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Todo flaco es político

“Te quiero aclarar que yo odiaba la música de protesta y la sigo odiando. Nunca consideré que un tema mío fuese alegato contra nada”, expresó Luis Alberto Spinetta para Spinetta. Crónicas e iluminaciones, el libro que escribió en coautoría con Eduardo Berti.

No fue la única vez que renegó de lo que se suele denominar “arte político” o “comprometido”. En otra ocasión, le expresó al cantante Ricardo Mollo: “No hay necesidad de gritar ‘viva la patria’. Estamos en la patria, estamos en la Argentina, yo laburo acá. Yo soy argentino, no necesito disfrazarme de argentino”.

Sin embargo, sin duda hay un Spinetta político. Quizás lo contestario está en su compromiso indisoluble con el arte a partir del cual cumplió su función social en el mundo, en lo subversivo de sus rupturas estéticas y en sus letras polisémicas que constituyen toda una poética de la resistencia. Y también –en coherencia con lo que le manifestó a Mollo– en la actitud que tomaba sobre el escenario, poniendo en el foco un cuerpo inconveniente –pleno de una novedosa masculinidad tierna– para el poder de turno.

Por más que el Flaco dijera que no quería hacer política con su música, el contexto social se solía manifestar en su arte como el invitado no deseado. Y eso ya desde la tapa del primer álbum de Almendra: el hoy icónico dibujo de un payaso triste, vestido de rosa, con la nariz colorada producto del frío social y con una sopapa en la cabeza como si intentara extraer algo de su mente. Era 1969, y en pleno onganiato, pocas imágenes podían dar mejor cuenta de un tiempo represivo, de fugas de cerebros y de bastones largos.

Unos años antes, a la par que estudiaba Bellas Artes y vagaba como flâneur por bares porteños, como La Perla o La Paz, Spinetta conoció a Rodolfo Galimberti y encontró en el grupo juvenil que este lideraba, las Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional (JAEN), otro modo de resistencia a la dictadura de Onganía. Junto al músico Emilio del Guercio, el 28 de junio de 1968 participó de la movilización de repudio al golpe militar organizada en forma conjunta por la JAEN y la flamante CGT de los Argentinos, conducida por Raimundo Ongaro. La manifestación terminó en represión policial, y al tiempo Spinetta dejó de militar en la agrupación. Quizás la experiencia de su breve paso militante quedó reflejada en los “bastones en el cuerpo” que describe la letra de la canción “Agnus Dei” o en “Camino difícil”, de Del Guercio (“Compañero, toma mi fusil, ven y abraza a tu General”), incluido en el álbum Almendra II.

HIJO DEL MAYO FRANCÉS

Sin embargo, como buen hijo de la generación del Mayo francés, para Spinetta el mejor camino para intentar cambiar el mundo fue llevar la poesía a la calle y la imaginación al poder. Por ello, las letras de sus primeras canciones hablan de adolescentes que no duermen –Ana y otros tantos– y que, encerrados en un cuarto, añoran el mar o rezan plegarias por niños dormidos a los que hay que dejar que sigan soñando con “jardines que jamás encontrarán” (ese niño lustrabotas que parece resumir todas las injusticias del mundo). Lo propio se podría decir del Capitán Beto, que huye de su trabajo alienado de colectivero y va por el espacio cósmico como amo del aire. A las distopías dictatoriales y monolíticas les opuso la posibilidad de pensar otros mundos posibles, así sea en las estrellas.

Tuvo la clarividencia política de los grandes poetas cuando, en 1973, formó Invisible. El tercer álbum de la banda, en pleno 1976, se llama El jardín de los presentes e incluye canciones cuyos títulos hablan por sí solos: “Ruido de magia” (donde puede leerse una metáfora de la desaparición de personas desplegada por la dictadura cívico-militar) o “Los libros de la buena memoria”, en tiempos en que Torquemadas locales censuraban y quemaban libros.

Siempre tuvo la sensibilidad de captar los aires políticos de los tiempos en sus creaciones y en las elecciones de su repertorio. En “Las golondrinas de Plaza de Mayo” (1975) que vuelan en libertad presagió a las madres valerosas que salen a la calle y reclaman por sus hijos. Y, aunque “Maribel se durmió” haya surgido a raíz de la convalecencia de su hijo Valentino, las madres argentinas de pañuelos blancos impregnaron su creación. De forma análoga, en Kamikaze, editado en 1982, recurría a las figuras del guerrero kamikaze o de Túpac Amaru II para proclamar la heroicidad de los soldados de Malvinas y la inutilidad de toda guerra.

PONER EL CUERPO

Spinetta tomó posición directa y puso el cuerpo interviniendo en actos políticos cuando intuyó que el apremio o los peligros de los tiempos lo ameritaban. En diciembre de 1988 participó del festival Tres Días de Democracia, en momentos en que la crisis económica ponía en riesgo el sistema institucional. Y cuando se avecinaba el triunfo electoral de Menem y, con él, la catástrofe liberal, participó de la gira proselitista “Rock por Angeloz”, apoyando al candidato presidencial de la Unión Cívica Radical al tiempo que declaraba: “Voy a seguir la misma ruta que hemos tomado con Alfonsín”. Ya en pleno menemato, en el marco de la histórica huelga docente que se extendió durante 1.003 días, se presentó en la Carpa Blanca frente al Congreso y, con un delantal sobre los hombros y un cartel colgado al cuello que decía: “Hoy somos todos docentes”, entonó “Los libros de la buena memoria” y una versión de “Barro tal vez” con la letra modificada: “Ya me estoy volviendo canción, maestro tal vez”. Asimismo, mucho antes del atroz caso del conscripto Omar Carrasco en 1994, denunció las crueldades del Servicio Militar Obligatorio en “Resumen porteño” (1983): “Ricky está listo, listo del bocho./ Y encima le tocó marina: 937./ Y para zafarse sólo toma pastillas,/ y ya no toca un libro”.

El 4 de marzo de 2005, Spinetta aceptó la invitación para tocar en el Salón Blanco de la Casa Rosada. En la ocasión posó en una foto con el presidente Néstor Kirchner y se sentó en el sillón presidencial cuando este lo animó diciéndole: “Dale, se ha sentado cada garca aquí”. Una vez en el escenario, aclaró: “Sin banderías políticas y con mucho amor para ustedes, vamos a comenzar este show”, pero cuando Alberto Fernández le expresó su admiración y le entregó una estatuilla, el cantante se permitió una humorada: “No es un Oscar… es un Néstor”. Fue de sus últimas intervenciones con corte político. Paradojas de la historia, la memoria popular les reservó a Kirchner y a Spinetta el mismo apodo: el Flaco.

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