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“Mi recuerdo es el del amigo inseparable de la niñez y la adolescencia”

Ilustración: Jung!

Ilustración: Jung!

¿Cómo conociste a Spinetta y cuál es tu primer recuerdo con él?

–A Luis lo conocí en el colegio secundario San Román, a los trece años. Éramos eventuales compañeros de banco. Había tres divisiones y las cruzaban, algunos años coincidíamos y otros no, pero éramos todos compañeros. Comenzamos a hacernos amigos porque él y otros chicos del colegio me invitaron a jugar al fútbol donde está la estatua de Güemes en Figueroa Alcorta. Yo fui, pero para molestar porque siempre fui un desastre, nunca supe jugar al fútbol. Entonces me tiran una pelota y yo la pateo con toda la fuerza para cualquier lado y justo le pega en el medio de la cara a Luis. Me acerqué a pedirle disculpas, y a partir de esa situación culposa empezamos a hablar.

–Ese pelotazo resultó uno de los big bangs del rock nacional. ¿Cuándo descubrieron esa mutua conexión que culminó en Almendra?

–Pronto descubrimos que teníamos muchos intereses en común: la música, la lectura, yo dibujaba desde chico, él dibujaba fenómeno. Un montón de aficiones nos acercaron y se consolidaron cuando surgieron los Beatles y nos hicimos fanáticos. Nos dimos cuenta de que compartíamos la idea de que una canción, para ser buena, debe tener una narrativa melódica clara.

–¿Qué significó la irrupción de Almendra en el panorama del rock nacional?

–En ese momento ni se llamaba rock nacional o argentino. Se le decía música beat. Con los años percibo que ha sido una marca muy fuerte, en ese momento no nos dábamos cuenta. Solamente queríamos hacer la música que nos gustaba, que era música original nuestra estimulados por el fenómeno Beatles. Porque una marca en mi vida y en la de Luis fue que nunca quisimos hacer cosas copiadas de ellos ni de nadie. La música que se hacía para el público joven argentino era un pasatiempo vacío de contenido, y lo rupturista de Almendra fue ingresar elementos más profundos.

–¿Qué otras influencias musicales tuvieron?

–Muchas cosas no las comprendíamos, pero eran estimulantes, como cuando con diecisiete años fuimos a ver la ópera María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla. Éramos muy admiradores de la música clásica y del nuevo cancionero de folklore que había comenzado en Mendoza y se irradió por todo el país, del cual Mercedes Sosa era la voz más visible.

–¿Componían juntos? ¿Cómo era el proceso de creación?

–No teníamos la costumbre de componer juntos, sino que cada uno hacía sus cosas y nos juntabamos. No había premeditación ni decíamos “vamos a hacer una canción”. Pasaba que estábamos cantando o tocando la viola y yo le sugería tal cosa. Lo nuestro era sumamente espontáneo, de manera similar a John y Paul, salvando las distancias. “Leves instrucciones” y “Cometa azul” las compusimos con esa dinámica en la casa de los viejos de Luis, donde copábamos el living para ensayar y divagar.

–¿Qué otros temas te vienen a la mente?

–“Fermín”, que firma Luis pero en el que yo colaboré, lo terminamos en la casa de Cristina Bustamante, la inspiradora de “Muchacha (ojos de papel)”, que vivía en el mismo edificio que yo: ella en el departamento 1, y yo en el 3. Hay varios temas en los que premeditadamente cruzamos las autorías. “El mundo entre las manos”, firmado por Luis y Rodolfo García, lo compusimos Luis y yo para los egresados del quinto año del colegio secundario. En esa época no pensábamos en regalías autorales.

–¿Cuáles son las diferencias de concepción entre el primer y el segundo álbum de Almendra?

–El segundo álbum de Almendra es la transición hacia una cosa más rockera, menos baladística. Si bien hay baladas, en el caso específico de Luis estaba muy fascinado con Led Zeppelin.

–¿Cuáles fueron las causas de la separación?

–Una de las causas fue que los managers nos mandaban a hacer actuaciones intensivas en clubes de barrio que no tenían los elementos precisos, donde armaban rápido las cosas y a veces no se escuchaba nada. Esas penurias por el audio, donde nuestra música no sonaba con garantía de comodidad y de disfrute, nos limaron. Otros motivos fueron ingredientes personales y alguna crisis que tuvo Luis de la que no voy a hablar.

–¿Cómo siguió la amistad con Luis?

–Nuestra carrera fue corta, pero nuestra relación con Luis siempre quedó anclada en aquella que teníamos de pibitos. Siempre fuimos familia con él y con el resto de los integrantes, aunque yo estuviera con Aquelarre y él con Pescado Rabioso. Luego de diez años volvimos a tocar.

–¿Cómo fue la experiencia de militancia en las Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional (JAEN)?

–Con Luis íbamos a todos lados juntos y empezamos a militar en la JAEN, que era una puerta por la cual entrabas al peronismo desde una mirada de izquierda, una relectura del peronismo desde Abelardo Ramos, entre otros autores. El que dirigía JAEN era Rodolfo Galimberti, al que conocimos cuando teníamos diecisiete años y él veintidós. Éramos quince muchachos y muchachas que estudiábamos no sólo lo que pasaba en la Argentina sino también política exterior, derechos humanos y Argelia. Después, JAEN fue la semilla de la Juventud Peronista (JP) de los setenta. Luis se fue antes, yo después, porque la actividad de Almendra era intensa, pero siempre quedé ligado con el proceso del peronismo. Por lo menos hasta unos años. Hoy siento que el peronismo se convirtió en una marca juntavotos sin sustancia ni contenido.

–¿Cómo recordás a Luis?

–Luis se convirtió en un ícono del arte en la Argentina, pero el recuerdo que yo tengo de él es siempre de nuestra niñez y adolescencia. Por supuesto que tengo miles de recuerdos de cuando tocábamos con Almendra, pero mi recuerdo afectivo de Luis es el de mi amiguito inseparable. Es el que tengo consolidado emotivamente: cuando éramos pibitos e íbamos de acá para allá y soñábamos con cosas y hablábamos de arte.

–¿Tenés alguna anécdota del proceso de composición de alguna canción emblemática?

–“Muchacha…”. Yo no estaba cuando estaba componiéndola, pero le presenté a Luis a Cristina Bustamante, la musa inspiradora de la canción. Él la hizo un día, y al otro, vino al ensayo y nos la mostró. La tocaba con una guitarra muy básica, criolla, muy parecida a la guitarra con la que se lo ve a Gardel en las fotos. Era antigua, del padre de Luis, que se la había regalado, con clavijas que se ajustaban a presión. Luis nos tocó ese tema, y mientras lo tocaba, Edelmiro, Rodolfo y yo empezamos a improvisar voces, coros de voces. Estábamos tan acostumbrados a cantar vocalmente que cada uno conocía cuál era su cuerda, su ubicación. Rodolfo le dijo: “A ver, pasala de nuevo”, y repetimos esas voces con algún pequeño ajuste, voces que quedaron para siempre grabadas en la memoria de la gente.

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