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“Spinetta fue el predecesor de Capusotto”

Ilustración: Jung!

Ilustración: Jung!

El fotógrafo Eduardo Martí está ligado al ámbito del rock argentino desde sus orígenes. Hizo innumerables portadas, producciones fotográficas y videos para Sui Generis, Fito Páez, LosbAbuelos de la Nada, Soda Stereo, Divididos, Illya Kuryaki y Luis Alberto Spinetta, su amigo entrañable. Trabajó en la mítica revista El Expreso Imaginario, que ofrecía una mirada alternativa del rock y la cultura en plena dictadura militar. Fue el autor de la famosa foto del “Gordo” Spinetta para la tapa de Rolling Stone, una de las tantas ideas locas del Flaco, a quien homenajeó en 2012, poco después de su muerte, con la muestra Los libros de la buena memoria, en la Biblioteca Nacional.

Sus primeros pasos los dio a mediados de los 70, haciendo fotos para festivales de rock, como Pinap y B.A. Rock. En el mundo del rock pronto lo apodaron Dylan, por su parecido con el mítico cantautor estadounidense. Empezó haciendo trabajos para bandas como El Reloj y Aquelarre, y a través de Carlos “Machi” Rufino, el bajista de Pappo’s Blues e Invisible, estableció contacto para hacer unas fotos para la banda liderada por Spinetta. La compartida pasión por el cine y por la música “fue un puente”, asegura Martí, para forjar una amistad que duró toda la vida.

Con el Flaco, Martí volvió a despuntar el vicio de tocar la guitarra acústica, algo que hacía mucho antes de dedicarse a la fotografía en las bandas Trieste y Pacífico. De este trío quedó como testimonio el disco La bella época (1972), editado originalmente por Trova y reeditado hace algunos años en CD por el sello artesanal Viajero Inmóvil. “Ahora que Luis no está, toco con algunos amigos”, relata el fotógrafo a Caras y Caretas. Martí adelanta que está grabando algunos temas nuevos mientras trabaja en un libro que presentará un recorrido fotográfico por la carrera de Spinetta, que será también el de la sociedad creativa y el lazo de hermandad que los unió.

–Las portadas de los discos de Spinetta siempre tenían un halo de misterio. ¿Cómo trabajabas esas imágenes?

–Luis se involucraba mucho en lo que hacíamos. No se quedaba sentado esperando que uno le llevara un resultado. Nos divertíamos mucho. Fue algo que nos dio mucha satisfacción porque, en general, las herramientas con las que trabajábamos eran caseras.

–Imagino que es difícil elegir, pero ¿hay alguna foto que sea tu preferida?

–En realidad, siento afecto por todo lo que hice para Luis. Por ahí se distingue un poco la tapa de La la la (1986), un disco muy poderoso, que estuvo hecha de una manera muy analógica. Componer una foto no era tan fácil como ahora, en la era digital. Lo resolvimos de manera mecánica, haciendo un truco con la película, exponiéndola dos veces.

–Al escuchar la música del Flaco se percibe algo de fundacional que ahora no se encuentra.

–Hay que entender que hay ciclos históricos. Coincidió que entonces todos éramos muy jóvenes, el mundo estaba muy necesitado de un cambio y existía la esperanza de que las cosas iban a cambiar para bien. Y ahora que pasaron los años y todo eso fracasó, sólo queda el recuerdo del ímpetu (risas).

–¿Qué significó la aparición de Spinetta en la escena del rock argentino?

–La obra de Luis es muy importante. Tiene más de cuarenta discos, y si no se hubiese retirado de este mundo, habría más. Porque él nunca miraba hacia atrás, sino hacia adelante. Tenía esa vocación creativa, intelectual y humanística que lo impulsaba y lo acompañó hasta el último día.

–¿Seguís tocando?

–Tengo una maculopatía que hace que esté perdiendo la vista, así que la música se ha convertido en uno de mis refugios. Era algo que yo hacía con Luis. Por nuestras características de trabajo, teníamos mucho tiempo ocioso. Así tuvimos la suerte de hacer tres canciones en conjunto (“Almendra” y “Quedándote o yéndote”, incluidas en el álbum Kamikaze, y “Garopaba”, instrumental que cierra Estrelicia MTV Unplugged). Y ahora que Luis no está, toco con mis amigos. Estoy preparando algunos temas. Me ayudó mucho mi hijo, Lucas Martí.

–¿Vas a editar un disco?

–No sé, no tengo esa pretensión. Hace unos días le pasé un tema a Martín García Reinoso, un gran guitarrista. Pero, en realidad, represento una voz del pasado.

–Sí, pero un pasado reciente y todavía muy presente.

–Desde ya, lo que digo no le baja el precio a ese movimiento cultural del que Luis fue uno de sus estandartes. Me refiero a que la gente ahora tiene otros intereses, está absolutamente esclavizada por la tecnología. Dejó de escribir, de ir al cine, de tocar un instrumento musical, de jugar al tenis, porque está ocupada en descubrir qué pasa eventualmente en un mundo muy pequeño, del tamaño de un teléfono celular. Es dramático eso. Siento que no hay más ideas.

–Estás trabajando en un libro sobre Spinetta. ¿Es sólo de fotos o también incluye textos?

–Desistí de incluir textos porque, a veces, significa poner a la gente en un compromiso. Así que van a ser sólo fotos. Conocí a Luis en la época de Invisible: el primer trabajo que hice para él fue para el álbum Durazno sangrando y a partir de ahí nació una amistad que duró toda la vida. El libro representa distintas etapas de él: arranca con unas fotos que le hice, muy jovencito, en el festival Pinap, y llega hasta las últimas épocas, con el trabajo Spinetta y las Bandas Eternas (el box set editado en 2010).

–¿Tenés fotos inéditas del Flaco?

–Hay de todo: fotos muy conocidas y otras para nada. Humildemente, creo que, por lo que representaba Luis como artista, va a ser un libro muy importante.

–¿Te representa alguna editorial?

–Todos estos años he visto cómo las corporaciones se dedicaron a esquilmar a los artistas. Así que voy a intentar hacerlo en colaboración con la familia. Luis no es un best seller, creo que gran parte de los hacedores de la cultura argentina son unos tapados. No me interesa hacer un gran negocio. La intención es cerrar un ciclo, como una materia que tengo pendiente con él. Pronto se van a cumplir diez años desde que partió. El tiempo se ha tornado muy veloz.

–¿Qué extrañás de Luis?

–La amistad. Nos reíamos mucho. Creo que fue un predecesor de Diego Capusotto. Lo he visto tener ese tipo de humor antes de que surgieran Capusotto y Pedro Saborido, que son dos genios y a quienes Luis amaba. También extraño la simpleza con la que vivía. Estaba todo el día haciendo cosas: dibujaba, escribía, cocinaba, divagaba con sus amigos, hacía música. Además, nos tocó la etapa de criar hijos juntos, que fue maravillosa. Y, ahora, lo que nos queda es la alegría de haber podido vivir todo eso.

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