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“Siempre fue muy consecuente con su obra y sus ideas”

Fotos: Gentileza Julieta Colombo Marrón

Fotos: Gentileza Julieta Colombo Marrón

El legado de Quino es inconmensurable. No solo por la cantidad de material producido a lo largo de su carrera, sino especialmente porque logró que las personas, no importa el lugar del planeta en el que se encuentren, mediten sobre sus debilidades, admitan sus necedades y hasta se las tomen en solfa.

Cientos de tiras, libros, una vasta obra digital y cortometrajes son custodiados por Julieta Colombo Marrón, sobrina de Quino y su albacea. Una responsabilidad que aceptó después de treinta años de trabajo junto al historietista. Comenzó a desempeñarse como asistente de Alicia Colombo, la esposa del dibujante, y se encargaba de preparar el material destinado a los diarios. En 2003, cuando se fueron a vivir a España, le ofrecieron ser su agente en Latinoamérica

La avidez por la obra de Quino sigue intacta tras su fallecimiento. Colombo Marrón no solo se encarga de la venta de derechos de traducción a América y España: la suya es, sobre todo, una tarea amorosa, ya que estudia cada propuesta y se asegura de que sea consecuente con las decisiones que hubiese tomado el humorista.

–A casi dos años de la partida de Quino, hubo múltiples homenajes en el país y en el mundo. ¿Se potenció el interés por su obra?

–Después de su muerte hubo una gran demanda, especialmente de libros, pero después todo se normalizó. De todos modos, se hizo mucho de manera digital. Recientemente hubo una muestra en el metro de San Pablo, otra en un paseo público en la Ciudad de México y también nos pidieron las muestras de Mafalda para exponer en distintos lugares del país y del mundo.

–¿Hay pedidos de nuevas traducciones?

–Hubo muchas propuestas, las más reciente son al polaco, al hebreo y al armenio. En general, surgen por medio de las embajadas argentinas en el exterior para difundir la cultura argentina, y Quino es una de las figuras que despierta gran interés. Hace unos años hubo una traducción al braille. Quino la presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2017, la última a la que asistió. Fue la primera vez que contó que tenía dificultades visuales frente a todo el mundo. Fue muy emocionante.

–Quino comentó una vez que en España y Brasil prefieren leerlo, sobre todo a Mafalda, en español argentino, sin traducción. ¿Esa preferencia se mantiene?

–Sí, en Brasil se lee mucho a Mafalda en español, si bien tiene una editora en portugués hace más de 30 años. Es muy curioso. Y en España también decían que querían leerlo en argentino. Creo que en una época tradujeron algunas palabras, pero no funcionó.

–Quino atribuía a su esposa Alicia la difusión de Mafalda en el mundo. A la distancia, ¿cómo definiría esa relación?

–Con los sobrinos siempre decimos que formaban un gran equipo, porque las decisiones las tomaba Quino, pero Alicia era quien las transmitía. Podían intercambiar ideas, aunque la última palabra sobre la obra la tenía él. Le costaba mucho ver la trascendencia que tuvo su personaje en todo el mundo. La que hizo todo ese trabajo fue Alicia, que, en principio, le contestó los mensajes a Marcelo Ravoni, en Italia, y por ese enlace se editó allí Mafalda la contestataria. Una vez que Mafalda tuvo bastante éxito, decidió dejar su profesión –era química– y se convirtió en la agente de Quino. Se encargaba de la difusión de la obra, de las publicaciones en diarios de Latinoamérica y del contacto con las editoriales. Él se ocupaba de dibujar y de establecer vínculos con sus lectores, contestaba todas las cartas, muchas de puño y letra.

–¿El Doctorado honoris causa post mortem que le otorgó la Universidad Nacional del Sur y la elección de su nombre en una escuela de Río Negro son una respuesta al peso de la educación pública que Quino reivindicó en sus creaciones?

–Es una manera de leerlo. Es cierto que él reivindicaba la educación pública, de hecho, cuando fue el conflicto de la Carpa Blanca estuvo allí y dejó su sello, junto a un millón de artistas. En la Feria del Libro hay un día en que se hace una reunión con docentes y bibliotecarios de todo el país: Quino era siempre invitado y lo esperaba con ansias, la pasaba muy bien. Reconocía que los docentes también hacían una gran labor para la difusión de su obra.

–¿Cuándo se incorporó a trabajar con Quino?

–Empecé como asistente de Alicia cuando estudiaba en la universidad. La ayudaba a preparar el material para los diarios, que en ese momento se mandaba en papel y por correo, había que cortar las tiritas. Después incursioné en el diseño de libros. Una vez, Quino viajó a una feria en Guayaquil con Daniel Divinsky y yo había montado de manera virtual una muestra a partir de un plano que me habían enviado. Cuando volvió, me dijo: “¡De ahora en más, vos armás las muestras, estaba fantástica!”.

–¿Qué significa para usted ser la albacea de la obra de Quino y cuál es su mayor desvelo?

–Lo charlamos muchas veces con ellos. Creo que ocupo ese lugar no solo por haber trabajado con Quino y Alicia durante 30 años, sino por haber entendido qué quería él de su obra y qué no. Para mí es una enorme responsabilidad. De todos modos, con los sobrinos trabajamos bastante en conjunto. Creo que el mayor desafío de su legado es que su obra de humor, que es muy vasta, además de brillante, se mantenga vigente, porque Mafalda se mueve por sí sola. Por eso, estamos trabajando en un libro con páginas inéditas, publicadas en la prensa, pero que no están incluidas en ninguno de sus libros.

–¿Qué es lo que Quino nunca hubiese querido hacer con su obra?

–Siempre se negó a hacer una licencia con Mafalda para calditos para sopa, por ejemplo. Consideraba que era como traicionarla. Siempre fue muy consecuente con su obra y sus ideas. O cuando le pedían sus personajes para un libro, preguntaba antes si era un proyecto educativo. Si no, no lo aprobaba. En eso seguimos siendo muy cuidadosos.

–¿Cómo era la relación con su tío y, al mismo tiempo, con el autor?

–Hasta que empecé a trabajar con él, en 1983, para mí era mi tío, que nos regalaba libros con lindos dibujitos, siempre con dedicatorias. Mi papá era primo de Alicia y yo lo acompañaba cuando los íbamos a buscar al aeropuerto de Ezeiza. Ahí empezamos a generar un lazo afectuoso. Cuando ella falleció y Quino se fue a vivir a Mendoza, viajaba todos los meses a verlo, porque nos extrañábamos mucho. Me recibía enojado y me despedía emocionado. Me decía: “¿Hace cuánto que no venís?”. Le llevaba los libros nuevos que editábamos para conectarlo con su profesión, porque me parecía que esa era mi función en ese momento. Una vez le comenté que su obra no era patrimonio nacional sino internacional, y me dijo: “¡Cuánto me alegra que pienses así de mi obra!”. Era sumamente humilde.

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