Icono del sitio Caras y Caretas

El asesinato de Rodolfo Walsh

“Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Carta abierta a la Junta Militar, 1977. Rodolfo Walsh.

“Hay un fusilado que vive”. En una tarde asfixiante de verano, en 1956, Rodolfo Walsh oyó esa frase y quedó paralizado. A partir de allí, su vida -y la de Argentina- cambió para siempre.

Las crónicas dan cuenta que Walsh había nacido, el 9 de enero de 1927, en la región de Lamarque, en Río Negro. Criado en el seno de una familia conservadora, el niño dejó la provincia patagónica cuando a los 13 años voló a Buenos Aires para cumplir con el colegio secundario, en una congregación de curas irlandeses.

Primero como traductor y después como redactor, Walsh empezó a dar sus primeros pasos en el mundo periodístico y editorial, incluida la publicación de su primer libro, Variaciones en rojo. Sin embargo, hasta allí, no había escuchado esas cinco palabras determinantes.

Por ese entonces (y hasta el resto de su vida) Rodolfo era un aficionado del ajedrez: su pasión lo lleva por distintos bares platenses para despuntar el vicio. En una de esas tardes cualquiera, frente al tablero y un vaso de cerveza, una persona se acercó y le dijo que había un “fusilado que vive”.

“Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante 2 meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente”, explicaba Walsh su cambio desde que esucuchó esa frase. Pocos meses después, se escribiría la obra periodística más importante de Argentina, Operación Masacre.

El cambio de perspectiva a raíz de la investigación de los fusilados en José León Suárez también se vio en el compromiso político de Walsh: de “antiperonista” confeso, el periodista no pudo entender ni soportar la injusticia. “Que hubieran matado a trabajadores pobres, peronistas, a gente que no tenía nada que ver. Nunca lo pude entender”, explicaba.

Walsh ya nunca frenaría. Partió hacia Cuba, para fundar Prensa Latina, no sin antes publicar el Caso Satanowsky. En tierras caribeñas, tal como explica Felipe Pigna, el periodista decidió no ser nunca más “un simple observador del mundo”: quería formar parte activamente de él. Y por solo citar un ejemplo, como jefe de Servicios Especiales en el Departamento de Informaciones de Prensa Latina, usó sus conocimientos de criptógrafo aficionado para descubrir, a través de unos cables comerciales, la invasión a Bahía de Cochinos, en tierra cubana, instrumentada por la CIA.

En 1973, por caso, comenzó a militar en la organización Montoneros con el grado de Oficial 2° y el alias de Esteban. Creó un sector del Departamento de informaciones de Montoneros. Junto a su amigo, el poeta Francisco Paco Urondo, participaó como fundador y redactor de Noticias. Pero no termina allí: bajo el golpe de Estado encabezado por Jorge Videla, también creó la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA).

“Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”, era el cable inicial de todas las noticias de ese redacción que luchaba contra la más oscura de las dictaduras.

El 24 de marzo al cumplirse un año de la dictadura, envió su famosa Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar a las redacciones de los diarios. Nadie la publicó. Tan sólo un día después, el 25 de marzo, entre las 13.30 y las 16.00, Walsh fue secuestrado por un grupo de Tareas de la ESMA -comandado por el oficial de Inteligencia García Velasco- en la esquina de San Juan y Entre Ríos. Hasta ese día, su cuerpo está desaparecido: los militares asesinaron al hombre que decidió, para siempre, ser “fiel al compromiso de dar testimonios en tiempos difíciles”.

Salir de la versión móvil