La extrema derecha crece en el mundo entero. El último dato electoral fueron los comicios en Francia. Emmanuel Macron le volvió a ganar por amplio margen Marine Le Pen. Fue 58 contra 41, unos 17 puntos de diferencia. Cinco años antes, ese margen había sido del doble. Decir, como se acaba de afirmar, que es un fenómeno global tiene cierta dosis de ombliguismo occidental. En realidad, el proceso político está desatado en las democracias europeas, y parcialmente en las latinoamericanas.
Hay ciertos rasgos del fenómeno que cruzan las fronteras y también el Atlántico. Una pista sobre las causas se plasmó en el título que tuvo la charla magistral que brindó la vicepresidenta Cristina Fernández en la Universidad del Chaco Austral, semanas atrás: “La insatisfacción con la democracia”. Es uno de los síntomas que explica el proceso. ¿Qué provoca ese malestar? ¿Cuáles son sus rasgos internacionales y cómo se expresa en la Argentina?
“Identifico tres grandes factores por los que partidos de extrema derecha están creciendo en varios de los países occidentales”, sostiene el politólogo Miguel De Luca, doctorado en la Universidad de Florencia, Italia, investigador del Conicet, profesor de la UBA, entrevistado por Caras y Caretas con estos interrogantes como punto de partida.
“El primer factor es una revancha contra la política. Con el paso del tiempo, y la influencia de los medios masivos de comunicación en la forma de hacer política, los partidos tradicionales se fueron pareciendo cada vez más entre sí. Los socialdemócratas, que apelaban a la clase trabajadora, y los conservadores o democristianos. Todos tendieron a que su plataforma sea cada vez más difusa. Se enfocaron en buscar, como indicaban los manuales, al votante de centro. Esa tendencia, con el tiempo, generó apatía y poca vocación en las bases electorales. Terminó generando la percepción de que todos son lo mismo.”
De Luca piensa el proceso de modo dialéctico. El corsi e ricorsi de la historia, a toda oleada le espera su reflujo en un sentido opuesto. “Frente a esto aparecieron como novedosos los partidos que en vez de buscar el centro político intentan polarizar. Esto explica tanto a las fuerzas de extrema derecha como a las de la nueva izquierda.”
“Los partidos tradicionales, en sus momentos originarios, fundacionales, apelaron a un discurso más marcado, perfilado, de movilización –agrega De Luca–. Ahora son fuerzas que tienen entre cincuenta y cien años de existencia. La política se hacía con fuertes aparatos, con la prensa partidaria como un elemento central. Hoy las formas están por encima del contenido. Los partidos, más que jugar a ganar, juegan a no perder. Las propuestas son cada vez más ambiguas. Son consignas contra las que no se puede decir nada, como ‘hay que mejorar la educación’. Es parte de la estrategia de buscar al votante de centro o incluso a los del adversario, que valen doble porque sumo uno y se lo resto al otro. Este fue un proceso que comenzó en la década de 1970.”
Esta tendencia de la estrategia político-electoral, basada en los manuales que comienzan a estar en desuso, no es el único factor que explica el proceso. “Otro elemento es la crisis de la sociedad industrial y del Estado de Bienestar que se construyó sobre esa sociedad –destaca el politólogo–. Los procesos productivos están cambiando. Hay robotización. El Estado de Bienestar se fue perdiendo. Hubo privatizaciones, crecimiento del desempleo, inseguridad por temor a perder el trabajo y por el delito. Si a eso se suma inflación creciente, la salida termina siendo por derecha.”
El académico sostiene que “hay un tercer factor” que produce un efecto de disgregación de la sociedad: “Es una crisis de la instituciones integradoras. Las que están en el Estado, como la escuela, que da una idea de pertenencia, pero también de la familia y hasta de la Iglesia. Todas están en crisis. Lo que surgió es un fenómeno de fuerzas contra el establishment político. Los políticos serían los supuestos privilegiados. Ya no es la puja entra capital y trabajo, liberación nacional o dependencia, sino entre la población y los políticos”.
¿Y por casa, cómo andamos?
Tomando el diagnóstico general de De Luca, hay un dato clave para destacar antes de analizar lo que ocurre con la política local. Hasta las elecciones de 2019, la polarización entre la figura de CFK y la de Mauricio Macri fue muy intensa. Cristina fue percibida por el electorado como la antítesis del líder del PRO. Quien estuviera enojado con Cambiemos tenía una alternativa marcada. Y viceversa. ¿Esto acaso cambió?
“En primer lugar pondría la ausencia de respuestas satisfactorias de cada nueva gestión. Una buena parte de los votantes de Macri percibió que no hizo lo que se pensaba que iba a hacer y algo similar está ocurriendo con quienes acompañaron al Frente de Todos. En ambos espacios hay electores que sienten que no se cumplió con lo que se esperaba.”
En la Argentina, la expresión más potente de la extrema derecha está representada por el actual diputado nacional Javier Milei. Su look despeinado, sus actos con música de rock, su violencia simbólica vendida como rebeldía, construyen una apariencia diferente para una corriente que siempre tuvo referentes acartonados. De Luca sostiene que la base electoral del economista es mucho menos novedosa que su aspecto desprolijo.
“Hay dos círculos concéntricos por los que crece la extrema derecha en el país. El primer círculo es heredero del viejo voto de derecha. Lo que canalizó Álvaro Alsogaray en las elecciones de 1989, Domingo Cavallo, en las de 1999, y Ricardo López Murphy en las de 2003. Ese voto siempre estuvo ahí. A veces va por fuera de las fuerzas tradicionales, y en otras ocasiones apoyó al peronismo, al radicalismo y, más cerca, a Cambiemos.”
“El caudal de votos de Milei coincide con lo que en su momento sacaron las figuras que mencionamos. Y si analizamos el perfil, fuera del aspecto, todos son economistas neoliberales que centran su mensaje en el discurso económico. Igual que Milei.”
El segundo círculo que menciona el politólogo es el que podría implicar una ampliación de la histórica base electoral de la derecha argentina. “Pesca en el votante desencantado y con el discurso de mano dura como respuesta a la inseguridad. Es algo que también existió con Aldo Rico o Luis Patti. Es un voto que a nivel nacional anda alrededor de 15 por ciento. Es lo que sacó López Murphy en 2003. Milei ronda por ese porcentaje. Por eso no debería sorprender tanto. Lo que sí es cierto es que suma jóvenes como nunca pudo hacer Alsogaray. Es uno de los afluentes por los que puede aumentar la base.”
De Luca remarca que el economista, en principio, le quita más votantes a Juntos por el Cambio que al FdT. Sin embargo, describe una peligrosa tensión en la base electoral del peronismo por la que la derecha puede meter una cuña.
“Hace un tiempo que se viene dando un fenómeno de fisura entre los votantes peronistas que todavía están dentro de los esquemas clásicos del trabajo, formales, sindicalizados, y los informales, nucleados en las organizaciones sociales. Por ejemplo: un taxista que trabaja 12 horas por día y es votante del peronismo por tradición familiar; está decepcionado por la pandemia y ahora se enoja por las marchas que cotidianamente reclaman cortando calles. Ese tipo de votante existe y puede ser público de la extrema derecha, basado en el discurso de que se ayuda a los que supuestamente no trabajan, que serían los informales.”
En esta posibilidad de que a la base histórica de la extrema derecha se sumen los decepcionados radica uno de los grandes peligros para las elecciones de 2023.