y explica que huaquear es “una forma de violencia: convierte fragmentos de historia en propiedad privada. Wiener ha pasado a la posteridad no solo como estudioso, sino como ‘autor’ de esta colección de obras, borrando a sus autores reales y anónimos”.